Economía

La integración económica transita otros caminos

Hace poco en San Juan, Argentina, tuvo lugar una reunión de Mercosur a la que se le dio una relevancia mayor de la que en realidad tenía, sobre todo, si pensamos en los temas que fueron tratados, de naturaleza técnico-comercial, y que sólo interesan a los países miembros. La relevancia dada, más bien, se derivó del momento político que está viviendo la región, y del interés que tiene Brasil de seguir presentándose ante el mundo como el gallo indiscutido del patio.

Allí, como siempre, la retórica integracionista y latinoamericanista se impuso como ofrenda obligada ante el altar de la llamada “Patria grande” que no termina de concretarse, y que quizás, por lo vientos de globalización que han soplado y soplarán, no se consiga nunca.

Los discursos unitarios, golpes de pecho incluidos, las referencias a identidades colectivas imposibles y a las supuestas amenazas comunes no faltaron. Tampoco las evocaciones rituales a los próceres del pasado, que para algunos siguen, cual zombies, caminando por América Latina, pero, ahora, repartiendo guita.

MERCOSUR, con independencia del gran mercado que ha logrado levantar entre sus miembros, principalmente los grandes, Brasil y Argentina, es un proceso estancado en términos de la doctrina convencional sobre la integración económica. Y esto no podía ser de otra manera. Los países mercosurianos, individualmente considerados, siempre quisieron mantener el poder sobre el proceso, de manera que pudieran determinar el ritmo o la profundización de aquel, de conformidad con las conveniencias y humores de cada uno de ellos. Es un esquema, no se puede negar, que está más cercano a la cooperación intergubernamental que a la integración. En esto se diferencia de la Unión Europea y de la CAN.

El diseño que se implantó, muy pragmático y flexible, nunca persiguió la creación de un mercado único con instituciones supranacionales independientes y autónomas que tuvieran poder normativo, competencias sobre las políticas económicas y financieras de los Estados miembros o capacidad para dirimir las diferencias entre ellos, mediante sentencias de obligatorio cumplimiento. Éstas las resuelven de forma bilateral, no a través de órganos multilaterales con poder. No hay un órgano superior para zanjar las diferencias.

De esta manera, si a Argentina se le ocurre cerrar la entrada de productos brasileños, co mo ha ocurrido, infringiendo las normas establecidas por el bloque comercial, por considerar que afecta a sus productores, el impasse lo resolverán los 2 países involucrados, a menos que ambos consientan en un arbitraje.

La institucionalidad de MERCOSUR es, sin duda, precaria en términos de integración económica.

En cualquier caso, y no hay que olvidarlo, en lo político, ese bloque, como dijo una vez Fernando Henrique Cardoso, es hijo de la democracia, un elemento, sin duda, de crucial importancia.

En la reunión reciente, entre otras cuestiones, se acordó un Código Aduanero y la eliminación del cobro doble de arancel y el arancel externo común. Se tocaron temas políticos regionales también, aunque tangencialmente, como el de las relaciones Colombo-Venezolanas. Aún no entrarán en vigencia estas decisiones, deberán ser aprobadas por los parlamentos de los países miembros, evidenciándose el papel determinante de los Estados en el esquema comercial. Con poderes supranacionales, la normativa entraría en vigencia automáticamente, y esa aprobación parlamentaria no sería necesaria.

En el futuro, el esquema de MERCOSUR, dada su naturaleza, podría ser reversible en cualquier momento, en tanto que institución de “integración”, aunque las corrientes comerciales no necesariamente se detengan.

Por otro lado, no hay que olvidar el rol que Brasil, potencia mundial emergente, jugará en ese futuro. Este país se ha abierto a otros horizontes que trascienden el patio suramericano. MERCOSUR ha sido una plataforma ideal para su proyección regional y mundial. Está por verse hasta cuándo le servirá a sus planes hegemónicos.

Pero si nos vamos más allá, al contexto global, cuya interdependencia creciente y en ascenso es una realidad contundente e irrebatible, vale la pena preguntarse si MERCOSUR o cualquier otro esquema de integración de Latinoamérica sigue siendo viable en este mundo cada vez más interconectado.

Latinoamérica ha perdido, más bien, desperdiciado, muchas oportunidades mientras la globalización aun no había llegado a las dimensiones de hoy. A estas alturas, pareciera que ya no es viable ni conveniente la instauración de bloques de integración parcelados, cerrados o excluyentes. Esa “Patria grande” que tanto se ha buscado, parece que terminará diluyéndose en la gran patria planetaria. Sólo en nombre de ideologías anacrónicas, mitos arraigados o inalcanzables identidades colectivas es posible mantener esta posición inútil.

No es aventurado avizorar, desde ya, el final de los regímenes de integración existentes en nuestra región, en un plazo no muy largo. Su disolución inexorable es sólo cuestión de tiempo. La realidad está caminando por vías diferentes y a velocidades asombrosas; otras fórmulas no excluyentes ni cerradas, se asoman con ímpetu en el horizonte cercano. Lo que está ocurriendo en las organizaciones económicas internacionales del Pacífico nos dice mucho al respecto, y en esa área estará en pocas décadas el centro del mundo. El que se cierre a aquellas vías novedosas de interdependencia, será marginado, o en el peor de los casos,  arrastrado por el tsunami globalizador.

 

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