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El bodeguero que vendía petróleo

La gerencia actual de PDVSA es, por un margen grande, el único ente ligado al sector público que tiene claro lo que significa dirigir un negocio en tiempos de globalización. Haber hecho cosas como promover un plan de expansión para producir 6 millones de barriles diarios en 10 años, tratar de explotar al máximo nuestra fortaleza energética con la ayuda del sector privado, penetrar mercados extranjeros y expandir otras áreas del negocio energético; son definitivamente acciones positivas. El mismo halago, sin embargo, no puede decirse del accionista de PDVSA.

Por un lado PDVSA hace bien, muy bien las cosas, y por la otra el dueño de las acciones de PDVSA (el Estado) no sólo incumple con sus funciones elementales (seguridad, justicia, protección de fronteras e infraestructura) sino que torpemente sacrifica la única función que cumple: recolector de fondos y pagador de deudas, poniendo en riesgo las ganancias del futuro.

Así, por ejemplo, el gobierno pagará una parte de la deuda laboral mediante el uso de los 2 mil millones de dólares que habían ingresado a PDVSA por pago de derechos de los inversionistas en la tercera ronda de contratos operativos. Pero cuando uno considera que la deuda laboral suma 8 mil millones de dólares y que este año el Estado debía pagar 4,6 mil millones de dólares por motivo de prestaciones sociales, el signo de interrogación se nos ilumina en la cabeza. Y uno podría preguntarse varias cosas: si PDVSA no hubiese promovido esa ronda petrolera, ¿ de dónde hubiese obtenido el Estado esos fondos? ¿ de dónde sacarán los otros 2,6 mil millones de dólares? ¿ no se dieron cuenta que si el ingreso no se vuelve ganancia no podrán cobrar impuesto sobre la renta (ganancia)?

En cualquier caso, más allá de estas interrogantes -que son irrelevantes frente a un Estado (y un gobierno…sobre todo este) que ha ganado concursos de ineficiencia- alarman las consecuencias que en el mediano plazo puede crear la «genial» idea de usar los ingresos de la apertura petrolera para pagar deuda. Y ni se diga las que se relacionan con el tema del aumento de la gasolina.

El accionista de PDVSA no exige que se aumente el precio de la gasolina que se consume en Venezuela por razones gerenciales. Que va. Se trata de apetito por mas ingresos a fin de cubrir los gigantescos gastos del Estado. Entonces el accionista se apropia de todo el dinero proveniente de venta de gasolina y deja a la compañía que lo produjo con toda la carga financiera que implican los costos de producción. Lo estúpido de actuar así es que tarde o temprano esas pérdidas deberán ser cubiertas por el accionista. Y en el caso del Estado eso significará que no sólo va a tener que inyectar fondos a ese negocio del que obtiene buena parte de su dinero, sino que el dinero a invertir deberá restarlo de lo que usa para pagar sus deudas. O sea toda una «viveza criolla».

Lo lógico en una compañía competitiva en un país normal, es que los accionistas no anden apropiandose de cuanta moneda ingresa a la tesorería de la compañía, ni anden provocando que se aumente el precio de un producto a cuenta de que tienen una deuda y no encuentran la forma y manera de pagarla. La racionalidad impone que si los accionistas de una compañía desean competir en el mundo, deben permitir que los fondos sean administrados por la gerencia, que se cubran costos, que se reinvierta en el crecimiento y que al final del ejercicio se repartan las ganancias. Cuando eso no sucede, y los ingresos, más no las ganancias, son repartidas inmediatamente a los accionistas, lo más probable es que estos deban asumir pérdidas, o sacrificar inversiones, o incurrir en deudas o reinvertir fondos, o extinguir la compañía. Lo que pasa en Venezuela con PDVSA y su accionista es algo así.

Claro, también existen negocios pequeños con vocación de seguir pequeños que se pueden dar el lujo de confundir ingresos con ganancias. En esos negocios, la identificación entre el patrimonio de la empresa y el del dueño, y la pequeña escala de sus operaciones permiten que cuanto ingreso a la caja, vaya de una vez al bolsillo del dueño. Pero si el negocio pretende ser grande y competir y ganar en varios mercados, debe someterse a ciertas reglas, a la racionalidad y al profesionalismo. No hacerlo es la receta para el fracaso y la frustración.

En Venezuela, aceptar que cuanto ingrese a PDVSA vaya inmediatamente al bolsillo del Estado no tiene sentido, ni es normal. Tarde o temprano la compañía verá afectada su eficiencia. Y de algo que hubiese podido ser el primer vagón del tren de la economía venezolana sólo quedará una «bodega». Por ahora todo indica que PDVSA actúa con tino, pero su accionista sin duda que actúa como un «bodeguero».

Omar Enrique García-Bolívar
Profesor UCAB

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