El Editorial

El boato y el poder

Desde tiempos inmemoriales el boato ha acompañado a reyes y emperadores. Muchas veces fue en el ropaje, con la existencia de coronas, cetros y mantos, pero la señal más visible fueron siempre los palacios, edificaciones ampulosas que se distinguían por mucho de las viviendas de la plebe.

Con el advenimiento de las Repúblicas que sustituyeron a las monarquías, los signos exteriores de poder fueron más discretos, aunque en algunas democracias el poder conservó los palacios, como en Rusia, donde el Kremlin sigue siendo la sede del poder, o el palacio de Buckingham en el Reino Unido, que es donde reside, aunque con poder más bien formal, la Reina.

Ahora la diferencia más marcada está en los signos exteriores como la cantidad de escoltas que usan los presidentes democráticos de los países más avanzados en comparación con los de muchos países en vías de desarrollo.

Los que (en Venezuela) hayan visto la excelente serie de Netflix «The Crown», quedarán estupefactos cuando ven como la entonces Primer Ministro de Inglaterra llegar en su automóvil sin escolta a reportarle a la Reina Isabel. La comparación con cualquier funcionario del régimen venezolano es impresionante, ya que los altos funcionarios se desplazan acompañados por una caravana de hombres armados hasta los dientes.

Y refiriéndonos a otra excelente serie, la danesa “Borges”, se observa cómo, tanto la Reina de ese país, como la Primer Ministro se desplazan por Copenhague en bicicleta.

En Venezuela no siempre nos caracterizamos por estos alardes de poder. Ce cuenta la sencillez del general Medina en sus desplazamientos, y a pesar del peligro real que corría, el presidente Rómulo Betancourt era muy discreto.

Tal vez ese exceso de boato esté directamente relacionado con la falta de legitimidad que algunos saben que tienen y piensan que el poder es estar rodeado de hombres armados como lo era en las tribus primitivas.

Ojalá regresemos a un periodo en el que los Ministros lleguen al “Palacio” de Miraflores manejando su propio vehículo, como lo hacía ese gran venezolano Manuel Pérez Guerrero.

Claro está el país deberá cambiar, sobre todo en su escala de valores, para que eso sea posible y normal. Total. los gobernantes están allí no para aprovecharse del poder. sino en servir a quienes los llevaron hasta él.

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Un comentario

  1. No es de la actualidad la actitud del gobernante que ostenta el poder. Fastuosidad, magnificencia, ostentación, solemnidad son formas de llamar la atención de la comunidad, pero sobre todo la del mundo.
    Lo más llamativo es que cuando estamos viendo cómo se desangra el mundo con niños, mujeres y poblaciones enteras muriendo de hambre por la pobreza y la sequía, el gobernante despilfarra el dinero en actos políticos que en el fondo están dirigidos a los gobernantes de otros países. En la Iglesia católica y el gobierno español se gastan millones de euros para ceremonias cuya finalidad es la de exaltar el valor del poder, y nadie ha dicho que se destinará a paliar la pobreza.
    ¿Qué diremos de las dictaduras? Ellas son el retrato de una falsa riqueza moral, pero que está dirigida a quienes pueden ofrecerle al dictador un reconocimiento de medallas y trompetas de celebración.
    El mundo contemporáneo es asistido por múltiples manifestaciones que dicen llamarse espiritualidad. En su esencia, el ser humano es espiritual, aunque esta realidad se haya diluido en medio de las prácticas religiosas.
    La espiritualidad viene desde adentro, es una especie de fuerza interna que dinamiza las dimensiones del ser humano.

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