El Editorial

Mensaje a García

El panorama político de Latinoamérica se está complicando. Volvamos atrás las páginas de la historia para entender lo que hoy ocurre.

El comunismo y el capitalismo se enfrentaron al terminar la II Guerra Mundial. En 1946 Winston Churchill anunciaba: “Desde Stettin en el Báltico, a Trieste en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de acero”.

Se desata entonces un conflicto de proporciones planetarias. Las dos superpotencias -EEUU y la URSS- trataban de imponer su sistema al mundo. Aquel drama se conoció como la “Guerra Fría”.

Uno de aquellos sistemas defendía las libertades y la supremacía del individuo y otro defendía la supremacía del Estado y la superioridad del colectivo.

El tiempo se encargaría de dar su veredicto. En los lugares donde se le permitió a los ciudadanos cultivar libremente sus iniciativas, el nivel de vida de la sociedad mejoró notablemente. En cambio, en los sitios donde el Estado coartó las libertades individuales para favorecer supuestamente al colectivo, el resultado fue la implantación de estados policiales y un atraso generalizado.

El 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín. El Muro había sido erigido por orden de Kruschev 28 años atrás para frenar la migración masiva de ciudadanos que huían del comunismo. Siempre ocurre lo mismo.

Aquel evento desató en los tres meses siguientes el llamado “Otoño de las Naciones” durante el cual se desmorona el Telón de Acero. Uno a uno los países de Europa Oriental y Central abandonaron al moribundo comunismo. Su “requiescat in pace” quedó sellado con la desaparición de la URSS en 1991 y su desmembramiento en 15 países diferentes.

“Es el fin de la historia” proclamó Fukuyama. El impacto de aquellos hechos fue determinante en la América Latina.

Como reacción aparece en 1990 el Foro de São Paulo integrado por un grupo de partidos comunistas y movimientos de la izquierda latinoamericana. El protagonismo lo asumen Fidel Castro y Lula, para entonces cabeza del Partido de los Trabajadores de Brasil. Imperaba en ellos una marcada frustración ante la caída del Muro de Berlín, el derrumbe de la Cortina de Hierro, el fin del comunismo y la desintegración de la URSS que privaba a Cuba de la ayuda soviética y la hundía en el llamado «período especial».

Comenzando el Siglo XXI, el Foro de São Paulo alcanza éxitos políticos resonantes. El primero de ellos fue el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela, seguido por Lula en Brasil, Kirshner en Argentina, Tabaré Vázquez en Uruguay, Evo Morales en Bolivia, Michelle Bachelet en Chile, Rafael Correa en Ecuador, Daniel Ortega en Nicaragua, Zelaya en Honduras, Fernando Lugo en Paraguay y otros. La franquicia del Foro de São Paulo se extendió desde Centro América hasta la Patagonia.

Sin embargo, la corrupción, el populismo y la ineptitud dieron al traste con la magia de muchos de aquellos gobernantes que se creyeron semidioses. Casi todos, empobrecieron a sus frustrados pueblos a pesar de que el aumento en el precio de las materias primas estaba dotando a aquellos países de ingresos extraordinarios.

Uno a uno fueron desapareciendo. Quedaron sólo los gobiernos dictatoriales de Venezuela, Cuba y Nicaragua, con sus ciudadanos sumidos en la miseria y hundiéndose en las arenas movedizas de la corrupción y la violación de DDHH.

Sin embargo, pareciera que la marea trae de vuelta una nueva tanda de líderes de esa tendencia. En Argentina ganó un Alberto Fernández, versión suavizada de los Kirshner; en México un Manuel López Obrador hace resonar nuevamente la alarma del populismo; en Bolivia Luis Arce que resurge de las filas de Evo Morales; en Ecuador Andrés Arauz, candidato correísta quien lideriza la primera vuelta y tendrá que enfrentar a Guillermo Lasso en la segunda ronda electoral y, en Colombia, un Gustavo Petro pareciera encabezar las preferencias electorales según las encuestas.

Los venezolanos tenemos que sacar conclusiones de este drama. No podemos seguir simplemente dándole largas a nuestra tragedia. Corremos el riesgo de vernos nuevamente rodeados de gobiernos simpatizantes de aquel retroceso histórico que fue el Foro de São Paulo. Este es un mensaje a García.

José Toro Hardy, editor adjunto de Analítica

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2 comentarios

  1. El transpersonalismo afirma que en el hombre encarna valores tan solo en cuanto es parte del Estado o vehículo de los productos objetivados de la cultura; es decir, que el hombre individual, en tanto que tal, carece de una dignidad propia, y que tan solo viene en cuestión valorativamente cuando sirva de modo efectivo a unos fines transpersonales del Estado (gloria, poder, conquista, etc.) o de las obras objetivadas de la cultura.
    El transpersonalismo puede adoptar dos formas, según que coloque en el pináculo de la jerarquía a los valores que encarnan en las obras objetivas de cultura (forma culturalista, según la cual no sólo la persona individual sino también la sociedad quedarían subordinadas a esos valores); o que entronice, como supremos, los valores que residen en el Estado (transpersonalismo político).
    Para el transpersonalismo político, que considera como supremos los valores que se realizan en la colectividad, resulta que el individuo aparece como un mero producto efímero de escasa o nula importancia. Un sinnúmero de individuos vienen a nutrir las filas de la colectividad y después desaparecen de ella; y están en ella tan solo para ser soportes y agentes de una supuesta vida superior de la «totalidad».

  2. EL POPULISMO
    Las definiciones sobre esas formas de poder padecen de ambigüedad conceptual. De todas maneras se puede generalizar diciendo que es un credo y movimiento basado en la premisa principal: la virtud reside en el pueblo auténtico que constituye las tradiciones colectivas. El pueblo es asumido como mito y el líder elegido para conducir es ‘la voz’ del pueblo.
    Otro modo de definir al populismo es que el populismo es una patología política, la antidemocracia. El populismo es una cáscara vacía que puede llenarse con distintos contenidos. Es un arma de combate político que apunta a estigmatizar al adversario.
    El populismo es la antidemocracia.

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