Economía

Miserables Índices

Hace pocos días se dieron a conocer los más recientes índices mundiales de desempeño de los diferentes países del globo, que sitúan al nuestro entre los últimos puestos de sus respectivas clasificaciones; entre ellos: el Índice de Miseria Mundial, de la prestigiosa revista inglesa The Economist; el de Libertad Económica Mundial, de la influyente Heritage Foundation; y el informe Freedom in the World, de la respetada institución Freedom House.

La Unidad de Inteligencia Económica de la revista The Economist acaba de publicar su más reciente Índice de Miseria. El índice, introducido en los años 60 por un economista norteamericano, consiste en la sumatoria de las tasas de inflación y desempleo, bajo el razonamiento de que una combinación cada vez más alta de ellas genera crecientes costos económicos y sociales, indica un deterioro del comportamiento económico general y evidencia una consecuente elevación del malestar económico de un país. En este último Índice de Miseria, Venezuela ocupa un muy cercano segundo puesto en el conjunto de 92 países, justo después de Macedonia y seguida por la singular compañía de Irán en el tercer puesto. Si bien la situación de Macedonia se debe básicamente a la altísima tasa de desempleo imperante (más del 30%), su inflación es relativamente baja (menor al 5%), lo que conforma un índice de 35. El caso venezolano es a la inversa: hacemos gala de la inflación más alta del mundo, cercana al 30%, mientras que la tasa de desempleo se situaría, según las estimaciones oficiales, en los alrededores de un 8%. Sin embargo, si tenemos en cuenta que según las propias cifras gubernamentales el empleo informal se sitúa en casi un 45% de la población ocupada, lo que en realidad es en gran parte un desempleo disfrazado, no queda menos que concluir que la situación puede ser considerada como peor que la señalada en dicho índice.

Por su parte, la Heritage Foundation, que considera la libertad económica como un elemento crucial de la libertad, a secas, ya que le permite a la gente “trabajar, producir, consumir, poseer, comerciar e invertir de acuerdo con su libre albedrío”, afirmación con la cual resulta difícil no estar de acuerdo, acaba también de dar a conocer su Index of Economic Freedom 2012. Iniciado en 1995 como un esfuerzo conjunto con el diario Wall Street Journal, sobre una combinación de 10 diferentes criterios relativos a las libertades económicas, el índice evalúa a los países en cuatro grandes áreas: estado de derecho; eficiencia regulatoria; gobierno limitado; y apertura de los mercados. En base a ello, los países son clasificados en “libres” (80 puntos o más); “mayormente libres” (70 a 79,9); “moderadamente libres” (60 a 69,9); “mayormente no-libres” (50 a 59,9); y “oprimidos” (por debajo de 50). Venezuela ha sido catalogada en la última entrega de dicho índice como uno de los países menos libres del mundo en materia económica, al ocupar el puesto 174 de un universo de 179 (por debajo solo de Corea del Norte, Zimbabue, Cuba, Libia y Eritrea), con una puntuación de apenas 38,1. Aunque registra una mejoría de medio punto con respecto al año anterior, permanece muy por debajo del promedio mundial de 59,5.

A su vez, Freedom House, que prepara desde 1973 un informe mundial conocido como Freedom in the World, en el cual califica a más de 194 países de acuerdo a su comportamiento en materia de derechos civiles y libertades políticas, y los ordena con una calificación que va desde el más libre (1) al menos libre (7), acaba de dar a conocer las cifras de su último informe, en el cual Venezuela experimenta una baja de medio punto en libertades políticas, emparejando así sus dos indicadores en un 5. Curiosamente, en su tratamiento de la región latinoamericana, el informe hace énfasis solo en dos hechos preocupantes: la violencia en México y el avance autocrático en Venezuela.

Adicionalmente, el conocido Foro Económico Mundial señala en su último trabajo, The Global Competitiveness Report 2011-2012, que Venezuela continúa descendiendo en su clasificación, a pesar de una ligera mejora de su calificación general, pero cayendo al puesto 124 de 144 países. Resulta particularmente preocupante lo que comenta el informe, cuando destaca, entre otras cosas, que la mala calidad de las instituciones públicas del país es la peor clasificada en la muestra, con el lugar 142, y que ese sombrío logro, junto con las graves fallas en la eficiencia de sus mercados, tanto de bienes como de trabajo, donde repite como el país de peor desempeño, y el deterioro de su estabilidad macroeconómica, han llevado a Venezuela a situarse en los últimos puestos de la región y entre los países menos competitivos del mundo.

Hay también otros indicadores como el Índice de Prosperidad del Legatum Institute, con sede en Londres, que clasifica a 110 países de acuerdo a 8 criterios diferentes y sitúa a Venezuela en el puesto 73, apenas superada en la región sudamericana por Ecuador (83) y Bolivia (85).

La lista de instituciones internacionales que siguen la evolución del comportamiento económico, social y político de los diferentes países de la comunidad mundial y elaboran este tipo de índices es por supuesto bastante más larga; sin embargo, resulta lamentable constatar que todas coinciden en mostrar un deterioro continuado del desempeño de Venezuela.

Ciertamente, no se trata de establecer si el vaso está medio vacío, medio lleno o si simplemente se encuentra a la mitad. La cuestión es que no hay un solo índice global, de institución alguna, salvo aquellas que se nutren directamente de las cifras gubernamentales, que no señale un deterioro sostenido de casi todos los indicadores del país desde el año 1996, y en particular desde los primeros años del presente siglo. Lo interesante sería poder determinar quién proporciona la visión más ajustada a la realidad: si las múltiples organizaciones independientes que pintan una situación de deterioro sostenido a lo largo de más de una década, o el gobierno nacional que persiste en vender la imagen de un país que sólo parece existir en el papel, puesto que la realidad se encarga de desmentirla a diario. Los dos lados no pueden estar en lo cierto y defender dos visiones radicalmente opuestas al mismo tiempo. Alguien no está siendo sincero ni transparente, sencillamente porque si después de haber recibido ingresos por más de 1 billón (1012) de dólares en 13 años tenemos ahora que importar la mitad de los alimentos que consumimos, no se ha construido una sola obra importante de infraestructura, las preexistentes se encuentran en estado de total abandono y deterioro, se ha destruido a la gallina de los huevos de oro, y para colmo estamos hipotecados al nuevo imperialismo chino, entonces el país no puede estar despegando hacia ninguna parte.

La oportunidad de presentar al país una memoria y cuenta de lo realizado durante el año pasado pudo haber sido una buena ocasión para esclarecer esa interrogante fundamental. Desafortunadamente, la intención no era otra que la de librarse de la obligación constitucional de rendir memoria y cuenta, y continuar por el camino de la ciega autocomplacencia y arrogancia que no deja ver hacia donde nos lleva la aplicación de unas políticas públicas profundamente erradas y perjudiciales para el desarrollo del país, aunque resulten muy convenientes para la construcción del “socialismo”.

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