El Editorial

¿Por qué no se ponen de acuerdo?

Por más que uno intente encontrar una explicación lógica a los desentendimientos en la oposición democrática, sólo ve lo que no deseáramos contemplar, que no hay diferencias de fondo que justifiquen, a estas alturas, la falta de unidad de esfuerzos para derribar el muro de la dictadura.

No pretendemos descalificar ninguno de los argumentos que esgrimen los diversos líderes opositores, pero creemos que muchos pueden y deben ser dirimidos cuando se logre el fin de la dictadura.

Una vez logrado ese -que es el objetivo primario en el que todos concuerdan, se debe proceder, en la etapa de transición, a articular una hoja de ruta o una visión compartida de cómo deberá funcionar el país a partir de que se celebren elecciones libres.

Ese acuerdo, que ya debería estar gestándose, puede ser parecido o no a lo que fueron el Pacto de Punto Fijo, Pacto de la Moncloa, Acuerdo entre las fuerzas democráticas de Chile después de Pinochet, o los entendimientos que se hicieron en Sudáfrica y Polonia.

Lo que si no es lógicamente admisible es que se sigan consumiendo energías para combatir, criticar, destruir a las principales figuras opositoras que han librado en estos 20 años numerosos enfrentamientos con la dictadura. Y en lugar de seguir en esa mala praxis por qué no analizar, estudiar, evaluar las contradicciones y diferencias que existen en el seno de lo que podemos denominar, en sentido amplio, el chavismo. Si lo hiciéramos veríamos las grietas que existen ya en el muro de la dictadura y si les devolvemos la misma medicina que nos han aplicado a nosotros, es decir el principio, dividir para reinar, tal vez logremos acelerar la caída del muro.

Hoy debemos pensar más allá de nuestras individualidades y transformarnos en un ariete colectivo que nos permita terminar de fragmentar la “presunta” unidad monolítica del régimen.

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Un comentario

  1. Los partidos políticos, en su camino a la democracia, se vieron forzados a entrar en componendas o pactos entre ellos mismos y con el régimen, y en estos frecuentes entendimientos políticos se apartó el contenido de la Constitución Nacional. Ya no está en juego la esencia de sus principios ideológicos, sino también las demandas que de ellos emanan, la combatividad de sus partidarios e incluso el descontento de los sectores más agraviados de la sociedad civil. El resultado alcanzado fue, al menos en lo formal, una democracia liberal asentada en instituciones ciudadanas, constitucionalmente legalizadas, cuyos actores centrales negocian, a través de élites partidarias y políticas, no principios éticos o programáticos, sino, generalmente, modelos de sistemas operativos en materia electoral.
    Subrayo lo de formal porque esta democracia, ya de por sí limitada a la cuestión electoral, no ha podido deshacerse aún de la nociva influencia de la vieja cultura política nacional heredada de viejas dictaduras. En este sentido, los contenidos esenciales del símbolo democracia, son frecuentemente alterados por los símbolos instrumentales creados por los actores, especialmente políticos, involucrados en los ritos que este símbolo dominante genera.
    Bielorrusia ocupa los titulares internacionales, pero las imágenes de miles de personas tomando las calles de Minsk, tras la reelección del presidente Alexander Lukashenko, han impactado al mundo.
    ¿Será posible que esto mismo ocurra en Venezuela?

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