Economía

Una década después del caos: reflexiones sobre la crisis de las Hipotecas Subprime

Por: José Miguel Farías – Rendivalores

A diferencia de 1929, en que una actividad crediticia desenfrenada para la compra de acciones en un mercado bursátil que subía vertiginosamente contribuyó a la crisis financiera conocida como la “Gran Depresión”, la causa principal de la crisis financiera de 2008 fue el rápido crecimiento de las hipotecas subprime y otros valores inmobiliarios que se abrieron paso en los balances de grandes instituciones financieras excesivamente apalancadas.

Cuando el mercado inmobiliario cambió de signo y los precios de estos títulos se desplomaron, las firmas que habían tomado dinero a crédito fueron arrojadas a una crisis que envió a algunas a la quiebra, a otras a fusiones obligadas con firmas más sólidas y a otras en busca de capital que asegurara su supervivencia.

Diversos inversores abrazaron a estos títulos hipotecarios de alto rendimiento, con el convencimiento de que la Gran Moderación (el nombre que los economistas dieron al asombrosamente largo y estable período económico que precedió a la Gran Recesión) y la «red de seguridad» de la Reserva Federal, habían rebajado sus riesgos de impago de forma significativa. No obstante, la proliferación de estos títulos se aceleró cuando las principales agencias de calificación, como Standard & Poor’s y Moody’s concedieron a estas hipotecas subprime las calificaciones más altas.

Esto permitió que cientos de miles de millones de dólares de títulos basados en hipotecas se transaran a nivel mundial a fondos de pensiones, municipios y otras organizaciones que sólo demandaban inversiones en renta fija de la más alta calidad. Asimismo, muchas firmas de Wall Street que estaban buscando altos rendimientos fueron seducidas por sus calificaciones AAA.

Aunque algunos dan por sentado que fueron los bancos de inversión los que forzaron a las agencias de calificación para que éstas otorgaran a dichos títulos las calificaciones más altas, y así los bancos podrían aumentar el mercado de potenciales compradores, lo cierto es que estos valores fueron calificados de acuerdo con unas técnicas estadísticas muy similares a las utilizadas para evaluar otro tipo de títulos. Por desgracia, estas técnicas no eran apropiadas para analizar las probabilidades de impago en un mercado de viviendas donde los precios se pusieron por las nubes muy por encima de sus valores fundamentales.

El traspié de las firmas de calificación en su valoración de los títulos asociados a las hipotecas -por el visto bueno del establishment político al esparcimiento de la propiedad de la vivienda, y por la falta de vigilancia por parte de los organismos reguladores esenciales, en especial la Reserva Federal – provocó una desproporción en el apalancamiento que también estuvo motivado por el descenso del riesgo que tuvo lugar durante el extenso período de estabilidad financiera que precedió a la crisis financiera.

Pero fueron los altos directores de muchas de las firmas financieras, a quienes se debió responsabilizar de la situación. No fueron capaces de darse cuenta de las amenazas que se cernían sobre sus firmas una vez que finalizó el auge inmobiliario y traspasaron su responsabilidad de evaluar riesgos a unos técnicos que manejaban unos programas estadísticos defectuosos.

De igual forma, el apogeo de la crisis financiera también destruyó el mito cada vez más popular durante la presidencia de Alan Greenspan al frente de la FED, de que la Reserva Federal podía ajustar la economía y eliminar el ciclo económico. No obstante, a pesar de su inhabilidad para darse cuenta de que se estaba fraguando la crisis, la Reserva Federal actuó con rapidez para garantizar la liquidez y evitó que la recesión fuera bastante más profunda de lo que se proyectó).

La reflexión más importante de la a crisis financiera de 2008 puede ilustrarse a través de la siguiente analogía: no hay duda de que las mejoras en el campo de la ingeniería han conseguido que el automóvil sea ahora un vehículo más seguro que cincuenta años atrás. Pero esto no significa que el automóvil sea seguro a cualquier velocidad.

Un pequeño bache en la carretera puede provocar la pérdida de control del vehículo más avanzado que circula a 190 kilómetros por hora, del mismo modo que le ocurría a un modelo antiguo cuando iba a 130 kilómetros por hora. Pero el apalancamiento llegó a ser demasiado grande y todo lo que hizo falta fue un inesperado aumento en la tasa de impagos de las hipotecas subprime -el bache en la carretera- para que la economía fuera catapultada hacia una crisis.

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