Economía

Pena de muerte al hambre

Un grupo de hombres llevaba un cadáver por las calles de un pueblo cuando, de pronto, alguien les preguntó por la causa de la muerte. «Asesinato», respondió uno de ellos. «¿Murió por arma blanca o por arma de fuego?», preguntó de nuevo. «No, ha muerto en manos de un arma aún más letal. A este hombre lo ha matado el hambre».

Esta historia que cuenta Josué de Castro se repite para 5 millones de niños cada año en el mundo. A este ritmo, el hambre se habrá cobrado casi 14.000 vidas infantiles para mañana a esta misma hora, cerca de 600 para dentro de una hora, 10 dentro de un minuto y uno más seis segundos después.

La FAO, organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, advierte que la situación del hambre en el mundo, lejos de mejorar, empeora. Hoy son 854 millones de víctimas en el planeta y África el continente más castigado. Doscientos veinte millones de africanos, uno de cada tres, padecen malnutrición.

Hay casi mil millones de personas en el mundo que ni siquiera saben que son seres humanos porque no tienen qué comer. Aunque el envío de ayuda alimentaria suponga sólo una solución parcial y temporal, las 7 millones de toneladas de hoy frente a las 15 millones en 1997 dicen poco de los países donantes.

Este declive en ayudas va acompañado del incumplimiento de los compromisos de reducir la pobreza a la mitad para 2015, adquiridos en el año 2000 por los 191 países de la Asamblea de Naciones Unidas. Para llegar a esa meta, los países suscriptores de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) se habían fijado una aportación anual del 0,7% de su PIB para perseguir ocho objetivos: acabar con el hambre, alcanzar la enseñanza primaria universal, la igualdad de género, garantizar la salud materna, reducir la mortalidad infantil, el VIH y las pandemias, proteger el medioambiente y crear una asociación mundial para el desarrollo.

Acabar con el hambre implica una responsabilidad conjunta y compartida entre los países más desarrollados, los emergentes y los más empobrecidos. La comunidad internacional ha fijado el marco ideal, por medio de esos objetivos, para implementar políticas que vayan a la raíz de los factores que empobrecen a los pueblos. El mundo entero tendrá que redoblar esfuerzos para evitar catástrofes humanitarias a nivel global, peores que cualquier tsunami, terremoto, accidente aéreo o marítimo, o cualquier guerra.

El hambre es el rostro más grave y visible de la pobreza. La alimentación está en la base de necesidades de todas las personas. Sin cubrirla, será imposible aspirar a la enseñaza primaria universal de niños con malnutrición crónica y sus capacidades físicas e intelectuales mermadas. Esa educación es pilar de la creación de políticas de igualdad de género y del desarrollo de sistemas sanitarios que protejan a las madres y a los niños en situación de vulnerabilidad. Además, como afirmaba Gro Harlem Brundtland, enviada especial de la ONU para el cambio climático, la protección del medio ambiente depende de la erradicación de la pobreza porque la supervivencia para millones de personas supone destruir su entorno natural.

La explosión demográfica está en la base de la pobreza porque pone presión sobre unos recursos escasos y repartidos de manera que el 20% de la población mundial controla el 90% de las riquezas. Pero esta bomba social es también una consecuencia de las deficiencias educativas mundiales y de la falta de cambios estructurales que acojan políticas de igualdad de género y que desarrollen economías dinámicas que no dependan del número de hijos para su desarrollo.

Por eso, medir el desarrollo de los países en función del número de personas que cuentan con un dólar al día para subsistir, o atribuir el inexistente despegue de los países empobrecidos a la falta de ayudas será sólo el primer paso para acabar con el hambre, escalón fundamental en cualquier plan de erradicación de la pobreza. Las inversiones en un desarrollo endógeno, sostenible, equilibrado y global en el marco de los Objetivos del Milenio darán un paso más para devolver la dignidad a los pueblos y convertirlos en protagonistas, reducir la pobreza, evitar las migraciones masivas y frenar la explosión demográfica que entorpece todos los esfuerzos por buscar un mundo más justo.

Periodista

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