Economía

Mitos, mentiras y realidades del FMI

Son muchos, incluso intelectuales, que, sin más, hacen suyos los mitos y las demonizaciones que sobre las organizaciones internacionales ha difundido la propaganda izquierdista. Los antiglobalización, por ejemplo, han sido relativamente exitosos en implantar en muchos desprevenidos, percepciones distorsionadas, medias verdades, y hasta grandes mentiras, que ignoran lo que han tenido de positivo ciertos organismos, a pesar de las críticas que podamos formularles a algunas de sus políticas.

En el fondo, quienes asumen ése discurso detractor a ultranza –son indistintamente de derecha y de izquierda- tienen la visión del “perfecto idiota latinoamericano”, es decir, la que le echa la culpa de todos sus males, no a sus propias conductas, sino a los países grandes, al imperialismo, a los yanquis, a los organismos internacionales o a la globalización.

Para estos especimenes, los entes internacionales son unos monstruos fríos, insensibles, integrados por tecnócratas indolentes que oprimen a los países pobres, siempre en beneficio de los países ricos. Esta visión simplista, que falta a la verdad, y que desconoce las razones y la necesidad por las cuales se crearon tales entes, así como sus fines y utilidad, es la fuente de todas los fábulas y falsedades sobre el papel que cumplen.

Uno de esos organismos internacionales que más ha recibido críticas es el Fondo Monetario Internacional, incluso de un Premio Nobel, Joseph Stiglitz, que en sus opiniones sesgadas, por cierto, trasluce su fuerte resentimiento hacia el FMI, (para él, fue un agravio que el Presidente Clinton no oyera sus recomendaciones sino las del Fondo).

El FMI, se sabe, es una institución que junto al Banco Mundial y la fallida Organización Internacional de Comercio, se instituyó al final de Segunda Guerra Mundial, como una necesidad imperiosa para acabar con el desorden de la economía mundial y las fluctuaciones erráticas de las monedas, que en no poca medida habían contribuido a la grave situación económica que desembocó en la referida guerra. Así, el modelo de Fondo diseñado por el norteamericano Harry Dexter White fue el que se impuso (no el de Keynes, como algunos mal informados, incluso Stiglitz, han señalado). En dos platos, el esquema aprobado consistió en la creación de un fondo conformado por los aportes de cada país miembro y sobre el que se podría girar ocasionalmente para cubrir faltantes de la balanza de pagos de uno de sus miembros.

Como parte del sistema de Bretton Woods, perseguía también establecer una disciplina que permitiera la promoción de la expansión del comercio, mantener los niveles de empleo y la renta real de los países, así como el desarrollo de los recursos productivos de los Estados miembros. Es decir, se buscaba con el FMI estabilizar los cambios y evitar las devaluaciones inspiradas en la rivalidad entre los países. Debía, igualmente, favorecer el establecimiento de un sistema multilateral de arreglo de las transacciones corrientes y contribuir a la eliminación de las restricciones cambiarias que obstaculizaran el comercio. En pocas palabras, la idea era orden y estabilidad, necesarios para un crecimiento y desarrollo de las economías en un mundo cada día más interdependiente y ávido de cooperación.

Para lograr tales objetivos, debía otorgarse a la institución un poder de control, que le permitiera vigilar los países y así evitar que la economía mundial se desmande por derroteros inconvenientes. La alternativa a esto era el “todos contra todos”. Siendo el tema de los movimientos de capitales materia de interés internacional, debía haber una cierta normativa común que impidiera las contradicciones entre naciones. El FMI, por tanto, promovería una liberación bien ordenada de los movimientos de capitales, no circunscribiéndose su labor sólo a lo crediticio, como algunos creen.

En tal sentido, el Fondo cumplió con su cometido, y continúa contribuyendo con la disminución de perturbaciones financieras que pudieran producir reacciones en cadena negativas para el sistema mundial económico; de allí que se diga que el FMI protege de riesgos sistémicos.

Todo esto no quiere decir que no haya necesidad de ajustes y cambios en las normas y políticas del FMI. Pero las críticas a él, por lo general, son poco objetivas, cuando no interesadas desde el punto de vista político-ideológico. Se ha querido achacarle al Fondo, todos los problemas económicos que sufren muchos países en vías de desarrollo, cuando las causas de ellos son más bien internas. Ciertamente, los programas y las condiciones del Fondo pudieran ser eventualmente muy duros, pero nadie está obligado a aceptarlos. De hecho, muchos países se han negado a hacerlo. Lo que pasa es que a los que no les queda más remedio, prefieren tales condiciones, porque la alternativa pudiera ser peor, más costosa..

Cuando el Presidente de Venezuela de manera irresponsable amenaza con sacar al país del FMI porque supuestamente no lo necesitamos, está equivocado de medio a medio. No tiene la más mínima idea de lo que el Fondo es y para qué sirve. El Fondo no es sólo para obtener dinero, sirve igual de aval para operaciones de crédito. Y los que aplauden ese disparate desde la óptica nacionalista o latinoamericanista trasnochada propia del “perfecto idiota”, están demostrando su desconocimiento de la dinámica económica mundial actual, que ya no admite aventuras parciales, regionalizadas, en temas como el movimiento de capitales, las tasas de cambio y el desarrollo del comercio internacional.

El FMI, como institución, es criticable, pero, igualmente, puede perfeccionarse. Su eliminación no pareciera lo más prudente en la dinámica mundial actual. Ni siquiera Stiglitz, que el resentimiento lo mueve, lo ha pedido.

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