El Editorial

La fuerza está en cada uno de nosotros

En una oportunidad, cuando el MAS era un grupo veterano pero joven y culto, señaló que si lo que los copeyanos decían de los adecos era verdad, y lo que los adecos decían de los copeyanos era verdad, ninguno de esos grupos merecía gobernar.

Hoy los venezolanos estamos encapsulados otra vez entre dos grupos enfrentados, y empeñados en no merecer, ni ser esperanza creíble para el pueblo que quieren conducir. Llevamos veintidós años atenazados entre una ideología que hace mal todo lo que promete y una oposición que promete y promete sin jamás cumplir.

Pueblo acostumbrado a los caudillos y a esperar siempre que otro haga por nosotros lo que nosotros no hacemos por nosotros mismos. Cuando los caudillos de Acción Democrática y de Copei se derritieron, nos echamos en brazos de un caudillo que se presentaba como parte integral de ese pueblo y dispuesto a hacer por él todo lo que él esperaba.

Después no supo hacerlo y erró incluso en la selección de quien escogió para seguir en su lugar. El heredero recibió el relevo y fue peor.

Hoy seguimos con el mismo problema, escuchando y emocionándonos con las promesas coloridas pero ilusas de los parlanchines sin decidirnos a construir nuestro propio destino con el esfuerzo de cada venezolano, soñando una patria que no nos decidimos a levantar con nuestro esfuerzo. Olvidando siempre la gran frase de Dios: ayúdate que yo te ayudaré.

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Un comentario

  1. Venezuela ha padecido en este siglo de la desintegración de las Instituciones legítimas del Estado. Antes tuvimos la democracia que fue respetada por los diversos partidos políticos.
    No obstante haberse realizado la elección popular por causas que no se han explicado razonablemente, se iniciaba la era del poder del caudillo tiránico, basada en el apoyo de fracciones importantes de las masas populares.
    El apoyo popular se tornó en su contra cuando las esperanzas puestas en el poder entregado al caudillo se veían frustradas, y se decidía seguir a otro caudillo que lograra convencer de su capacidad de mejorar el país o la provincia.
    El curso de nuestra historia continuó el ritmo del caudillismo, y para acceder al poder los caudillos se rebelaban aliándose con militares, deponían al gobernante actual, disolvían el Congreso y se auto proclamaban presidentes provisionales. Después de un corto plazo se elegía un nuevo congreso y se convocaba a elecciones presidenciales. En las elecciones salía elegido el caudillo que había presidido anteriormente la revolución y deposición del antiguo gobernante o diputados.
    Los principales partidarios de los caudillos, aparte de sus hombres de armas de confianza, fueron los miembros de las clases enriquecidas. Así, estos aseguraban un flujo de dinero para el Estado del caudillo de turno y este se comprometía a darles beneficios.
    La Constitución Nacional de 1961 había logrado el equilibrio de los poderes con los pocos percances que enfrentaron los políticos de la democracia.
    Tenemos fe y confianza en el rescate del Estado de derecho hoy vulnerado, casi inexistente.

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