El Editorial

La maldición

Venezuela, especialmente en los últimos años, está bajo el impacto de un auge impresionante de los precios petroleros. El precio de su cesta de exportación pasó de 9,30 dólares por barril en el último trimestre de 1998 a más de 71 dólares por barril la semana pasada. El precio del “oro negro” se ha multiplicado por más de siete veces y media. Aunque se “corrija” para tomar en cuenta la inflación de los EEUU o la depreciación del dólar, se trata de una subida análoga a la de los setenta e inicios de los ochenta, con la diferencia de que en esta ocasión es poco probable que se produzca la caída posterior que caracterizó el auge setenta-ochenta. Hacia el futuro estimable (aunque con la incertidumbre que caracteriza el mercado petrolero), los precios del petróleo posiblemente se mantendrían en niveles muy altos.

¿Cuáles han sido las consecuencias? Una obvia: en los últimos tres años y en el actual, el alza ha impulsado el crecimiento. Pero al mismo tiempo este ha estado acompañado de la profundización de los rasgos negativos del Petro-estado, la llamada “maldición de los recursos naturales”. En The Paradox of Plenty. Oil Booms and Petro-States, Juan Pablo Pérez Alfonso, fundador de la OPEP, decepcionado de los efectos que sobre Venezuela había tenido el alza de los precios del petróleo en los setenta, indica (¿premonitoriamente?) a Karl, “No estudie la OPEP. Es aburrido. Estudie que está haciendo el petróleo a Venezuela, que nos está haciendo.”

La economía se ha hecho muy dependiente del precio del petróleo, de hecho la producción de crudo se ha reducido en 30% respecto a la de 1998. Además, la estructura económica se ha sesgado aún más hacia los servicios y el comercio, perdiendo peso la industria y la agricultura. Por el otro, el deterioro y la involución político-institucional son mucho más graves que los efectos económicos negativos. El llamado del “socialismo del siglo XXI” no es sino una prescripción para el atraso y la autocracia, el establecimiento de una nomenclatura que desde el poder se apropia de la renta, soportada por un ingreso externo sin relación con el esfuerzo productivo doméstico. En esta ocasión, la maldición ha golpeado con fuerza.

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