Economía

Los pararrayos

Tanto el Presidente como el ministro de Energía están hablando de aumentar la cuota de producción de petróleo que fija la OPEP. Qué raro. Porque Chávez cada vez que puede dice que un precio de 100 dólares por barril es un precio «justo», como si estuviera fijado por la Sundecop y monitoreado por el Indepabis (¿les parecerá un precio justo a los habitantes de Rwanda?). Si el precio es justo, nuestros ingresos son justos y no habría necesidad de vender más, salvo la avaricia capitalista negada a un gobierno revolucionario.

El gobierno está pensando en el año que viene, con más razón debe hacerlo el nuevo gobierno. Porque estamos repitiendo la tragedia de los 80 de un endeudamiento de cortísimo plazo y un gasto público insostenible si debe privilegiarse el servicio de esa deuda. La pregunta de cómo es posible que nos endeudemos con el barril a más de cien dólares tiene la sencilla respuesta de que si estuviera a ocho nadie nos prestara. El problema de la nueva deuda venezolana es su origen y su perfil: préstamos de país a país, y con vencimientos a cortísimo plazo, más de veinte mil millones de dólares el año que viene.

Endeudamiento incompatible, además, con las nuevas prestaciones a que se está acostumbrando al electorado: casas gratis, nada más y nada menos. Si bien es verdad que los apartamentos de la Misión Vivienda siguen siendo del Estado, pues sus ocupantes no son siquiera inquilinos, recuperar algo de su valor para construir más será tarea más difícil que cobrar algo por la gasolina. Los venezolanos nos hemos acostumbrado a que las cosas no cuestan, pues a todas ellas tenemos derecho. Pues estado de cosas tan lindo implica que los camaradas chinos no se lleven sus barriles, que se los llevarán.

Y como la presión fiscal ya es inaguantable salvo aumentando los impuestos indirectos tenemos que producir más, así sea mediante las empresas mixtas, también del Imperio Medio o sus satélites.

Producir más pareciera ser lógico, más si se recuerda que el petróleo tiene sus días contados, bien porque en el mundo ya no se descubren más reservas o bien porque el capitalismo está a las puertas de su más grande éxito: la sustitución del parque industrial y automotor del mundo por uno no petrolero. Al nuevo gobierno le toca capear grandes tormentas. El viejo ya no tiene ni pararrayos.

 

 

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