El Editorial

Increíble estulticia

Al ver la gigantesca cantidad de candidatos inscritos al evento electoral de noviembre no se puede dejar de pensar que el virus de la estulticia se incrustó en el cerebro de los que aspiran, en estas circunstancias, a nada .

Este evento, sin haber obtenido ninguna garantía electoral que hubiese permitido un mínimo de transparencia, solo sirve como una manifestación política de rechazo al régimen y a los pésimos candidatos inscritos por el PSUV.

En cualquier sociedad libre del virus, lo lógico, lo sensato, lo indispensable, era que en cada lugar en el que se pudiese enfrentar al régimen, hubiera un solo candidato opositor, para así, como en un ring de boxeo, desafiar al del PSUV, que en muchos casos, para no decir en casi todos, es rechazado por la población, por no haber resuelto ni uno solo de los múltiples problemas que los acosan.

Ahora, por las razones que sean, la población se encuentra ante un carnaval de figuras que, a decir de estos candidatos la representan, aunque en la mayoría de los casos son para ella virtuales desconocidos.

Los que eventualmente pudieran triunfar destacándose en la manada, saben que no podrán gobernar, ya que no hay razones para que el régimen cambie la actuación que hasta ahora ha sido su norma de conducta. Y, para colmo, con esa oposición dividida le han servido, en bandeja de plata, un triunfo que tal vez no habrían obtenido legítimamente, si el combate hubiese sido uno a uno.

Entonces cabe la pregunta de qué sirve participar en un evento en el que ni siquiera es posible infligirle un KO técnico al candidato del régimen.

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Un comentario

  1. Hagamos una distinción entre el político.
    El político es una persona y se puede hacer toda una tipología, por una parte se pone al político «realista» y por la otra al político «idealista». Con esto se quiere decir que hay hombres políticos sin prejuicios, sin principios, que sólo buscan satisfacer sus intereses en términos de poder, y otros políticos que, en cambio, tienen la mirada fija en el idealismo que persiguen. La política, en cambio, es un proceso, incluso a largo plazo, el cual involucra a muchísimas personas y que, al menos en nuestros días, exige adhesión y participación.

    Entonces, si la aportación de Maquiavelo es que la política es una cosa y la moral otra, de esta premisa sólo puede concluirse que la política es «amoral»; y de esto a sostener que exista una política pura hay una gran diferencia. Una vez establecido qué no es la política, nos queda por establecer qué es. Y la confusión nace cuando el «político puro» -el príncipe maquiaveliano- es asimilado a una «política pura». No: la existencia del primero no basta para demostrar que existe la segunda.
    En nuestro país vivimos en lo inmoral, palabra básica dado que la palabra «Moral» significa la la costumbre de una sociedad, y a partir del significado surge el respeto de los habitos sociales que implican un Estado respetuoso de sus instituciones.

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