El Editorial

Con recriminación no podrá haber cambio

Cada vez que tiene oportunidad, Maduro insiste en culpar de todo lo malo que ocurre en el país a la oposición. Es el discurso con el que alimenta el odio cerril de sus adeptos en contra de los que no comulgan con sus ideas.

Del otro lado, los opositores se cuidan de omitir críticas a la naturaleza ilegítima del régimen y evitan usar palabras que pudieran implicar, de alguna manera, un reconocimiento a la titularidad de Maduro.

Eso implica que hay verdades, ciertas o falsas, que sustentan la condición de ser parte de ambos grupos enfrentados, y que no pueden ser modificadas so pena de ser condenados y perder apoyo de sus integrantes.

Si queremos salir de esta estéril confrontación debemos aprender que, para resolver esta risis, se requiere de menos palabras y más acciones.

Si queremos encontrar una vía para resquebrajar el muro de la dictadura tenemos que aprender que es más importante actuar que hablar, porque de palabras ya están llenas nuestras mentes, pero en cambio en el terreno de la fáctico no hemos aún aprendido cómo tenemos que hacer para encontrar el punto débil y concentrar en él todo nuestro empeño y fuerza.

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Un comentario

  1. Los Gobiernos también envejecen. Escuchamos a Maduro pronunciando discursos totalmente desconectados de lo que estaba pasando en las calles de su país, y es el más reciente ejemplo de una dictadura aislada de su pueblo y del mundo, lenta en reaccionar y que, a pesar de sus costosos servicios de inteligencia, está mal informada. Hay dictaduras que fallecen por viejas no solo debido a la avanzada edad o a la muerte de sus líderes, sino por el deterioro de sus falsas estructuras de gobierno.
    Las dictaduras gozan de privilegios, alianzas y codependencias con los más variados actores: los militares, líderes regionales, grupos económicos y políticos, medios de comunicación, líderes religiosos, aliados extranjeros, etcétera. A veces este delicado equilibrio de poderes se rompe.
    Los subordinados, temerosos de no complacer a sus superiores, pueden no proporcionar todos los detalles de la información que los dictadores necesitan para tomar decisiones. La ideología puede erosionarse, y los mitos y símbolos del sistema pueden perder su solidez.
    Tales son las posibilidades del país, y es tiempo de acudir a los países democráticos que pueden afianzar la búsqueda de la democracia. Todavía quedan sombras en nuestro país invadido de confusión de los que se dicen demócratas cuando está a la vista la orientación de Noruega y advertimos que el camino está obstruido.

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