El Editorial

El desastre de los damnificados

Patética. Lamentable. Insólita. Inhumana. Precaria. Improvisada. Cuántos calificativos se le pueden adosar a la acción del Gobierno con los damnificados, sin temor alguno a incurrir en exageraciones.

Ya lo describía en detalle Berenice Gómez en una entrega de “Bajo Cuerda”, sección de Analítica Premium, cuando advertía sobre el desastre organizativo puertas adentro y el show propagandístico puertas afuera, de lo que está ocurriendo con miles de familias a quienes se les ha dado refugio en edificios gubernamentales, instalaciones militares, hoteles, escuelas, carpas y hasta el mismo palacio de Gobierno. Militares redoblados trabajando para atender a los afectados en medio de una improvisación pasmosa y desorden administrativo completan este cuadro trágico y al mismo tiempo reflejo de la más absoluta incapacidad de la revolución.

El propio Nelson Bocaranda, en sus Run-Runes de ayer en El Universal,  planteaba que “las cifras que se manejan hoy dan un aproximado de BsF. 60 por golpe para las comidas, lo que equivale a 3 por refugiado”. “Los servicios de alimentación de los cuatro componentes militares no se dan abasto pues tienen que alimentar a las tropas. A cien personas por refugio por siete días por tres raciones la logística los hace contratar comidas a servicios privados que exigen el pago previo ante experiencias pasadas”, afirma el periodista en su columna.

A ese drama hay que sumarle el de la presencia de los “malaconducta” entre los damnificados que ya hasta en casas de oficiales se han metido. Y el de salubridad: gente bañándose con la ropa puesta, sanitarios improvisados entre tabiques, problemas de suministro de agua.

El presidente justificó la Ley Habilitante en la necesidad de atender la emergencia de estos damnificados y las zonas donde las lluvias causaron los mayores destrozos. En otras palabras, esa fue la excusa para solicitarle a la anterior Asamblea Nacional poderes especiales para legislar durante 18 meses. A juzgar por este panorama de improvisación, incapacidad y caos, está muy claro que no hace falta leyes ni especiales ni habilitantes: lo que se necesita es un gobierno capaz, de criterio amplio e integrador, que conjugue la labor pública con la iniciativa privada en la solución del problema y haga su tarea de manera efectiva, sin tintes ideológicos ni discursos demagógicos.

El drama de los damnificados puede, a la larga, significar el mayor de los fracasos de este gobierno empeñado, como el propio comandante presidente lo admitió, en ranchificar la sociedad completa. Aquello de viviendas dignas para todos, por cierto, prerrogativa establecida en la Constitución Nacional, parece una vana ilusión frente a las demostraciones palmarias de incapacidad suprema del Gobierno.

Un Presidente, que ha fracasado estrepitosamente en la construcción de viviendas, y que recurre a la expropiación de inmuebles privados como herramienta fácil y a la mano para medio cubrir su gigantesco déficit, difícilmente podrá hacer frente a esta demanda social que le ha explotado en la cara, en medio de una crisis de flujo de caja y un liderazgo que marca una clara línea a la baja. Es hora de que la oposición haga su papel y proponga un plan concreto, realizable y sostenible. Es lo que millones de damnificados de esta revolución de pacotilla están reclamando desde hace años.

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