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En torno al enigma Irene Saez

Qué aporta Irene?

Los ya numerosos artículos publicados en la prensa nacional en torno a Irene Sáez tienen una falla. Ninguno se ha hecho la pregunta clave: qué aporta a la política venezolana Irene? La respuesta es sencilla pero llena de implicaciones. Irene aporta esperanza y confianza. A estas alturas del juego, y en vista del cúmulo de frustraciones que arroja como saldo la democracia puntofijista, un gran número de venezolanos anda en busca de un cambio real y pacífico. Si no estuviese Irene allí, sería necesario inventarla, pues es la única figura en nuestro universo político vista con esperanza por mucha gente. Tal vez surjan otras más adelante, no lo sabemos. Por ahora, no obstante, Irene encarna la esperanza. Esto es muy importante para una democracia casi aplastada bajo el peso del desencanto popular.

La gente no está interesada en un profesor de ciencia política o en un académico de la historia como su próximo Presidente. La gente está interesada en una persona que suscite su confianza. En medio de la incredulidad predominante, Irene despierta el afecto de mucha gente. Y quién ha dicho que las emociones no son relevantes en política democrática? En la política, como en la vida misma, sin emoción no hay nada, y un líder que sea capaz de generar afecto genuino entre la gente cuenta con un arma muy poderosa: cuenta con capacidad de convocatoria, un factor fundamental que elude, al menos por los momentos, a todos los dirigentes con ambiciones presidenciales en Venezuela, con la única excepción de Irene.

Se habla de Irene como un «mito», pero no se aclara que los mitos son necesarios para una sociedad. Los mitos son aquéllo en lo que la gente cree, lo que la identifica y por lo que está dispuesta a comprometerse. Una sociedad sin mitos es una sociedad que no cree en nada ni en nadie. La relevancia de los mitos no tiene que ver con su verdad o falsedad, sino con la función que cumplen. Irene Sáez está cumpliendo un papel clave en esta sociedad de «dirigentes» sin credibilidad: está restaurando la esperanza y la habilidad de creer.

La legitimidad de Irene.

Una de las líneas de ataque que se utilizan contra Irene Sáez sugiere que «Irene es el caos», que su llegada al poder desatará el apocalipsis. No ha faltado quien la compare con Boves, y seguramente surgirá quien la emparente con Gengis Khan, Atila y Hitler. Semejante argumento tiene dos grietas: En primer término, pasa por alto la realidad de que Irene nada tiene que ver con el profundo deterioro que experimenta nuestra democracia. El desastre lo han hecho otros, y la gente lo sabe. Al contrario de lo que pretende el argumento apocalíptico, esta democracia sin pueblo sólo podría revitalizarce si es capaz de restaurar en el pueblo la capacidad de creer, tarea para la cual la capacidad de concocatoria es esencial.

Presumir que actualmente esta democracia se halla «estabilizada» es una ilusión infantil. Venezuela es un volcán que en cualquier momento puede hacer erupción. No afirmo que lo hará, sino simplemente que las condiciones están dadas para que así ocurra. Unas nuevas elecciones que lleven al poder a los mismos de siempre, en un marco de elevada abstención, producirá una dosis intolerable de frustración adicional con severas consecuencias desestabilizadoras. Lo deseable es que el triunfador en 1998 sea una persona que suscite la adhesión entusiasta de la mayoría del electorado. Hasta este momento, sólo la figura de Irene Sáez presenta el potencial para lograr ese respaldo. Ante ello, resulta triste constatar que algunas toldas políticas hacen sus cálculos con la esperanza de que la gente no salga a votar, para de ese modo imponer el nefasto poderío de su «maquinaria». Esto, en una democracia, aparte de peligroso es patético. En segundo lugar, el argumento apocalíptico tiende a restar legitimidad a una persona que tiene una aspiración válida, una persona que no hace oposición desleal al sistema sino que lo defiende, una persona que no agrede a nadie y que procura, con hechos y no meras palabras, dar respuesta a apremiantes necesidades de su comunidad.

Se ha llegado a sugerir que su candidatura, de concretarse, «no conviene al interés nacional». Esta aseveración conduce a dos preguntas: 1) Quién define ese «interés nacional»? Acaso es ése el derecho de otros aspirantes presidenciales, poco favorecidos por el apoyo popular? 2) No es esa sugerencia una sutil manera de afirmar que, frente a Irene, todo está permitido? Pues si su figura es «contraria al interés nacional», el deber patriótico (de quiénes?) es pararla a como dé lugar. Puede tal propósito calificarse de democrático? Es que acaso el temor a perder el poder está llevando a parte de las élites tradicionales a pasearse por rumbos sórdidos que es preferible ni siquiera imaginar?

El espejismo tecnocrático.

