Economía

Un futuro energético con energía renovable

En diversos reportajes y documentales televisivos, así como en las revistas especializadas, se nota claramente que los países avanzados se están dirigiendo firmemente hacia un futuro donde sus necesidades energéticas serán satisfechas mayormente de fuentes renovables. Esta tendencia se debe esencialmente a dos hechos importantes. Por una parte está la creciente inestabilidad en el Mediano Oriente, de donde proviene la mayor parte de los hidrocarburos consumidos en el mundo Occidental, lo que hace aumentar la inseguridad en los suministros de crudo y sus derivados. Por otra parte, está la necesidad perentoria de reducir las emisiones de gases de invernadero que se lanzan a la atmósfera, producidos al quemar los distintos combustibles fósiles, y que están causando un notable calentamiento del ambiente, con todas sus nocivas consecuencias para la ecología mundial, a corto y largo plazo.

Geopolítica, terrorismo y petróleo

En cuanto al primer factor, se ha hecho evidente que no se puede confiar en el abastecimiento de petróleo de los países petroleros del Mediano Oriente, en vista de la guerra que se libra en la región contra el terrorismo, así como por la compleja crisis de Palestina, que amenaza con perpetuarse con el tiempo y se entrelaza con el terrorismo extremista islámico. Ya en el pasado se han producido dos embargos petroleros, y a veces ciertas naciones se han negado a suministrar petróleo por razones políticas, sea por rotura de relaciones con naciones occidentales, sea por solidaridad con causas nacionalistas. Asimismo, una guerra con Iraq podría acarrear alineaciones imprevisibles, según el curso de los acontecimientos.

Y aunque EE.UU. y los países europeos tratan de diversificar sus fuentes tratando de encontrar petróleo en otras partes del planeta, sigue existiendo una alta dependencia del petróleo procedente de países islámicos, en los cuales se está notando una creciente inestabilidad política debido al avance del fundamentalismo religioso, con sus implicaciones en el área política. Un empeoramiento de las crisis de gobernabilidad y disputas territoriales en la región, o el acceso al gobierno de facciones extremistas, son factores que pueden no sólo amenazar el suministro de crudos y productos, sino provocar una súbita alza de precios. Todo esto atentaría contra la recuperación económica del mundo, todavía grandemente entorpecida por los eventos del 11-S-01 y otros ataques terroristas contra intereses occidentales o gobiernos que colaboran con Occidente en la lucha contra el terrorismo como Pakistán, Turquía, Indonesia y Filipinas.

La misma intranquilidad y paranoia generada por el terrorismo, ha reducido sensiblemente el turismo mundial -con sus efectos en la industria hotelera y el transporte aéreo, marino y terrestre– mientras muchas inversiones industriales y comerciales esperan por mejores tiempos y causan una creciente ola de despidos y quiebras, que a su vez incrementan la inestabilidad social, especialmente en los países del tercer mundo, creando un círculo vicioso difícil de romper. El consumo de petróleo también se ha estabilizado, lo que confirma que las economías siguen estando en una etapa recesiva, pues en tiempos normales la demanda energética crece a la par del crecimiento económico. A esta indeseable situación ha contribuido mucho el alto nivel de los precios del crudo, causado artificialmente por los temores de guerra en Iraq así como por la permanente conflictividad en la región Palestina. Recientemente, una potencia petrolera como Rusia, se ha unido a las naciones asoladas por el terrorismo, debido a la guerra con los separatistas chechenos, de obvia inspiración fundamentalista, y que ellos califican de terroristas con mucha razón, debido a los trágicos eventos escenificados en Moscú en diversas oportunidades.

La ecología, factor decisivo

En medio de toda esta turbulencia política e inestabilidad económica, sigue confirmándose cada vez más el nocivo efecto de los gases de invernadero en el recalentamiento ambiental, lo que implica que hay que ir reduciendo rápida y gradualmente las emisiones de estos gases a la atmósfera, de otro modo seguiremos sufriendo los embates del clima en la forma de inundaciones y sequías siempre más severas, con todas sus consecuencias en materia de seguridad alimentaria, dislocación de especies vivientes y éxodo de masas rurales a las congestionadas ciudades. Para no reducir la calidad de vida de la gente, los países avanzados no han visto otra alternativa que acudir a las fuentes menos contaminantes, esencialmente las energías solar, eólica, geotérmica, oceánica y de biomasa, así como el aprovechamiento del hidrógeno en el transporte terrestre mediante las celdas de combustible.

