El Editorial

¿Qué pasó, qué pasará?

En realidad, nada diferente a lo que estaba previsto. Se culminó un proceso fraudulento, que tuvo como evento apoteósico la farsa de ayer (con un bochornoso bajo porcentaje de participación según extraoficialmente se maneja), que no fue otra cosa que un insulto a la tradición democrática que se instauró a mediados del siglo pasado y que fue la luz que inspiró a muchos países de nuestro continente a superar las inveteradas dictaduras militares que tanto daño y atraso le causaron a nuestra América.

¿Qué pasará? Eso nos lo aclarará el transcurrir del tiempo. Mientras, seguiremos retrocediendo y retornaremos a lo peor del siglo XIX. Aparecerá otro gendarme necesario del que nos hablaba hace un siglo Laureano Vallenilla Lanz, o fraguaremos a través de la Consulta Popular el espíritu necesario para hacer de nosotros algo más que súbditos del despotismo caribeño y enfrentar el siglo XXI como ciudadanos de un nuevo país, que no se rinde, y que desea ser parte de esta maravillosa aunque peligrosa y desafiante era.

Tenemos confianza y esperanza en que, a pesar de todas las críticas, y visiones negativas y fatalistas sobre nuestro gentilicio, se encenderá una chispa que traerá un fuego renovador y forjará el temple que requerimos para hacer de Venezuela un gran país en el que todos podamos convivir y volver a ser ejemplo en una democracia pujante, de creatividad, solidaridad y sobre todo ganas de volver a estar entre los primeros de la fila y no en la cola en la que nos han ubicado estos 22 años de destrucción sistemática.

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Un comentario

  1. El propósito explícito de Laureano Vallenilla es “contribuir a la elaboración de un sentimiento nacional”, es decir, promover el nacionalismo, origen de muchos males. El autor tiene la esperanza de que las nuevas generaciones tomen conciencia que solo se puede fundar el derecho político sobre “hechos sociales e históricos indiscutibles”. Vallenilla confiesa que privilegia los “hechos”, dogma positivista, por encima del “derecho”. Parece un absurdo que, a partir de verdades empíricas, se pueda crear una constitución. En principio, una carta magna debe inducir al deber ser, no conformarse con el ser fáctico.

    La creencia de Vallenilla es que hay que crear primero el progreso, luego vendrá la legalidad. Dicha legalidad no solo es diferida sino que, además, es descalificada su función de asegurar el liberalismo político.

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