El Editorial

El mal que arrastramos

Si algo ha caracterizado la historia de las antiguas colonias españolas ha sido la desunión. Basta leer la historia de la mayoría de las naciones independientes que surgieron en el siglo XIX, para ver que lo que prevaleció fue la lucha entre caudillos, muchos de ellos, surgidos de las gestas emancipadoras.

El siglo XX no fue muy diferente aunque un nuevo fenómeno foráneo contribuyó a nuevas modalidades de fragmentación política. Nos refermos al triunfo en Rusia de la revolución marxista a principios de siglo y la imposición de la dictadura del proletariado en la llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. A partir de allí surge el enfrentamiento cada vez más violento entre los conservadores y los autodenominados revolucionarios. La Segunda Guerra Mundial abrió un paréntesis por la alianza entre las naciones democráticas conservadoras y la dictadura comunista de Stalin. Pero al ser derrotadas las potencias del eje fascista, se abrió esa etapa que se llamó la guerra fría entre el capitalismo y el comunismo, que todos sabemos que en nuestra región del mundo hizo que proliferaran dictaduras de todo género, que era aceptadas o toleradas en la medida que fuesen anticomunistas o antisoviéticas.

El surgimiento del eurocomunismo en los años 60 alteró el panorama, y a eso habría que sumar la importancia creciente de organizaciones políticas basadas en la doctrina social cristiana. Ya no resultaba aceptable ser simplemente antisovieticos, sino que era necesario basar la lucha política en un posicionamiento ideológico, y así los gobiernos fueron fundamentalmente o socialdemócratas o socialcristianos, con algunos brotes de neofascismo, como el Peronismo en Argentina, y lo que se dio en nombrar como neoliberalismo.

Al final del siglo XX, con la caída del muro de Berlín y el posterior desmoronamiento del régimen soviético y, con ello, la victoria de EEUU en la llamada guerra fría, se produjo lo que hoy se denomina como la muerte de las ideologías y el difícil trance en el que se encuentran la mayoría de los países de nuestra región que pretenden imponer algo parecido al mal llamado socialismo del siglo XXI, que en el fondo no es otra cosa que el intento de imponer el modelo castrista o neoestalinista y el surgimiento del fenómeno del populismo, que es por esencia pragmático y puede adoptar, según el caso, un discurso de izquierda o de derecha.

En esas andamos, en particular en la Venezuela de hoy, en la que tenemos lo peor de todas las experiencias ya que se trata de un régimen dictatorial, incluso peor de los que tuvimos en el pasado, que se define como socialista pero que aplica políticas de derecha, aunque esencialmente populistas y promueve el caudillismo militar. Es decir, un mezclote de lo peor de nuestras experiencias históricas, cementado con una corrupción dilagante que genera como una hidra una nomenclatura sin valores, salvo el enriquecimiento sin límites y un amor desenfrenado al consumismo.

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Un comentario

  1. Hugo Chávez hablaba de “Socialismo del siglo XXI” y situaba en los países latinoamericanos un concepto para reflexionar sobre sus bases teóricas y su articulación a procesos sociales que deformaron al Estado. Amparado en las ideas de Fidel Castro, se pretendió sin resultados positivos realizar la transición hacia el socialismo. La transición produjo rupturas y errores en la sociedad, y no hubo un proceso histórico claro y realizable, ante la alteración de la Constitución Nacional de 1961, a cambio de otra Constitución sin fundamentos claros que irían a producir cambios y amenazas como la Ley Antibloqueo.
    Rescatar críticamente este legado e identificar las diversas modalidades y expresiones que dan cuenta del socialismo, especialmente la denominación de “Socialismo del Siglo XXI”, es parte de las reflexiones y aprendizajes que deben hacerse, no solo por el protagonismo de la trayectoria política del nuevo gobernante sino también la situación político-económica y social que ha vivido la República Bolivariana de Venezuela, después de su muerte.

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