Llama la atención que políticos veteranos sigan cegándose por el espejismo tecnocrático, por la creencia platónica según la cual «deben mandar los que más saben». Los que «saben» qué, me pregunto? Uno hubiese pensado que luego de estos años de Caldera los venezolanos nos habríamos curado de espantos. Pero no; por allí continúan tratando de descalificar Irene Sáez en función de su presunta «falta de preparación» (que nadie ha demostrado), en ocasiones mofándose de ella. Ello no sorprende viniendo de ciertos intelectuales, que se creen superiores al resto de los mortales. Lo que sí asombra es que políticos de talla se coman el cuento de que Venezuela lo que requiere es simplemente un «buen gerente», perdiendo de vista no sólo la experiencia de los tiempos de Pérez sino también la realidad de que este país está desmembrándose, y que la principal tarea política de este tiempo es unirlo con base a una esperanza. No estoy argumentando en contra de la «buena gerencia», que es desde luego un factor crucial para la recuperación nacional. Lo que estoy diciendo es que la capacidad técnica es necesaria pero no suficiente. La función de la política, antes que gerenciar, es convocar, unir, canalizar la voluntad de cambio. Eso es lo que podría hacer Irene Sáez. Ese es el terreno donde va a medirse el favoritismo popular en 1998, y el futuro del país y la democracia.

Irene ha afirmado, con modestia poco usual en personas que han llegado donde ella ha llegado, que no es una «sabelotodo», y que buscará el mejor asesoramiento posible para sus decisiones. Ella ha sabido administrar el tiempo de la política, sin precipitarse, sin andar por allí ofreciendo maravillas para salvar a la nación. La gente ya ha escuchado bastante de estas cosas, y antes de decidirse por el qué, desean decidirse por el quién. Muy vivo y doloroso es el recuerdo de la «Carta de intención con el pueblo» y tantos otros programas de igual naturaleza, que supuestamente respondían todas las preguntas y a la hora de la verdad nada respondieron. Es absurdo suponer que un buen tecnócrata, por el mero hecho de serlo, pueda cohesionar al país y llevar a cabo los cambios necesarios. Para esto lo esencial es la confianza de la gente y el poder de convocatoria. Lo demás viene después.

No pasa un día sin que anuncien: «ya vienen los ataques», «le van a caer encima», «no se imaginan lo que le tienen preparado», «la van a destrozar», «eso va a ser un desastre», etcétera. Es lamentable observar a tantos correteando de un lado a otro, a ver si (al fin!), encuentran cómo enlodar a Irene Sáez, cómo colocarla al nivel en que se hallan los otros, así sea recurriendo a los ataques más deleznables.La satanización de Irene Sáez es un síntoma inequívoco de descomposición de nuestro sistema político y de parte de sus élites, aterrorizadas ante el gigantesco rechazo popular y obsesionadas por la figura de una mujer que ha tenido una trayectoria de éxitos, y que transmite a gran número de venezolanos una imagen distinta, generadora de esperanza.

La guerra sucia contra Irene podría sin embargo convertirse en un poderoso «boomerang» que retorna con fuerza a golpear a los que le arrojan. Los sondeos de opinión indican sin lugar a dudas que la inmensa mayoría de los venezolanos tenemos una buena imagen de Irene, aún cuando todavía no todos los que apreciamos su aporte manifestemos nuestra disposición a votar por ella. Mucha gente le guarda afecto, y lo hace así porque lo merece. Tendrán que ser cuidadosos los que traten de mancillarla. Ya se ha visto que a los políticos tradicionales les viene mal atacarla; pareciera que se «empavasen» aún más.

Una bocanada de aire fresco.

Aún cuando no gane la presidencia de la República, a mi modo de ver Irene Sáez ya a estas alturas ha hecho una importante y positiva contribución a la política venezolana, y ello por tres razones básicas: 1) Ha convertido una gestión de gobierno concreta (a nivel local) en criterio clave para ser juzgada por la gente. No se presenta Irene con las manos vacías, a diferencia de tantos políticos. Este ejemplo ha impactado a todo el país, y sin duda ejerce influencia en una política democrática que tiende a madurar en los niveles regional y local. 2) Irene es mujer, y ello de por sí tiene grandes y creativas implicaciones en un país donde la mujer viene avanzando con energía a ocupar posiciones de dirigencia, que se correspondan con el enorme aporte que la mujer hace en nuestra sociedad. 3) Irene está demostrando que lo esencial es la confianza y credibilidad que un líder sea capaz de despertar en la gente. Los programas de transformación, los proyectos de cambio, los planes económicos, son necesarios e importantes, pero no bastan. Primero hay que conquistar el fervor popular, e Irene nos ha hecho un favor al colocar a la clase política tradicional «contra la pared», obligándoles a cambiar, o al menos intentar hacerlo.

Gane o no las próximas elecciones, el ímpetu de cambio que Irene Sáez tanto ha contribuido a impulsar se hará indetenible. Las nuevas generaciones, nuevos rostros de hombres y mujeres, asumirán los destinos de un país que clama por un cambio real y pacífico, para entrar con optimismo hacia el siglo XXI. Irene ha inaugurado un nuevo estilo de hacer política en Venezuela. Ella es portadora de una verdad importante y sencilla a la vez, y la gente así lo siente. Con ello, ya ha dejado una marca significativa en nuestra historia contemporánea.

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