Economía

Política petrolera

(AIPE)- Debería encontrarme entre los que celebran la realización de la “II Cumbre de Soberanos, Jefes de Estado y de Gobierno de los Países de la OPEP”. Al fin y al cabo, este acontecimiento marca un nuevo hito en lo que ha sido la política petrolera venezolana por más de medio siglo; política de la cual, en alguna época, fui partícipe. Así, en mi trabajo, “Crisis Energética, Crisis Monetaria, Precios del Petróleo y OPEP” (Tipografía Sorocaima, Caracas, 1975) recomendaba al gobierno venezolano el coordinar con los socios de la OPEP una contraofensiva diplomática dirigida al “mantenimiento de OPEP”. Abogaba por la “creación de un sistema de precios con índice” y, desde luego, por la “estatización… sin más dilación”.

Pero no pasarían muchos años sin percatarme de que nuestra política petrolera estaba equivocada, que se apoyaba en la teoría de la dependencia, de inspiración marxista. Se trataba de una teoría que se satisfacía en culpar a “otros” de nuestros males. Las naciones industrializadas, en ese contexto, lo eran “gracias a la explotación de los más pobres”. La OPEP, pues, para Venezuela y los demás miembros de la organización era uno de los instrumentos que habría de servirnos para “reivindicar nuestros legítimos derechos”.

La realidad, sin embargo, comenzó a revelárseme con toda crudeza a finales de los años 70. Observamos los efectos devastadores de la cuadruplicación de los precios del petróleo en la economía mundial. Comprobamos en nuestra propia casa cuán nefasto es para una nación el pretender vivir de una renta, de la expectativa de ganar mucho y trabajar poco; de querer producir lo menos posible a cambio de la retribución más exagerada. Pero no sólo esto. Los años 80 nos enseñaron que aquellas naciones, que no le buscaban más culpable a su pobreza que su mal desempeño, podían acceder mediante el trabajo a niveles de riqueza cada vez mayores y mejor compartidos. Constatamos la distancia en aumento entre quienes, después de la Segunda Guerra Mundial, escogieron el camino del comunismo, el socialismo y el populismo, y los que prefirieron el capitalista, “con rostro humano”, como gusta decir ahora. Mientras comunistas, socialistas y populistas se hacían más pobres día a día, los capitalistas, por el contrario, se hacían más ricos. Este contraste podía notarse aún entre pueblos pertenecientes a la misma nación (las dos Coreas, las dos Chinas, las dos Cubas).

Ya en 1985, por lo tanto, en conferencia dictada en la Universidad Central de Venezuela, me manifesté decididamente en favor de una política petrolera, cuyo acento fuera el trabajo; que mediante una buena gerencia fortaleciera nuestras ventajas comparativas y competitivas en el negocio. Se trataría de una estrategia de producción y captación directa de mercados. Y de este modo, trabajando, produciendo a bajo costo, incorporaríamos en el esfuerzo a miles de empresas venezolanas existentes -o por existir- que suplieran a la industria del petróleo de la inmensa cantidad de bienes y servicios requeridos.

Una política de producción y no de renta tendría la ventaja adicional de protegernos de la “enfermedad holandesa”; de la sobrevaluación monetaria y el desestímulo que ella provoca en la producción nacional. Impulsaría un crecimiento económico sostenido, que nos colocaría entre los países desarrollados en menos de una generación; una política basada en el trabajo, un valor perdurable y sólido, y no en el precio, un elemento volátil, inestable.

Más interesa a Venezuela entrar en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y en el Mercosur que pertenecer a una organización con características de cartel. Mucho tiene que modernizarse la OPEP, y cambiar sustancialmente de métodos, para estar a la altura de las exigencias de hoy.

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* Abogado venezolano, ex presidente de Petróleos de Venezuela y presidente de Grupo Industrial CNV.

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