El Editorial

Guerra económica

Venezuela está atravesando por la peor crisis de su historia. Sin que existan razones distintas a los dogmas de un grupo político, nuestra economía ha sido devastada.

Todo empezó por la industria petrolera. El comandante Chávez, cuando era candidato, transformó en el “leitmotiv” de su campaña su virulenta oposición a la Apertura Petrolera. Con su carisma característico convenció al país de que PDVSA era la responsable de la severa caída que habían experimentado los precios del petróleo, los cuales en su momento más bajo apenas superaron los $ 7 el barril. Aquello no era cierto. Los precios habían caído como consecuencia de una crisis que había estallado en el Sudeste asiático y que había arrasado con las pujantes economías de aquella región del mundo.

El comandante supo capitalizar aquella crisis y el año siguiente ganó las elecciones. Se fijó la meta de “ponerle las manos a PDVSA”. Por eso provocó el paro petrolero y despidió a 20.000 trabajadores y por eso modificó, vía Habilitante, la Ley Orgánica de Hidrocarburos.

Su objetivo era usar la renta petrolera para promover su proyecto político. Quería destinar los recursos hacia un inmenso programa de populismo que iba más allá de las fronteras de Venezuela.

Tuvo la suerte de que los precios del petróleo se recuperaron y se dispararon inesperadamente a unos $ 114 por barril. Con PDVSA en sus manos y un diluvio de recursos, obtuvo los medios para imponer una revolución absurda que de otra forma no hubiera podido darse.

El dogmatismo, el populismo, la corrupción y la ineficiencia acabaron con Venezuela y con su industria petrolera. Si no la hubiesen destruido, Venezuela estaría produciendo más de 5 millones de barriles diarios de petróleo en lugar de 730.000 y la pavorosa crisis que nos carcome no hubiese existido.

“¡Exprópiese, exprópiese!” proclamaba el presidente Chávez, en tanto que Rafael Ramírez afirmaba: “PDVSA es roja rojita”.

Increíblemente lo que vino después fue aún peor.

Esas dos citas sirven para explicar el efecto dominó de devastación que se desencadenó en todo el país. Cada funcionario competía para ser más radical que el otro. Millones de hectáreas fueron expropiadas en el campo, hoy semi abandonado. Miles de industrias y empresas también lo fueron o fueron llevadas a la quiebra. El sector industrial apenas sobrevive, el sistema eléctrico y los servicios públicos, incluyendo la educación y la salud, arrasadas. El signo monetario destruido. Padecemos la mayor hiperinflación del planeta y la mayor contracción económica del mundo. La población empobrecida y unos cinco millones venezolanos han tenido que emigrar de su país.

Incapaz de aceptar el daño que ha causado, el oficialismo pretende culpar de todo a una supuesta “guerra económica”.

JTH

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