Economía

Nada es eterno

A pesar de la asfixiante publicidad del gobierno, existe una generalizada y negativa percepción de PDVSA. No se trata del gesto de sospecha y de amargura que cualquier ciudadano experimenta, sino de una creciente constatación cada vez que el ministerio del ramo o la propia empresa suelta algunas de las cifras que guarda con tanto celo sobre la situación de nuestra principal industria. Hasta un internauta curioso puede ir a las páginas de la Agencia Internacional de Energía o de la OPEP que coinciden en señalar una tendencia hacia la mayor exportación posible del crudo no procesado. Y tan notoria desindustrialización del petróleo venezolano tampoco pueden disimularlo el anuncio recurrente, las promesas de inversión y el montaje de refinerías en los países aliados del chavismo. Por cierto, no se ven siquiera los movimientos de tierra en estos países para edificar las refinerías, lo que prueba una vez más que la demagogia de Chávez tiene resonancia internacional.

Precisamente la PDVSA del futuro no tan lejano, cuando las circunstancias actuales sean superadas, tendrá que esforzarse por recuperar las inversiones hoy capuradas rápidamente por los otros países productores, debido a la dejadez, negligencia o incompetencia de nuestra floreciente burocracia del aceite. Esfuerzo que tiene que encaminarse hacia la atracción de los grandes capitales, del recurso humano calificado y de una independencia tal que no la someta a las cambiantes contingencias de la política diaria, para recuperar los mercados que poco a pocos nos arrebatan.

Aceptando la innecesaria constitucionalización de PDVSA, ésta debe actuar como lo que es: una empresa mercantil que tiene por accionistas a todos los venezolanos, enteramente entregada a la producción, procesamiento y comercialización del petróleo, con la generación de ganancias que vayan ordenadamente al fisco nacional, pero también con la retención de los recursos necesarios para el desarrollo y expansión del negocio. Hay que decirlo, únicamente conoce en su inconmensurable y reconocida sabiduría cómo se administran los fondos destinados a la misión social que le encasquetaron a la entidad petrolera, aunque bien ejemplificado por el llamado «maletinazo» que avisó de un estilo diplomático más del hegemón. Acotemos, PDVSA sólo excepcionalmente debe prestar su concurso para otras tareas del Estado, mediante la muy transitoria pasantía de sus gerentes o la inyección de recursos financieros en otras áreas en el caso de una emergencia nacional, cierta y constatable. Todo el tren ejecutivo y gerencial ha de dedicarse completamente a lo que es una ¡transnacional! que, mal que bien, estuvo «rankeada» a nivel mundial, siendo capaz de alcanzar éxitos en los mercados tan competitivos. Imposible que pueda prosperar una entidad no sólo presidida por un ministro, confundiendo objetivos y roles muy específicos, sino por un activista político que agota sus mejores esfuerzos por coincidir con los caprichosos presidenciales. Y tampoco puede convenirse en una empresa petrolera que también importe y distribuya alimentos o – demostrando el desorden presupuestario actual – tenga un fondo social presto para una demencial improvisación, en grosera y escandalosa violación de la normativa constitucional referida a las finanzas públicas.

La empresa necesita de los 20 mil trabajadores calificados que fueron tan injustamente despedidos entre 2002 y 2003, a los que deben reconocérsele sus prestaciones sociales y demás derechos violentados, inmediatamente, de no desear continuar laborando para la industria u optar por la jubilación. Pero también necesitaría de los que – buscando oportunidades con la simulación de sus simpatías políticas – ingresaron por estos años, con el deseo de demostrar sus capacidades y habilidades gerenciales y técnicas para ganarse una posición en la industria. En esta ya tan larga década, todos hemos aprendido de nuestros errores o equívocos, pero también de los éxitos o aciertos que también caracterizaron a la industria en la constante promoción de sus cuadros técnicos y gerenciales. Me permito añadir que es posible implementar una contraloría social de gran alcance y – sobre todo – con el real compromiso de los ciudadanos, pero no se entendería sin una contraloría altamente especializada, competente, responsable y seria. De modo que bien valen las orientaciones y directrices del Estado, al igual que un desarrollo y una profundización de lo que es una empresa destinada a aportar dividendos para todos, dedicada a la producción, industrialización y comercialización del crudo, antes que una bodega que financia a un socialismo clientelar que nos lleva directamente al fracaso estrepitoso de todo un país.

No perdemos un centímetro del sano nacionalismo que nos anima, si la casa matriz está – por ejemplo – en Ottawa, en lugar de la alejada avenida Libertador, en Caracas. El escenario principal de los mercados del petróleo también sufre cambios y, adelantándonos, puede ser Canadá el epicentro de las decisiones más expeditas y eficaces que PDVSA puede adoptar. Tengamos en cuenta los esfuerzos tecnológicos realizados para la producción a un elevado costo del petróleo sintético en la provincia de Alberta que, además de contrastar con los costos menores para extraer y procesar el bitumen natural del Orinoco, en Venezuela, concita el interés de todos aquellos especialistas del mundo en la materia, incluyendo a los expertos en un mercado que también ofrece atractivos para la búsqueda de una alternativa energética mientras los precios del barril anden por la estratosfera. Y es que entre las arenas del río Athabasca, en la canadiense provincia de Alberta, contentivas del crudo pesado, y las adyacencias del venezolano río Orinoco, podemos crear un circuito donde el talento venezolano sea capaz de innovar el negocio petrolero de vocación definitivamente mundial.

El petróleo es una materia de alta sensibilidad para la opinión pública, fácil para los juegos demagógicos. Sin embargo, con la esperanza de relanzar a PDVSA, luce importante comprenderla a cabalidad en el marco de una despiadada globalización en la que – diez años atrás – nos movíamos con cierta comodidad. Significa que CITGO, por ejemplo, cumpla con todos los propósitos para los cuales fue creada y, en caso de regalar o de subsidiar energéticamente a las comunidades pobres de Estados Unidos, habría que concebir, implementar y actuar desde la cancillería venezolana a los fines de un fondo mundial o hemisférico a tales efectos, sin lesionar lo que es un negocio. Por lo demás, pondría a prueba la imaginación y la astucia de una diplomacia que no puede seguir subsidiando las ocurrencias presidenciales, con la facilidad y – debemos decirlo – entreguismo, el regalo o subsidio de recursos que no modifican ni un milímetro el cuadro político internacional.

Nada es eterno. Superaremos un buen día los problemas que hoy embargan a PDVSA.

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