Economía

Lo que el mercado nos enseña

Washington (AIPE)- ¿Qué causa las fuertes ondulaciones en la Bolsa? Lo primero que hay que tener presente cuando la gente compra o vende acciones es que lo hace según sus estimaciones del futuro, a corto o a largo plazo. Entre las cosas que toman en cuenta son los ruidos del banco central respecto al futuro de los intereses, como también el clima existente en regulaciones, acciones antimonopolios e impuestos. Pensar que ocurrirán cambios en cualquiera de estas áreas produce cambios dramáticos en la apreciación del inversionista sobre el futuro de las empresas, provocando que venda sus acciones.

Los comentaristas económicos tienden a hablar de la economía como si fuera una máquina: está sobrecalentada, se enfría, toma impulso, pierde velocidad, etc. A pesar del colorido de tales metáforas, no debemos olvidar que la economía es la gente misma. Hay una gran diferencia en pensar que la economía es un gran número de individuos o si es, más bien, una inmensa máquina. Una máquina es una colección de piezas sin vida propia y que son puestas a funcionar por quien la diseña y la ensambla con algún propósito en mente. Una economía, por el contrario, abarca a un gran número de seres humanos, cada uno de los cuales vive su propia vida, tiene sus propias aspiraciones, propósitos y preferencias. Se trata de conceptos totalmente diferentes.

Los seres humanos actúan. Comprar y vender acciones es una acción personal. Cuando una persona actúa, escoge el objetivo que prefiere sobre todos los demás a su alcance. Al hacerlo, se imagina la satisfacción futura de alcanzar su objetivo personal. Es más, considera que esa satisfacción será más grande que otras y por ello decide actuar así. En el caso de su participación en la Bolsa de Valores, la persona aspira a la mayor rentabilidad consistente con el riesgo que está dispuesto a asumir. La satisfacción que pospone es lo que los economistas llaman “costo de oportunidad”.

Notemos las características clave de la acción humana: ocurre en el tiempo, ninguna consecuencia es instantánea. El tiempo que separa la acción y su consecuencia da lugar a percances, al ser el futuro siempre incierto. El costo de toda acción es subjetivo y personal. El actor se imagina diferentes satisfacciones futuras y escoge una. Puede equivocarse respecto al futuro y nunca está seguro de lo que da a cambio, ya que lo que dejó de hacer nunca lo experimentó.

Es cierto que la Bolsa siempre sube y baja, pero debemos aprender que la incertidumbre es siempre la regla. Nunca conoceremos el futuro. Pero lo mejor que el gobierno puede hacer es no contribuir a tal incertidumbre, para lo cual tenemos que insistir que el gobierno saque las manos de la economía.

Ni los políticos ni los burócratas tienen la información ni el conocimiento necesario para manejar la economía. Ellos no saben cuál debe ser la tasa de interés ni el valor de las acciones en la Bolsa. Ellos no saben cuánto dinero debe ser el circulante. Ellos no saben cuánto debe invertir esta o aquella empresa. No lo saben porque no lo pueden saber. Y la razón de que no lo pueden saber es que se trata de cosas que sólo pueden ser descubiertas a través del funcionamiento del mercado, donde los empresarios actúan tratando de satisfacer a los consumidores. Nosotros, los consumidores, se lo dejamos saber al comprar o dejar de comprar sus productos y servicios. Si tal información es transferida fielmente por el sistema de precios, podemos estar seguros que estaremos bien servidos. Pero si el gobierno distorsiona los precios a través de diabluras fiscales, monetarias o reguladoras, los consumidores salimos perjudicados.

El mundo está lleno de incertidumbres y el mercado es la mejor manera de enfrentar tales incertidumbres. Cada vez que el gobierno interviene, nos empuja un poco más hacia la oscuridad de la ignorancia.

Director de la revista «Ideas on Liberty» y académico del Future

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