Las fuentes mencionadas vienen usándose –en pequeña escala– en muchos países desde hace varias décadas, pero el bajo precio del petróleo no las ha desarrollar al nivel que merecen. Ahora, con el aumento de los precios –que podrían quedar consistentemente a niveles por encima de los 20 dólares por barril en el futuro previsible– se está notando un creciente interés en los mismos y ya muchos países están usando fuentes renovables con una intensidad que no era posible hace apenas unos años, lo que indica que ya pueden competir con los combustibles fósiles y hasta con la energía nuclear en términos de rentabilidad y seguridad.

Así, vemos como en Canadá –aún siendo una potencia petrolera de mediana magnitud– se están instalando muchas turbinas eólicas, especialmente en su región occidental, que proveen electricidad a poblados y granjas a un costo competitivo, mientras se instalan paneles solares en los techos de muchas edificaciones, que al menos proveen el calentamiento necesario en invierno o el aire acondicionado requerido en los meses de verano. Con su intensa industria maderera, en Canadá se recicla la mayor parte del aserrín producido en los aserraderos, usándolo no sólo para fabricar planchas de madera aglomerada, sino para la generación de vapor que calienta radiadores y produce electricidad, complementando la energía de los combustibles fósiles.

Lo mismo se hace en Brasil con el bagazo de la caña usada para producir los alcoholes que complementan los combustibles líquidos para uso automotor. Asimismo, en algunas ciudades con actividad geotérmica cercana, se perforan pozos a medio centenar de metros para extraer vapor o gases calientes que aprovechan el calor almacenado en la tierra y así mantienen funcionando sistemas de aclimatación de ambientes cerrados sin quemar combustibles de ningún tipo. En Dinamarca, gran parte del calentamiento necesario en invierno proviene de la quema de desechos de papel y tela, separados y reciclados de la basura residencial y comercial por los mismos ciudadanos, evitando así que se use carbón o combustóleos –ambos altamente contaminantes— para el mismo propósito. Lo mismo sucede en India y Vietnam, donde los desechos orgánicos provenientes de la actividad pecuaria –o sea, excrementos humanos y de ganado– se hacen fermentar para producir gas metano que alimentan las cocinas y calentadores de agua, todo con el fin de evitar la quema de madera de los bosques y ahorrar divisas.

En Inglaterra, desde hace décadas se utiliza este mismo gas metano – un subproducto de la purificación de las aguas servidas— para generar la energía necesaria para mover las bombas de circulación y otras máquinas, obteniendo así agua potable y una menor contaminación de los ríos y mares. Mientras tanto, en Alemania, donde ya no se contará con la energía nuclear en pocos años, se está instalando baterías de turbinas eólicas que proveerán una parte significativa de sus necesidades eléctricas. En la vecina Holanda, los techos de las nuevas edificaciones están provistos de paneles solares en lugar de las tradicionales tejas impermeables. Y en Noruega, se incentiva el uso de turbinas eólicas –ya se instaló W de generación eléctrica– para no gastar innecesariamente los rentables hidrocarburos que produce. Es interesante constatar como en países petroleros como Canadá, Inglaterra y Noruega, o gasíferos como Holanda, se establecen programas para el uso de energías renovables a pesar de contar con un suministro energético interno.

Vehículos y conservación ambiental

Pero siendo el sector automotor el que usa la mitad de los combustibles fósiles –y por ende, la mitad de los gases de invernadero– se está intensificando el uso de combustibles alternos para sustituir la gasolina y el gasóleo como fuentes de energía en los motores de vehículos. La contaminación del aire en las ciudades sigue siendo un problema álgido que se suma al de la producción simultánea de gases de invernadero, algo que sólo se puede remediar con el uso de carros eléctricos, con motores muy eficientes o que queman combustibles poco contaminantes. En este sentido se ha incentivado el uso de gases poco contaminantes en los motores (gas natural comprimido y gas licuado), o mediante la incorporación de diferentes proporciones de sustancias (alcoholes, éteres, aditivos) a los combustibles líquidos, mientras se ha exigido gradualmente un aumento de la eficiencia de los motores (kilometraje por litro), aunque no con la urgencia que merece un problema tan importante como la polución ambiental. En particular, el actual gobierno republicano de EE.UU. ha sido poco exigente en estos aspectos, dando un mal ejemplo a otras naciones que generalmente siguen las tendencias estadounidenses en esta materia.

