Economía

Por un enfoque unilateral del libre comercio

Londres (AIPE)- El fracaso de la última conferencia de la Organización Mundial del Comercio (OMC) se debió a un error intelectual crucial y ese problema nació en una reunión entre Richard Cobden y Henri Charpentiere hace 150 años.

Ambos eran hombres buenos y sabios, pero crearon el problema. Cobden estaba al servicio del gobierno del primer ministro liberal Gladstone y Charpentier era el representante de Napoleón III. Su misión era crear un área de libre comercio entre Francia e Inglaterra. Desde entonces se piensa que la liberalización comercial tiene que ser de ambos lados.

Quienes creen que el libre comercio debe ser recíproco no son liberales. Las razones económicas están a la vista. Las ventajas comparativas, el principio en que se basa el comercio internacional, funcionan sin importar los aranceles que se impongan. El comercio simplemente no tiene que ser recíproco y el empeño actual en ello es un freno a la apertura de los mercados.

Todo ese tira y encoge de las negociaciones de la OMC es una pérdida de tiempo. Lo mejor es reducir los aranceles independientemente de lo que hagan los demás países. La medida más audaz de la historia económica inglesa fue la reducción de los aranceles por parte de Sir Robert Peel. Los libros de historia se refieren a ello como la abolición de las Leyes de Granos, pero no se eliminaron sólo los aranceles agrícolas.

El primer ministro inglés Robert Peel, para horror de muchos de sus compañeros conservadores en el Parlamento, redujo todos los aranceles sin importarle lo que hacían las demás naciones. El resultado fue un salto inmenso del comercio internacional. Yo creo que la creación de una economía mundial integrada –la globalización- nació con la decisión de Peel de actuar unilateralmente. Si él hubiera esperado a conseguir concesiones de parte de otras naciones, nada hubiera pasado.

Claro que la decisión de Peel fue impopular. La Cámara de los Lores y los terratenientes estaban indignados y alarmados. Pensaban que los alimentos importados más baratos destruirían la agricultura inglesa y sus rentas personales. Todas las industrias se quejaron. El libre comercio era “injusto” y querían un campo de juego nivelado. Para entonces se utilizaban los mismos clichés que oímos repetir hoy.

¿Qué sucedió? Tan pronto se redujeron todos los aranceles, surgieron posibilidades hasta entonces no descubiertas. Se dieron cuenta que las ovejas podían ser transportadas a bajo costo desde Australia y Nueva Zelanda. Argentina aportaba carne. Estados Unidos y Canadá enviaban sus cosechas. ¿Colapsó la agricultura inglesa? No, se adaptó.

Las autoridades fiscales que temían la caída de los ingresos arancelarios pronto se dieron cuenta que el auge en el comercio internacional producía mayores recaudaciones. Esa parece ser una lección que cada generación tiene que aprender de nuevo.

Todos los países con altos aranceles exigen con mucha razón que Estados Unidos y la Unión Europea reduzcan su protección agrícola. Las subvenciones agrícolas son inexcusables. Pero todos siguen en la onda de la reciprocidad. El libre comercio es alcanzable sin estar exigiendo reciprocidad.

Tenemos dos excelentes ejemplos del éxito del libre comercio unilateral: Singapur y Hong Kong, cuyos regímenes económicos se basan en las enseñanzas de Adam Smith.

La Unión Europea es una entidad ambigua: promueve el libre comercio entre sus miembros, pero le da la espalda al comercio con el resto del mundo. Peor aún, descarga sus inmensos excedentes agrícolas en los países pobres, arruinando a los sectores agrícolas del mundo en desarrollo.

La Unión Europea es un descendiente directo de aquella fatal reunión entre Cobden y Charpentier. Tenemos que entender que la llamada liberalización recíproca no tiene nada que ver con libre comercio.

(*): Presidente del Institute of Economic Affairs.

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