El Editorial

Hay camino si nos unimos

Hay que ver y escuchar para entender los propósitos del Presidente Chávez. Es realmente risible la comparación que hizo recientemente entre el movimiento autonomista boliviano y la lucha democrática electoral que en Venezuela se está dando, para preservar la democracia y lo que queda de la descentralización, tanto estadal como municipal.

Es absolutamente anacrónica la visión del presidente Chávez de un estado cada día más centralizado e ineficiente, que el maná petrolero tiende a ocultar. La democracia vive en la medida en que la relación entre gobernantes y gobernados es cercana y directa. Para el ciudadano es clave poder participar en las decisiones locales y regionales a través de instituciones políticas democráticas, donde cuente su opinión a través del voto, con reglas fiscales claras, y no en supuestas organizaciones populares controladas desde el ejecutivo o su partido político. Chávez quiere controlar todo lo que ocurre en el país a cualquier nivel, porque en alguna medida esta convencido que, sólo él sabe lo que los venezolanos quieren y desea perpetuarse en el poder sin potenciales rivales que surjan de los liderazgos regionales o municipales.

Como todos saben, el control exagerado y discrecional, como el que se está implantando en Venezuela, no produce sino ineficiencia y corrupción, arrojando un mal desempeño económico y social. Los ejemplos históricos sobran. No sólo el fracaso del “socialismo real”, uno de cuyos ejemplos es Cuba, sino también deberíamos vernos en el espejo de la historia de América Latina y del absolutismo español. Esa forma de gobernar, tal vez aunque lo dudamos, pudiera ser eficiente en un pequeño hato en Barinas, pero ciertamente no lo es a la hora de conducir un país complejo como lo es Venezuela. El presidencialismo exagerado ha sido uno de los vicios principales de los regímenes democráticos en América Latina, pero en el caso venezolano con el presidente Chávez este ha sido llevado a sus mas extremas consecuencias hasta el punto que ningún poder del estado puede tomar una decisión autónoma a la voluntad del primer magistrado. Ese es el caso del poder judicial, electoral, legislativo y moral. Ni Gómez, ni Pérez Jiménez ejercieron el poder de la manera como lo hace Chávez, quien lo ejercita como si Venezuela fuese su hacienda particular, en la que no existen ciudadanos sino súbditos que deben contar con su buena voluntad para poder disfrutar de los derechos que en principio la constitución les garantiza. Ya no sólo le basta con controlar todos los poderes del estado sino que estima que sus decisiones prevalecen sobre el texto constitucional.

Hasta cuándo los venezolanos van a estar dispuestos a vivir supeditado a los caprichos y decisiones de un hombre que se considera que tiene todos los derechos y ningún deber. Es hora no sólo de reflexionar sino de actuar para detener esta perversión de nuestro sistema democrático. La responsabilidad de los venezolanos, que no están condicionados por su relación con el poder, es enorme y deben hacer los mayores esfuerzos para crear una plataforma democrática y unitaria del cambio, en la que se busquen genuina y desinteresadamente las soluciones que el país requiere a los múltiples problemas creados por la inorgánica conducción de la nación por parte del presidente Chávez. Es hora de pensar al país y conducirse políticamente como se hizo al final de los gobiernos de Gómez y de Pérez Jiménez, cuando se sentaron las bases para que en Venezuela se pudieran establecer regimenes de corte democrático en los que nadie fuese dueño absoluto del poder. Si todos marchamos en esa dirección Venezuela reencontrará el camino hacia su superación como nación.

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