El Editorial

La maldición de Sísifo y una anécdota caraqueña

El devenir político de nuestra sufrida Venezuela parece transcurrir en medio de situaciones que nos traen a la memoria un mito y una anécdota. El primero extraído de la mitología griega y la segunda de un cuento de la bucólica Caracas de principios del Siglo XX.

Mencionaremos primero un caso que nos refiere Homero en la Odisea: “La Maldición de Sísifo”, malvado rey y fundador de Élfira, antiguo nombre de Corinto.

Sísifo desata la furia de Zeus -la más importante divinidad del Olimpo- cuando interfiere en una de sus aventuras extramaritales. El caso es que Zeus había raptado a una ninfa de nombre Egina y Sísifo lo delata. Enfurecido, el señor del Olimpo le ordena a Tánatos, dios de la muerte, arrojarlo a los infiernos.

Pero Sísifo logra engañar a Hades -dios del infierno- y se escapa del inframundo. Por ello es condenado para toda la eternidad a empujar cuesta arriba una enorme piedra por una empinada ladera pero, antes de alcanzar la cima, la piedra siempre se desprendía y rodaba hasta el fondo. Conforme a la maldición, el agotado Sísifo tenía que repetir la tarea, una y otra vez, eternamente.

Venezuela parece condenada también a la maldición de Sísifo. Cuando creemos que ya estamos cerca de alcanzar la cima, surge algún percance y la roca desciende nuevamente hasta lo más profundo.

Y ahora nos vamos a referir a una anécdota bien pedestre que no guarda relación con la mitología griega. En la Caracas aletargada de principios del Siglo XX no existían cloacas. Todas las casas contaban con un pozo séptico. Se cuenta que de la limpieza de tales dispositivos se encargaba un avispado curazoleño. Cuando uno de esos pozos se llenaba, el curazoleño venía con una larga vara que hundía hasta el fondo de la fosa para medir la cantidad de desechos y materia fecal que había que remover. Le presentaba entonces un presupuesto al dueño de la vivienda. Si el dueño le objetaba el costo, el curazoleño, sin inmutarse, con un rápido movimiento de su dedo índice, limpiaba la porquería de la vara y decía: “Ahí le queda eso” y se marchaba.

Pues bien, hoy los venezolanos pudiéramos enfrentarnos a una situación similar. Después de dos décadas de populismo, corrupción e ineficiencia el régimen parece hundido en una suerte de pozo séptico. La inmundicia ha llegado a tales extremos que la comunidad internacional ya no lo tolera. Casi 60 países que incluyen a casi todo el Hemisferio Occidental, Europa, Japón y muchos otros respaldan al gobierno interino. Unos 40 países han dicho que desconocerán los resultados de unas elecciones írritas convocadas para el 6 de diciembre porque no cumplen con estándares internacionales ni se ajustan a los requisitos de la Constitución. Al respecto muy claramente se han pronunciado Pompeo, Elliott Abrams, Story y otros.

Esas son las circunstancias bajo las cuales un importante líder, a quien muchos hemos respetado, decide romper el frente opositor y anuncia que va a apoyar esos comicios. Lo hace recurriendo a una elaborada argumentación y con el apoyo algunos sectores colaboracionistas dispuestos a contemporizar.

Entienden bien que le hacen un inmenso favor a un régimen desesperado por recuperar su ya malograda legitimidad, aunque saben que éste sólo respeta los resultados cuando le conviene. Sin embargo, hoy luce dispuesto a otorgar algunas concesiones, como el supuesto “indulto” de presos políticos que no habían cometido ningún delito. Pero tales concesiones no llegan al extremo de renunciar a su írrito CNE ni de aceptar el regreso a la legalidad.

Quien cae en ese juego está cambiando el apoyo de EEUU, de la OEA, del Grupo de Lima y de las democracias respetables del mundo, por las eventuales promesas que puedan desprenderse de unas conversaciones con Turquía, y por el beneplácito de Cuba y seguramente de Rusia y quizá de China. ¡Pobre Venezuela!

Tal como narra Homero en la Odisea, nos puede ocurrir como a Sísifo y tendríamos que volver a empujar la roca desde el fondo. Asimismo, como en el caso de la anécdota caraqueña, corremos el riesgo de que las democracias internacionales se harten y, como hacía el curazoleño, nos digan: “Ahí les queda eso” y se retiren.

José Toro Hardy, editor adjunto de Analítica

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Un comentario

  1. Debemos recordar a Sísifo, no por su eterno castigo ni por su rutinaria condena; creo que debemos rememorar y reevaluar su situación desde otra perspectiva, aquella que nos permitirá prevenir vivir rutinariamente la única vida de que disponemos. Solamente así podemos volver a ver al personaje descrito como un verdadero amante de la vida a pesar del castigo de la rutina eterna y alguien que a pesar de todo venció la tan temida muerte.
    El motivo del castigo al que fue sometido Sísifo no es mencionado por Homero, pero otras fuentes indican que Sísifo había revelado al dios fluvial Asopo que el autor del rapto de su hija Egina había sido Zeus;1​ o que el castigo había sido a causa de su impiedad;3​ o bien se debió a su hábito de atacar y asesinar viajeros.
    El que padecemos no tiene una causa determinada. Sin embargo, la traición a nuestros valores cívicos, fundamento de un Estado legítimo, sea la causa evidente.
    Debilidad y ambición, términos opuestos, han develado el pretendido apego a nuestra institucionalidad.

    ¿Tendrá sentido la frase con la que Albert Camus inicia su ensayo sobre El Mito de Sísifo: “Oh, alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el ámbito de lo posible?.

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