Atado ¿y bien atado?
Algún dirigente del chavismo, para señalar la solidez del Gobierno y proceso revolucionario del Presidente Chávez, ha usado esa frase, atribuida originalmente al dictador español Francisco Franco. Acercándose a los 40 años de duro mandato de España, ya con avanzada y notoria vejez y claramente enfermo, ante los temores de algunos de sus más cercanos seguidores de que si llegara a faltar pudieran perderse los logros del franquismo, el generalísimo los habría tranquilizado con esa frase “todo queda atado y bien atado”.
Tras una larga agonía e intentos desesperados de sus más próximos jefes y su propia familia, que incluyeron un par de intervenciones quirúrgicas que algunos han dicho que fueron no sólo innecesarias sino además mal hechas, por prolongar si no la plena consciencia al menos sí la vida, Franco terminó muriéndose en noviembre de 1975. Todo estuvo atado y bien atado unas pocas semanas, se vieron impresionantes manifestaciones de decenas de miles de franquistas en las principales ciudades españolas, el Presidente de Gobierno que se encargó del mando fue un hombre de lealtad y fe franquista garantizadas, el sombrío Carlos Arias Navarro, y el príncipe Juan Carlos de Borbón se convirtió en rey Juan Carlos I jurando la constitución y los principios del franquismo.
Seis meses después, Arias Navarro se vio obligado a dimitir y a desaparecerse, y asumió el poder un joven militante del movimiento fascista y prometedor funcionario del franquismo, Adolfo Suárez. Todo empezó a cambiar aceleradamente, la España que construyó y dejó bien atada Franco comenzó a desatarse; fue el llamado período de transición, las leyes fueron cambiadas una a una, regresaron los exiliados incluyendo a dos claves, el socialista Felipe González -por cierto, escondido en el avión presidencial de Carlos Andrés Pérez- y el mítico líder comunista Santiago Carrillo y el franquismo simplemente desapareció. Paso a paso, sin pausas, todo se fue desatando hasta que España se convirtió en una de las grandes democracias del mundo y en la cuarta economía de Europa.
En política como en la historia, de las cuales en más o en menos somos protagonistas todos los seres humanos, nada queda nunca tan atado que no pueda ser desatado más pronto que tarde. La política y la historia son procesos indeteniblemente dinámicos, muchas veces previsibles por expertos pero habitualmente no previstos. E incluso, para que todo siga igual, debe cambiar.