Economía

Lecciones expropiadas

Aunque comparto el principio de que el drama personal de un periodista no puede estar por encima del interés general, decidí compartir mi testimonio como «adquiriente» de un inmueble ubicado en la Urb. San José del Ávila, Caracas, cuya ocupación temporal fue ordenada el domingo pasado por el presidente Chávez.

Al igual que cualquier otra persona he pasado las mil y una para poseer una vivienda digna. Mientras tanto vivo alquilada, con todo lo que eso implica. La promesa de entrega de nuestro apartamento, según contrato de julio de 2008, fue junio de 2009, con prórroga de seis meses.

En vista del retraso, voy a la constructora. Quiero solucionar el problema, no crearle dificultades a otros y ser feliz con los míos bajo un techo propio.

Debo tener cara de pendeja porque al preguntarle a la persona que me atiende cuál es la política de compensación por el incumplimiento, me responde que no tienen. Agrega que si quiero retirarme del proyecto podría hacer que no me cobren la penalidad. Le hago una propuesta siguiendo el consejo de mi tío que es abogado. Me dice que lo planteará a los dueños de la constructora.

Pasan semanas. Contacto por Facebook a un grupo de compradores que denunció en el Indepabis. Empiezo a debatirme entre sumarme -y me viene a la cabeza la incompetencia del Gobierno en materia de vivienda-, retirarme sin indemnización o intentar hablar con los dueños del circo aprovechando que escribo esta columna que, según dicen, se lee mucho porque publica el día que más se vende este diario que es el más vendido y leído de Venezuela.

Como mi madre me crió honesta y solidaria resisto la tentación del chapeo y ni siquiera toco el tema en público. Mientras decido, el Presidente anuncia el «exprópiese…»

Gente que me quiere empieza a preocuparse. Extrañamente no estoy alarmada. Me acuerdo de un chiste vulgar, porque sé que la constructora me está birlando y yo sin poder hablar. Trato de conseguir información oportuna y veraz. Veo personas asustadas que creen que les van a quitar sus viviendas, temerosas de invasiones, y unos que les da cosita que alguien de la plebe sea beneficiado. Otro están felices porque les entregaron sus llaves. Pienso que mi capacidad de reacción está fregada.

No apoyo las expropiaciones, pero me tienen harta los especuladores y los que abusan del poder. Me impresiona ver a algunos opositores solidarios con los infractores. También empieza a fastidiarme que el Gobierno cuando lo quiere hacer bien, entonces lo dice mal. Trato de pescar todos los programas para escuchar a los voceros -de lado y lado- dar detalles que pudieran calmar a los asustados, desarmar a manipuladores y poner los puntos sobre las íes.

Me pregunto por qué el Gobierno tardó tanto en tratar de meter en cintura a los constructores estafadores, por qué el gremio que los agrupa no los autorreguló; por qué muchos están dispuestos a ceder en sus derechos…

El viernes 5 se realizó la asamblea de mi edificio. ¡Qué bueno ver quiénes seremos vecinos! Edgar Cortez, de Indepabis, da toda la información que ha recogido de la constructora. Luce comprometido. Responde a todos. Pero mis dudas siguen. No sé con quién vamos a tratar, aunque nombrarán una Junta Administradora Temporal. Nuestra torre no está lista, se supone que la constructora debe terminarla, pero alega que no tiene flujo de caja. Me provoca decir una grosería. Esperan hacer un cronograma y la empresa calcula que en seis meses podrían terminar, pero todos sabemos lo que eso significa.

No confío en la constructora, ni en la eficiencia del Gobierno. Deberé seguir pagando alquiler cuando podría pagar por mi casa.

¡COOOÑO! No pido que me regalen nada, sólo exijo que el constructor cumpla, que el Gobierno actúe oportunamente y que los afectados recibamos una compensación por el daño. No quiero que nos quedemos con el síndrome del atracado: con eso de «al menos estamos vivos».

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