De todos modos, ya se producen comercialmente autos con motores eléctricos en muchas partes del mundo desarrollado, que recargan sus baterías en sus sitios de trabajo de día, o en sus casas de noche. Sin embargo, esta práctica sigue siendo contaminante, ya que se usa la energía eléctrica generada en otras regiones, a menos que ésta se produzca de fuentes hidroeléctricas o geotérmicas. Por esto, se está recurriendo a autos impulsados por motores eléctricos autónomos, o sea que su energía proviene de las “celdas de combustible” (fuel cells), que utilizan el hidrógeno como fuente primaria y produce sólo vapor de agua y electricidad como productos. Estos ingeniosos aparatos consisten en una serie de baterías compactas (distintas a las convencionales de plomo-ácido), que producen y almacenan electricidad suficiente para mover los motores eléctricos que mueven las ruedas, usando metanol o gas metano –y eventualmente incluso gasolina– para producir el hidrógeno necesario para generar electricidad dentro de las celdas.

Esta no es una novedad, pues la tecnología se conoce desde hace varias décadas, pero últimamente la misma industria automotriz se ha dedicado a desarrollarla, y ya se producen vehículos “híbridos” (Toyota, Chrysler-Benz) con este tipo de fuente motriz, pero que tienen al mismo tiempo pequeños motores a gasolina para períodos de alta exigencia, como en el arranque o a altas velocidades. Asimismo, los cuatro principales fabricantes de vehículos se han comprometido a tener un modelo comercial con celdas de combustible para el año 2004, algo que está a la vuelta de la esquina. Además de su uso en el transporte, estas celdas pueden usarse para almacenar la energía sobrante de sistemas hidroeléctricos y convertirla en electricidad cuando se la necesite, aprovechando así al máximo esas fuentes renovables y poco contaminantes. (En el fondo todo uso energético es contaminante en cierto grado, por más “limpia” que sea la fuente usada.)

El pétróleo pierde importancia

Todo esto indica que el mundo avanza gradualmente hacia la era en que los combustibles convencionales se reservarán sólo para motores antiguos o para alimentar plantas geotérmicas que suplen las horas pico, además de su uso tradicional como materia prima para la industria química y petroquímica, o sea para elaborar plásticos, gomas, solventes, lubricantes y asfaltos. Se prevé que para mediados de siglo, el petróleo y el carbón suplirán una parte minoritaria de las necesidades energéticas, y para fines de siglo el uso de los hidrocarburos estará limitado sólo a las aplicaciones arriba mencionadas, en una tendencia que se acelerará mediante leyes apropiadas o por incentivos comerciales según las circunstancias y la opinión pública de cada país.

Precisamente, no se ha ido a una velocidad mayor en esta sustitución de fuentes energéticas, debido a que todavía el petróleo es relativamente abundante y barato. Por ejemplo, Canadá subsidia la investigación en materia petrolera, debido a que tienen grandes depósitos de arenas y esquistos bituminosos, y ayuda poco a la industria de energías renovables. Lo mismo hacen otras naciones petroleras o con industrias automotrices que dependen mucho de los motores convencionales, o de fuentes alternas como la nuclear, aunque esta última fuente está en desuso desde el accidente de Chernobyl por los grandes riesgos que implica.

Pero los últimos acontecimientos en materia geopolítica están cambiando esta situación, pues los países avanzados no pueden soportar por mucho tiempo los altos precios del petróleo, ya que aumenta sus tasas de inflación y reduce las inversiones. No olvidemos que las naciones avanzadas están acostumbradas a tasas moderadas de inflación y cualquier aumento de precios de los combustibles tiene repercusiones políticas, como bien lo ha comprobando el gobierno estadounidense en diversas ocasiones.

Ahora que la tecnología de fuentes renovables está relativamente madura y es rentable comercialmente –y las leyes ambientales obligarán a reducir el uso de combustibles fósiles o limitar sus emisiones– seguramente se irá adoptando gradualmente las nuevas fuentes energéticas a mediano plazo. Todo esto tiene implicaciones transcendentes no sólo para los países avanzados y el ambiente global, sino para los países petroleros, especialmente los altamente dependientes en sus rentas petroleras para sus ingresos fiscales. El petróleo dejará de ser, eventualmente un producto indispensable y no se podrá jugar mucho con el precio del crudo o con su suministro como arma política. Con una relativa independencia energética debido a su tecnología, los países avanzados seguramente continuarán progresando a paso más firme, sin los altibajos que les ha impuesto la incertidumbre en el suministro petrolero. Por otra parte, esta nueva realidad afectará seguramente las relaciones geopolíticas y los países petroleros perderán la influencia y el peso específico que han disfrutado en la segunda mitad del siglo XX.

