Economía

Sin alternativas frente a la crisis

Sin reformas económicas sustanciales hasta hoy, la economía mundial sigue enfrentada a la crisis económica internacional y ésta ha puesto en jaque a quines deben tomar las decisiones en materia de política económica para contenerla. Mientras en la Unión Europea (UE), los gobiernos están pensando en imponer un impuesto a las transacciones en los mercados financieros y llevarlo a escala planetaria a través del Grupo de los 20 (G20), sin que hasta hoy el sistema financiero internacional haya sufrido grandes transformaciones.

En tanto, los países se ven enfrentados al dilema de seguir apoyando la recuperación económica con los planes de estabilización o estimulo económico, que apoyan la demanda agregada de la economía y el consumo interno, o los planes de ajuste al más bárbaro estilo de aquellos que el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) impusieron a los países de América Latina en los años oscuros de los ochenta, que restringen el gasto público e imponen nuevos gravámenes a la economía.

Estos últimos, impuestos con el fin de contener la hiperinflación, frenar los desequilibrios y hacer que los países pagaran sus deudas, pulverizando el gasto público hasta su aniquilación, haciendo aumentar la pobreza en la mayoría de los países del subcontinente, que se vieron enfrentados al pago de altas tasas de interés por su deuda externa y a la reducción de los precios de sus materias primas, incluido el petróleo, de las que dependía la mayoría de sus ingresos.

En esos años, hablar del intercambio desigual era desafiar las políticas neoliberales y monetaristas del FMI y del BM, apoyadas por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, quien puso fin en Inglaterra al “Estado del Bienestar” y multiplicó los pordioseros en las calles. En una época donde se vendían materias primas baratas a los países ricos y ellos cobraban altas tasas de interés por el capital.

Hoy, no son las países en vías de desarrollo las principales víctimas de esta crisis originada en los Estados Unidos de América, ni los que se ven obligados a adoptar medidas draconianas para reducir sus déficit públicos y pagar sus deudas, no; los países latinoamericanos aprendieron la experiencia del pasado y se han distanciado del FMI y del BM, estos saben del peligro de volver a caer en sus manos y algunos de sus gobiernos están consientes, de que en décadas financiaron el desarrollo de los países desarrollados.

La crisis actual ha sido el resultado de las contradicciones surgidas en más de 30 años de intentos por sujetar al Estado a los intereses del mercado, por desmantelarlo, arrinconarlo y desaparecerlo antes que la sociedad haya madurado lo suficiente para ello. Irónicamente, pese al odio contra el Estado, ha sido este el que ha salvado del colapso a la economía de mercado, al sistema capitalista mundial en su etapa actual de desarrollo, el cual ha rescatado empresas y bancos, cuando las mano invisible fue incapaz de restablecer los equilibrios y castigar a los estafadores de Wall Street.

Curiosamente, cuando los países desarrollados se disponían a seguir desoyendo el reclamo de reformar a la economía mundial y trabajar en un nuevo orden económico internacional, donde curiosamente el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, pareciera ser el único que tiene consciencia de la necesidad de hacerlo, no son las empresas y bancos los que están en crisis, sino las finazas de los estados, lo que hace necesario definir el nuevo rol del mercado y del Estado en la economía mundial; pero no se trata se trata de optar por el socialismo o el capitalismo, sino entender que no se puede superar la crisis con las viejas recetas y es momento de construir nuevas reglas, de manera coordinada entre los países, considerando la interdependencia de las economías.

La opción europea de buscar reducir los déficit públicos a ultranza, aumentando impuestos y recortando gastos, o la estadounidense y del FMI de seguir estimulando el consumo, como opción para superar la crisis, no son hoy, necesariamente las mejores para reencontrar la senda del crecimiento; a la larga, por la interdependencia, medidas opuestas bajo un mismo contexto, harán un corto circuito, retardando la recuperación.

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