El Editorial

Las mentiras tienen patas cortas

A pesar de lo que pudo haber dicho el tristemente famoso dr. Joseph Goebbels, que una mentira repetida mil veces termina por convertirse en verdad, palabras que este régimen ha utilizado hasta la saciedad, no es menos cierto que hay un momento en el que esa reiteración engañosa se voltea y la mentira sale a flote, modificando la percepción y ya ni la eventual verdad que se transmita se volverá creíble.

Eso le está ocurriendo al régimen con dos mentiras que nadie cree, como el número de infectados por la COVID-19 y las muertes que ha producido y el catastrófico manejo de la crisis en Apure. El régimen busca ocultar la falta de pericia de la Fuerza Armada para combatir a la disidencia de las FARC y trata de confundir a la opinión pública, argumentando que esas acciones militares infructuosas son producto de una connivencia de grupos paramilitares con el gobierno de Colombia y no la verdad, que no es otra que la lucha entre dos expresiones de la disidencia de las FARC en busca del control de un territorio por el que transita libremente el narcotráfico.

La realidad aparece en las redes sociales cuando se muestran los cadáveres de presuntos soldados venezolanos, envueltos en sabanas y montados en un camión, bajo la supervisión de guerrilleros que luego tienen el descaro de presentar, cual botín de guerra, el parque militar capturado.

En la medida que estas mentiras dejan de ser creíbles lo más probable es que la gente empiece a dudar de todo lo que les dicen con bombos y platillos, como que la crisis del diésel es causada por las sanciones, o que las vacunas no llegan porque EEUU lo impide, o que las ONG humanitarias son instrumentos del terrorismo y que todos los comunicadores sociales son culpables de cualquier delito sexual que se le ocurra a la fiscalía, con base a en cualquier denuncia anónima que reciba.

La hora de las grandes mentiras está llegando a su fin, como también ocurrió en la caída del nazismo y del comunismo, y volverá a florecer la verdad, única manera de poder restablecer la confianza, elemento esencial para la recuperación y reconstrucción de Venezuela.

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Un comentario

  1. Nuestro país ha perdido la aplicación de una política sana y organizada, cuando los electores pudieron tener la disposición de elegir a los gobernantes y súbditos en la estabilidad del Estado.
    Thomas Mann expuso la relación entre «cultura» y «civilización» en su libro Consideraciones de un apolítico, en el contexto de la derrota alemana en la Gran Guerra de 1914. El libro es una intervención que busca influir en la toma de posiciones respecto a si había que obstinarse en mantener la noción tradicional de la cultura alemana o revisarla para adecuarse al nuevo espíritu de las democracias vencedoras.
    Esto tenía en ese contexto para Mann una doble implicación. La primera apunta a la incapacidad intrínseca de la democracia para resolver lo que él llama «el problema del hombre», entendiendo por tal el antagonismo entre sus requerimientos espirituales y sus necesidades sociales, y mostrar por qué la política no era el medio para resolver ese antagonismo. La segunda implicación tiene que ver con lo que Thomas Mann llama «el imperialismo de la civilización», al cual él opone el cosmopolitismo de la cultura como una posibilidad de democratización interior y espiritual de Alemania acorde con su pasado.
    El siglo XX cerró la entrada de la democracia, y luego introdujo formas de gobierno sin fundamento constitucional.
    ¿Qué significa esta abolición del sistema democrático?
    El efecto es la anarquía y la progresiva destrucción del Estado. Desde que se haya implantado el surgimiento de las comunas, ocurrirá lo que Francia padeció en la revolución contra la Monarquía: El pueblo sería un título dirigido por los anarquías, y Francia regresaría otra vez a la monarquía, en la ruta de la abdicación de Luis Felipe y hacia otro Imperio: Napoleón III

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