El Editorial

La intemperancia es mala política

Los noruegos vinieron a Caracas, y se fueron con más pena que gloria.

Vinieron, se dice, a convencer a Maduro de lo inconveniente que era hacer en estas circunstancias las mal afamadas elecciones parlamentarias. Con mucha discreción y tino sostuvieron que con la aceleración de la pandemia realizar cualquier elección este año era inconveniente, para no decir que era un exabrupto más.

Según se comenta la respuesta de Maduro fue enérgica y tajante, las elecciones van, en diciembre. Nos imaginamos que en ese momento sintió que podía emular las palabras de Bolívar cuando el terremoto de Caracas, con aquello de que si la naturaleza se opone, él, y la vigorosa y eterna revolución, se impondrán.

Los noruegos informarán al mundo democrático que con Maduro no se puede, que a él no le importa que el país se caiga a pedazos. Algo habrán podido constatar los vikingos, alguno que otro apagón, la misión casi imposible de tener buena comunicación por Internet y los comentarios de la gente sobre lo difícil que se ha vuelto la vida en esta antigua tierra de gracia.

¿Qué conclusión puede extraerse de esta misión fallida de los siempre bien dispuestos escandinavos? Que para que Maduro salga se necesita apretar más duro los tornillos no sólo de los integrantes del régimen, sino de los nuevos acólitos que algún día formaron parte de una oposición democrática y que tal vez haya que aplicarle alguna medicina a los demócratas que, por las razones que fueran, impiden con sus actitudes beligerantes que se logre la unidad necesaria para enfrentar exitosamente, junto a la comunidad internacional, la estrategia y las tácticas necesarias que abran de manera definitiva las puertas de la transición democrática.

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Un comentario

  1. El juego sucio se ha instalado en una sociedad y en un mundo en el que brilla, por su ausencia, la falta de educación. O siempre estuvo ahí, agazapado, esperando que la buena voluntad bajara la guardia para darle el zarpazo por la espalda. Lo cierto, porque es evidente, es que el juego sucio se ha vuelto una costumbre de lo más humana, de modo que la sociedad sufre en su cotidianidad el efecto terrible de ese vicio que nos hace peor como individuos y como pueblo.
    Ya no tiene eficacia ninguna intervenión de páíses que han ofrecido apoyo para resolver un juego sin reglas por parte del ususpador. Lo que está viciado de nulidad absoluta no puede ser restaurado, es inexistente.
    El juego debe concluir llamando a la comunidad democrática. Lo lamentable es que se ha detenido la evolución de las elecciones válidas, mientras el usurpador continúa la táctica del engaño.

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