El Editorial

Despacito

No nos referimos a la famosa canción de Luis Fonsi, sino a la manera como Maduro y su írrita Asamblea están modificando toda la estructura y la realidad de nuestro país.

Desde el código de procedimiento civil, pasando por la organización de los poderes públicos, las arbitrarias decisiones sobre a que países se puede o no volar, imponer quiénes pueden tener el monopolio de cobrar a precio exhorbitante el PCR para salir o entrar al país, hasta acabar con la educación privada superior impidiendo que se aumenten las matrículas a pesar de la hiperinflación y luego, despacito, lo harán con los colegios privados. Así, sin hacer mayor bulla, tienen previsto aprobar más de cincuenta leyes de las que no conocemos el contenido sino sólo padeceremos las consecuencias cuando las apruebe la írrita.

Todo eso conduce a una concentración total del poder en manos de Maduro y de Jorge Rodríguez para crear, supuestamente, un estado comunista al estilo cubano, aunque lo que están armando es un control absoluto sobre todo lo que puede o no hacer la población, salvo aquella que integra la famosa nomenclatura que denunció en los años cincuenta el excomunista yugoeslavo Milovan Djilas, en su famoso libro La nueva clase.

De hecho, esa fue la realidad en todos los países comunistas en los que esa nueva clase tenía acceso a una serie de ventajas de la que no podía disfrutar la inmensa mayoría de la población.

¿Y qué sucede ahora en nuestro país? que despacito la oposición tarda en terminar de ponerse de acuerdo para enfrentar unidos, como diría García Marquez, una muerte anunciada. En parte eso ocurre porque algunos de los que integran el universo opositor prefieren convertirse en acólitos de la nueva clase.

Si no actuamos rápido para integrar un frente común para, junto con la comunidad internacional, librar la batalla de recuperar la democracia a través de elecciones transparentes, terminaremos, despacito, siendo algo parecido a Cuba o Corea del Norte, porque el modelo chino requiere que seamos capaces de producir y no sólo de importar.

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Un comentario

  1. Mientras que antes la masa social permanecía en segundo plano, aceptando el predominio de aquellos dotados de habilidades de gobierno y de ejercer funciones públicas, ahora, en cambio, se sitúa en primera línea de la sociedad. Ocupa lugares, utiliza objetos y disfruta de entretenimientos reservados, hasta entonces, para las élites. A estas últimas les pierde respeto y rechaza seguirlas. Impone sus gustos y deseos a la sociedad, queriendo hacer de la sabiduría de tertulia, su ley. Y aun estando consciente de su propia banalidad, reclama una vigencia universal. Destruye la personalidad y el talento, y a todo aquel que no piense como la mayoría, lo elimina. En este sentido, existe la amenaza de un verdadero dominio de las masas.
    Sigue vivo el pensamiento de Ortega y Gasset.

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