El Editorial

Enfermedad eléctrica

Mal síntoma que a estas alturas de la crisis eléctrica, tras dos años de apagones, racionamientos anunciados, fallas constantes, incendios, rayos y hasta iguanas saboteadoras, salga el Ministro de Energía Eléctrica a decirnos que la culpa de todo la tenemos los usuarios porque “derrochamos” electricidad. Mal síntoma porque, además de ser una clara señal de que tras millones de dólares gastados y de miles de megavatios anunciados para dentro de semanas o meses, especialistas en el tema aseguran que, de hecho, hay menor generación eléctrica que en 2009 y 2010. Mal síntoma que ha convertido a un funcionario a quien siempre se consideró en este país como hombre serio y de pocas palabras, como el actual ministro del ramo, en una persona a la cual simplemente no se le puede creer. Tal vez no es su culpa por completo, después de todo dirige una estructura que ha demostrado una y otra vez una notable incompetencia, pero es Rodríguez Araque quien ha venido dando la cara y eso se paga.

Sea de quien sea la culpa –la responsabilidad de los numerosos errores en la gestión eléctrica desde hace años-, de que a estas alturas revolucionarias todavía sea información oficial que siguen habiendo miles de familias que se roban la luz, centenares de miles las que tienen un servicio que no se les puede cobrar porque todavía no se les han instalado los correspondientes medidores, que Cadafe y Edelca están quebradas no sólo por la morosidad –o la incapacidad de cobro, que es otro aspecto de la cuestión- de usuarios particulares sino de grandes usuarios como alcaldías, gobernaciones e institutos del Estado, o de que no se haga el mantenimiento debido y que instalaciones como Planta Centro sigan operando en un porcentaje mínimo de su capacidad, no es culpa del alegado derroche de los consumidores.

No es con este aparataje propagandístico y abusivo que ha desatado el Ministerio de Energía Eléctrica no sólo exigiendo como gran solución que los ciudadanos gasten menos electricidad, sino amenazando con doblar y triplicar los cobros de los suscriptores que sí pagamos todos los meses, que se va a resolver el problema. Tal vez si el país tiene suerte el nombramiento en muy alto cargo en el ministerio de la electricidad del hermano del Presidente, que a diferencia del abogado Rodríguez Araque sí es ingeniero eléctrico, podría resultar positivo y las cosas mejorarían.

Todo eso sin contar con el dato del propio ministro, quien advirtió hace un tiempo que las numerosas nuevas viviendas ofrecidas personalmente por el Presidente Chávez implicaban 600 megavatios adicionales a las cuentas que ya llevaban, aparte de la electricidad adicional que se necesitará para iluminar las nuevas calles, para las bombas de envío de agua potable y, por supuesto, la necesaria para sostener y de hecho incrementar la producción de cabillas, cemento y otros insumos insustituibles para llevar adelante la Misión Vivienda. De manera que la falla eléctrica permanente no sólo es angustia para los usuarios, sino para el propio Presidente Chávez allá en su remoto lecho de enfermo.

La primera gran verdad del caso es que el Gobierno no tiene excusas reales para haber permitido que el problema llegara a los niveles de desastre actual. Dinero ha tenido de sobra, además de los millones de dólares que está pidiendo a los organismos multilaterales latinoamericanos; ingenieros, gerentes, técnicos y obreros especializados en el tema eléctrico los hay en cantidad suficiente en el país –aunque algunos tienen el problema de no ser chavistas. Y aunque todo el mundo sabe que los trabajos de construcción de instalaciones y la adquisición y montaje de equipos de generación, y la renovación de todo el sistema de transmisión es asunto complejo que lleva años, ése es el otro elemento que el Gobierno ha tenido en demasía: tiempo, doce años al frente del país. Si el Vicepresidente Jaua anuncia ahora que en pocos meses este mismo año agregarán 1.500 MW al sistema, ¿por qué no han agregado nada desde 1999?

La segunda gran verdad es que la culpa no es ni de lejos de los usuarios, ni pequeños ni grandes, los que pagan ni los que se la roban o no tienen cómo pagar la electricidad; los mismos a los cuales Corpoelec no rebaja ni un céntimo por el servicio no recibido cada vez que hay un corte súbito, cosa de todos los días en el interior del país.

 

 

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