El Editorial

El odio como praxis política

Cuanto más pequeño es el corazón más odio alberga
Víctor Hugo

Venezuela es un país enfermo. Sus habitantes padecen de miedo y lo convierten en odio. Cómo es posible que esto haya ocurrido en una sociedad cuya mejor cualidad era la tolerancia.

Esta siembra de odio o, mejor dicho, la ilusión de que la redención de los pueblos está en la creación de un hombre nuevo e impoluto, ha sido una de las mayores supercherías de la historia universal. Ese odio lo sembraron los bolcheviques en la Unión Soviética contra diversas categorías sociales y al final se revirtió en contra de los antiguos compañeros de partido de Lenin. Ese odio también fue parte de la política asumida por el PCC en China y todos sabemos como se revirtió en contra de los que lo auspiciaban. En Cuba lo mismo, aunque todavía no han pagado la factura, pero ya costó no solo una emigración forzada de gran parte de los profesionales cubanos sino que generó, en el camino, numerosas muertes en la larga noche de esa interminable dictadura amén del empobrecimiento continuo de sus habitantes.

Ahora en Venezuela, unos iluminados, creen de nuevo en la ingeniería social y en la necesidad de destruir el tejido social existente para remplazarlo con una colcha de retazos de una ideología pésimamente asimilada además de inoperante. Lo grave no es que unos posesos estén dispuestos a reeditar el experimento, sino que la mayoría de la población permanezca insensible frente a este proceso de destrucción que a larga no beneficiará ni a sus propios autores.

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