Por estas razones, los países árabes productores de petróleo tendrán que adaptarse a los nuevos tiempos y reducir su derroche de recursos para atender las necesidades de su población, que todavía aumenta a tasas poco convenientes. Lo mismo deberán hacer otros países asiáticos, africanos y latinoamericanos que producen petróleo, acelerando su transición a economías no petroleras mediante la diversificación de sus economías, conscientes que la era del petróleo llegará eventualmente a su fin, tarde o temprano. Sin embargo, el viscoso y oscuro líquido y sus gases asociados siempre revestirán cierta importancia por su uso como materia prima insustituible en la petroquímica, cumpliendo así su vital papel conservacionista de productos naturales como la madera, el caucho, los metales e incontables productos químicos, o como fuente de gases combustibles relativamente “limpios” como el metano y el propano.

Opciones convenientes para Venezuela

En un país como Venezuela, que por su relativo desarrollo en el campo tecnológico conoce estas tendencias, se impone una toma de conciencia para acelerar la diversificación de su economía para no depender tanto de la renta petrolera y sufrir los embates de la fluctuación en los precios o las consabidas presiones geopolíticas. Tomando el ejemplo de otros países petroleros, y a pesar de su abundancia de combustibles líquidos, debería acometer un vasto programa de sustitución de éstos por fuentes renovables, al menos para ahorrar los productos que ahora se malgastan en la generación de electricidad en plantas termoeléctricas, de modo que pueda disponer de ellos para la exportación, en vista de las cuotas limitantes que impone la OPEP. La asociación con este cártel también debería ser revisada periódicamente para ajustarla a las necesidades nacionales, pues no vale de mucho pertenecer a un ente que pierde terreno cada año y que ya no puede dictar los precios a su antojo por suplir menos de la tercera parte de la demanda mundial de crudo.

Perteneciendo al Hemisferio Occidental y teniendo a sus principales socios comerciales en el continente, es lógico que se pueda aprovechar esta ventaja para acordar una relación más cercana con grandes países consumidores como EE.UU. y Brasil, sin estar limitado por las restricciones de producción de la OPEP. Si países como México; Noruega y Rusia toman ventaja mediante relaciones flexibles con sus socios comerciales, luce sensato que Venezuela pueda hacer lo mismo sin perder los beneficios que le concede el cártel. De todos modos, el mantenimiento de los precios depende mucho de factores coyunturales fuera del control de dicha organización, factores a menudo dependientes de los proveedores con mayores reservas y capacidad de producción, entre los cuales Venezuela no se toma muy en cuenta, mayormente por sus limitaciones de producción y la calidad de sus reservas, todavía consistentes esencialmente de crudos pesados de refinación costosa.

Esta actitud flexible significa tener una mayor autonomía en materia de renglones, precios, plazos y suministro, sin utilizar el petróleo como un arma geopolítica, mientras se amplía convenientemente la capacidad de producción para reaccionar rápidamente ante oportunidades de mercadeo que se puedan presentar una vez que se reactive la economía mundial. En suma, conviene mantener un enfoque muy mercantil como lo hacen las grandes empresas trasnacionales, actitud que debería mantenerse también en cuanto a sus relaciones con el estado, para no afectar la capacidad de crecimiento ni ajustar sus finanzas a las necesidades fiscales. Una empresa robusta y seria, sin los vaivenes que le impone la política interna, es la mejor garantía de que PDVSA pueda conservar su rentabilidad y cumplir con sus objetivos estratégicos y metas anuales.

Por la misma razón, debería acelerarse el programa de uso automotor de gas natural comprimido (GNC), también para aliviar la contaminación ambiental que sufren las grandes ciudades. Junto con estas medidas, debería incentivarse la conservación mediante campañas para evitar el desperdicio energético, que incluirá la concientización del público para acometer la entonación de motores, la presión justa en los neumáticos, el uso de lubricantes adecuados, el mantenimiento oportuno y la preferencia de autos compactos en lugar de los “devoradores de gasolina” que nos ha impuesto la cercanía con Norteamérica. Para que funcione, esta campaña debería estar acompañada por una gradual apreciación del precio de los combustibles, pues mientras sean tan baratos se tenderá a derrocharlos. El argumento de que somos un país petrolero y por eso podemos darnos el gusto de tener gasolina barata (subsidio que pagan finalmente todos los ciudadanos, por afectar los ingresos fiscales), colide tanto con la tendencia conservacionista a nivel mundial como con la necesidad de no malgastarlos para que puedan exportarse. El mensaje clave debería ser que “un litro ahorrado es un litro exportado ”. En fin, debería evitarse hacer un populismo politiquero con un producto tan valioso como el petróleo, fuente de muchos males como pudimos ver, pero al mismo tiempo el soporte básico de nuestra economía y el motor de todo desarrollo concreto en el futuro previsible.

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