Economía

Venezuela celebra su fracaso

(AIPE)- Para cualquier gobierno latinoamericano el hecho de fungir de anfitrión en una cumbre de jefes de Estado de naciones de tres continentes representa un triunfo diplomático digno de celebrarse por todo lo alto. No son nuestros dirigentes los únicos que disfrutan al traspasar las fronteras del mundillo político local, y es indudable que el hecho de pertenecer a la OPEP le otorga a nuestro país una posición relevante en el contexto de la diplomacia internacional. Sin embargo, arriesgándome a ser tildado de aguafiestas, debo señalar que al celebrar con bombo y platillos los 40 años de la OPEP, estamos en realidad celebrando el cuadragésimo aniversario del inicio de la decadencia económica venezolana.

El ministro de Energía Juan Pablo Pérez Alfonzo fue sin duda un venezolano ilustre. Nadie discute su patriotismo e integridad personal. Pero fue también un hombre profundamente equivocado. En 1960, cuando Pérez Alfonzo y Rómulo Betancourt dan inicio a la política petrolera que siguieron todos los gobiernos desde ese momento, las exportaciones petroleras venezolanas representaban el 60% del comercio mundial de hidrocarburos y los países árabes representaban apenas un complemento de cierta importancia para algunos países europeos. Las inversiones de las empresas petroleras en nuestro país eran de tal magnitud que éstas superaban la suma de toda la inversión extranjera en el resto de Suramérica. En un país de sólo seis millones de habitantes, más de diez mil hombres trabajaban en áreas relacionadas a la exploración petrolera y, a pesar de los descubrimientos de grandes yacimientos en el Medio Oriente, Venezuela, por su ubicación geográfica, lejana de áreas de conflicto internacional, mantenía un futuro brillante para las inversiones en producción y refinación de hidrocarburos.

Y fue en ese momento cuando, en nombre del gobierno presidido por Betancourt, Pérez Alfonzo anunció al mundo que nuestro país ya no otorgaría más concesiones. El resultado fue la inmediata paralización de las inversiones petroleras en el país. Adicionalmente, las empresas petroleras decidieron repatriar sus fondos para dedicarlos a inversiones en otras latitudes. Esto provocó una enorme restricción de la liquidez, con la consecuente elevación de los intereses. Todo lo anterior, aunado a la crítica situación política, provocó la crisis bancaria de 1961 y la primera devaluación del bolívar desde 1870. Arturo Uslar Pietri, en su debate televisado con Pérez Alfonzo en 1963, hizo amplia referencia a los graves perjuicios que la política petrolera trajo al país en esa etapa inicial de la democracia.

Desde 1960 a 1973, los precios del petróleo disminuyeron continuamente en valores reales, producto de las nuevas concesiones que durante esos años otorgaron los países árabes e Irán. La participación del mercado venezolano bajó del 60% a menos del 30% una década más tarde, y a sólo 4% hoy. La actividad petrolera en nuestro país jamás recuperó el ímpetu que llevaba hasta 1960. Sólo fueron los factores políticos relacionados con la guerra del Yom Kippur, unidos a un período de auge de la demanda, lo que llevó, temporalmente por una década, a un repunte significativo de los precios. Basta leer cualquier biografía de John D. Rockefeller para entender que los ciclos de auge y caída de los precios del petróleo vienen ocurriendo desde el siglo pasado. El ‘momento estelar de la OPEP’ a mediados de los años 70 no fue otra cosa que la ocurrencia de un fenómeno clásico para el ‘commodity’ llamado petróleo.

Aún hoy, las grandes empresas petroleras le anuncian al mundo que sus inversiones en exploración y producción no aumentarán significativamente, ya que ellos esperan una caída de los precios en el mediano plazo.

Lamentablemente nuestros dirigentes continúan confundiendo sus afinidades ideológicas con nuestros intereses nacionales. Si Venezuela hubiera mantenido una política de apertura a las inversiones petroleras desde 1960, nuestra participación de mercado no hubiese disminuido de forma tan drástica y nuestra producción probablemente habría llegado a un nivel de seis o siete millones de barriles. Ese nivel de producción venezolana habría implicado que los precios mundiales jamás habrían llegado a los picos de principios de la década del 80, pero también habría implicado que nuestro país habría vivido un gran auge de inversiones, en lugar de un auge de gasto público, como efectivamente ocurrió. En este momento estamos de nuevo ante una encrucijada. ¿Desarrollaremos nuestra industria petrolera a su máxima capacidad generando riqueza a través de las inversiones o, por el contrario, repetiremos los errores del pasado?

Nuestra dirigencia política debe analizar si el propósito de la gestión pública es el de lograr relevancia para nuestro país en el ámbito de la diplomacia internacional o si es conseguir el mayor nivel de bienestar para el mayor número de compatriotas.

*Dirigente empresarial venezolano.

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