El extremismo, mal de nuestro tiempo
El extremismo político es un fenómeno social recurrente. En todas las épocas lo más difícil ha sido alejarse de los extremos en períodos particularmente convulsos.. La pasión, el revanchismo, la intolerancia, la exclusión del que no está con uno, son sólo algunas de las formas de manifestar eso que se denomina “fanatismo”, pero que en realidad no es otra cosa que la incapacidad de entender las razones del adversario.
Con el extremismo no se puede construir un país porque se excluye necesariamente. Al contrario, al exigir algo equivalente a una rendición incondicional y el castigo implacable en contra de los responsables debe ser parte de lo que el extremista considera simplemente como el enemigo.
En nuestro país el extremismo no es atributo exclusivo de un sólo bando. Los hay en todos los frentes y son ellos los que dificultan o impiden un proceso de reconciliación nacional.
El extremista nunca podrá entender a Mandela, a Martin Luther King y mucho menos a Cristo cuando sugirió que pusiera la otra mejilla. Tampoco podrá entender como se hizo en Alemania, España, Chile , Argentina, Brasil ,Uruguay, El Salvador, para solo mencionar algunos de los países en los que fue necesario pasar la página para asegurar la paz.
Si queremos salir de esta fase de odio no lo lograremos con la aplicación del ojo por ojo. Buscar la conciliación y el reencuentro de los venezolanos no es signo de debilidad sino más bien de inteligencia.
El canto de las sirenas del odio es el peor consejero. Hay que alejarse de lo que Lenin calificaba como enfermedad infantil pero que puede ser también aplicable a los que creen o al menos predican que la democracia es su norte.
