Economía

Reconversión monetaria adelantada

La desenfrenada carrera por romper esquemas no está dejando tiempo ni espacio para madurar con responsabilidad los alcances de medidas lanzadas como parte del proyecto oficialista. El colectivo gubernamental en todos sus niveles está en estos momentos concentrado en la tarea de aprobar contra viento y marea la reforma constitucional, que a la hora de la verdad no es una modificación parcial de la Carta Magna, porque el texto en cuestión, no solamente condiciona, sino que mina los principios que sustentan la Constitución de 1999.

En medio de este delirio la reforma monetaria que ya la tenemos encima no sólo ha pasado a un segundo plano, como muchas otras necesidades prioritarias para el ciudadano, sino que ha comenzado a operar en forma adelantada en detrimento de los consumidores. Como un anticipo al efecto psicológico que generará la reconversión en enero, se está registrando una escalada de precios de los bienes y servicios, especialmente en los productos de la dieta diaria, y esto ocurre dentro de un clima encendido donde poco importan los intereses de los ciudadanos.

Si la política del redondeo ha comenzado ya ¿qué podemos esperar en enero 2008? cuando los precios luzcan bajitos con tres ceros menos. Si un propietario tiene a la venta un inmueble valorado en 350 millones de bolívares actuales, que en enero tendrá como precio 350.000 Bs.F, lo más seguro es que decida redondear el valor a 400.000 Bs.F. Es muy importante considerar este escenario que desencadenará una espiral inflacionaria de proporciones que afectará en este caso al sector inmobiliario y por supuesto a las familias que aspiran comprar su vivienda. Sin embargo en cualquier sector comprometido con el abastecimiento masivo de la población, y de suministro de servicios, puede presentarse este impulso.

La reforma monetaria no llega en el mejor momento como muchos otros instrumentos que hoy se están imponiendo. No ha existido el tiempo suficiente para crear una cultura hacia el cambio entre la ciudadanía, mientras las empresas en un esfuerzo contra reloj, asumiendo costos adicionales, están obligadas a adaptar sus procesos informáticos, contables, administrativos, organizacionales, financieros, y sus áreas de recursos humanos, de inventarios y de producción. Existe una especie de psicosis colectiva en la tarea por poner a buen resguardo la integridad, no sólo de las compañías mercantiles sino también del presupuesto familiar, contra acciones fraudulentas de los tradicionales pescadores en río revuelto que pueden operar en la transición, y en este sentido hay que estar consciente que cualquier error personal o tecnológico se tendrá que pagar muy caro a partir del 1º de enero del 2008.

La reconversión se instaura en un instante en que la inflación, la más alta de Latinoamérica, y el excesivo gasto público, en una simbiosis prácticamente letal, descalabran la economía y distorsionan los precios, aparte de otros ingredientes tanto o más funestos que también pesan. Por ello, en una mezcla de desesperación e incapacidad por controlar la inflación el gobierno impone la reconversión, que no es más que una variación nominal de la moneda, de manera de llevar la inflación a un dígito, lo cual en la práctica es sólo un subterfugio para ocultar pecados capitales.

Con antelación había que purgar esos pecados que han mantenido asfixiada a la economía con el propósito de estabilizarla y garantizar un clima auspicioso para la reconversión de la moneda. En este orden eran exigentes políticas macroeconómicas que como mínimo apuntaran hacia la disciplina fiscal, la reducción de la inflación, el fortalecimiento del aparato productivo, el crecimiento del empleo formal, más el equilibrio de la balanza de pagos. Ninguna de estas prioridades fue atendida. Por el contrario, las contínuas amenazas en contra de la propiedad privada, y el escenario incierto y hostil de la reforma constitucional, han disminuido el tamaño del parque productivo nacional y desviado las inversiones hacia mercados estables.

La conversión presentará ventajas en las transacciones monetarias, en el manejo de presupuestos, y en los sistemas de pago en general por la utilización de cifras más pequeñas, pero puede convertirse en un bumerang si no se complementa con las medidas macroeconómicas ya señaladas que generen “confianza” entre los ciudadanos y factores productivos, en la adaptación al nuevo signo monetario, y en las acciones para abatir la inflación alimentada por el desenfreno de las importaciones, la liquidez –que ha crecido en un 258% en los tres últimos años- , el gasto público y la ineficiencia gubernamental, a la cual se sumarán la aplicación del redondeo y prácticas especulativas en los precios.

Brasil y Argentina, los países que más han ensayado la reforma, no son los mejores ejemplos en reconversión, y de hecho tuvieron que lidiar con fenómenos inflacionarios de tres y cuatro dígitos, con el consecuente impacto sobre la economía y la sociedad. Brasil, después de intentar cambios durante 17 años, en seis procesos de reconversión, eliminando una docena de ceros, logró salir airoso en 1994 con el “real”, porque subsanó los factores adversos que asfixiaban a la economía.

Es de esperar que el Estado con su frondosa burocracia cuente con los dispositivos necesarios para hacer frente a lo que viene, explicando como va a fortalecer la moneda, desarrollando campañas de educación y defensa del consumidor, y por otra parte escuchando las voces de los estudiosos en materia monetaria para corregir las fallas y omisiones de nuestra enferma economía. De lo contrario no tendrá justificación alguna la medida, ni los millonarios gastos que implica su aplicación, y pasaremos las próximas décadas en la tarea de seguir quitando ceros.

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