Economía

Memorando al Presidente Chávez

Señor presidente Hugo Chávez: Con sentida preocupación venezolanista le escribo estas notas muy preocupado por la aguda crisis socio- económica por la cual atraviesa el país. He sido un crítico de las políticas aplicadas por su administración. Pero respetuoso, que nunca ha ofendido su majestad como presidente. Lamentablemente buena parte de las advertencias que he formulado, conjuntamente con un grupo representativo de los economistas venezolanos, se han venido materializando. Hoy cunde el desasosiego  y la incertidumbre, la inversión está paralizada, los precios suben sin cesar, el bolívar se deprecia y los jóvenes quieren irse del país.

Usted llegó a la presidencia cabalgando sobre realidades incuestionables de un país que se empobrecía mientras campeaba la corrupción. Encarnó su propuesta un cambio y el país la hizo suya totalmente. Pero ha dado usted un viraje inexplicable y del bolivarianismo nacionalista pasó a abrazar un modelo político socialista que donde se ensayó terminó arruinando a las naciones.

Hoy Venezuela es una economía mucho más dependiente del petróleo de lo que era en 1999 cuando usted asumió la presidencia. En este último año las exportaciones petroleras representaban 68,8% del total mientras que en 2009 la cifra alcanzó a 94,1%. Somos una factoría petrolera. Las pocas manufacturas y productos agrícolas que exportábamos casi han desaparecido. Al lado de este hecho hay otro igualmente alarmante. El parque industrial se ha reducido considerablemente y con ello el empleo de calidad y bien remunerado. De 11.117 establecimientos manufactureros que existían en 1998 ahora el país cuenta con apenas 7.500 lo que denota la destrucción de la capacidad de producción no petrolera y por consiguiente de exportación en el futuro cercano, por esa razón la devaluación aplicada en enero de 2010 probablemente tenga un efecto contractivo sobre la economía pues no hay capacidad exportadora.

Algo similar puede decirse de la agricultura, el otro pilar para una estrategia de desarrollo nacional sustentable. Aunque el Banco Central de Venezuela (BCV) no publica cifras de esa actividad, los constantes niveles de desabastecimiento y el encarecimiento de los productos del reino vegetal sugieren que ha ocurrido una contracción de la producción de ese sector. En ello ha influido una situación de verdadera hostilidad hacia los productores y trabajadores del campo por parte de burócratas que desde cómodas oficinas pretenden dictar políticas para el campo.

La política de estatización de la economía, lejos de favorecer al gobierno, lo perjudica. Se ha creado un Estado macrocefálico con una nómina muy abultada que consume parte importante del presupuesto nacional. Por ello es que la plata no alcanza ni alcanzará. Así, el conglomerado de empresas estatales asentadas en Bolívar y otros estados está literalmente en bancarrota, afectadas por la corrupción en su gestión, la obsolescencia técnica y precios declinantes de algunos bienes primarios. A falta de estadísticas públicas sobre la situación financiera de esas empresas, la evidencia de todos los días con su permanente ambiente de conflictividad laboral es clara muestra de esta hipótesis. Esa ampliación del sector público en actividades no esenciales ha contribuido a un endeudamiento peligroso para Venezuela. Al recibir usted la presidencia de la República en 1999, la deuda consolidada de la nación era de US$ 35.582, con un precio petrolero de US$ 9,40 por barril, actualmente debemos más de US$ 110.000 millones con un precio del crudo promedio superior a US$ 72,0 por barril, algo inaudito.  

Su administración ha hecho del BCV una especie de caja chica para el financiamiento del gasto corriente. Principios elementales de economía y la evidencia internacional muestran que cuando el banco central se desvía de su función sagrada de velar por la estabilidad de precios, ello se traduce inevitablemente en mayor inflación, tal como se vive y se sufre hoy en Venezuela. La inflación no es un asunto de especuladores. El alza sostenida de los precios tiene explicación en desequilibrios monetarios y financieros que de no sanarse a tiempo luego resultan difíciles de restaurar.  A esto se agrega la situación calamitosa de PDVSA, que produciendo 30% menos de petróleo, su nómina se ha triplicado y su endeudamiento multiplicado por cuatro en los últimos cinco años, a pesar de los elevados precios del petróleo.

Su política de asistencia social, favorable en un momento se convertido en un verdadero desaguadero de dinero y lo peor de todo es que está quebrando la fibra laboral de los venezolanos y destruyendo los incentivos para buscar trabajo. Y con ello, el culto a la personalidad se ha magnificado en repetidas campañas publicitarias que hacen recordar aquellas tragedias que para la humanidad significaron el endiosamiento a Stalin, Hitler y Musolini. Evite esa idolatría de los aduladores de oficio, presidente.

Es hora de emprender una rectificación antes de que sea demasiado tarde. Varias políticas públicas urgentes demanda Venezuela. La primera y principal es dejar en el baúl el discurso ideológico. Se puede tener justicia social y al mismo tiempo proporcionar incentivos para que los empresarios inviertan y se creen puestos de trabajo. Para ello hay que detener de ipso facto la estatización de la economía y garantizar los derechos de propiedad. En segundo lugar, hay que dar un viraje en la política económica y llamar al dialogo a empresarios y trabajadores para acordar la ejecución de un plan de empleo, contando para tal propósito con incentivos fiscales. Tercero, un agresivo programa para mejorar la calidad de la educación pública hoy languideciendo producto de la masificación, en cuarto término atacar con mano dura al delito y al crimen organizado y en quinto lugar un ambicioso proyecto de relanzamiento de la salud pública y la seguridad social, mediante un esquema mixto de pensiones. Está a tiempo presidente, rectifique.

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