El Editorial

¿Si hideputa no es un insulto entonces qué lo es?

Para no salir de lo insólito en este país en el que la procacidad es la regla y la cortesía la excepción. Una juez exoneró a ese prohombre de las letras bolivarianas, Mario Silva, por haber dicho en su estelar programa “La Hojilla” que Miguel Henrique Otero era un hijo de puta. Ahora resulta que todo está permitido en esta nueva realidad venezolana en la que el mal uso del lenguaje es una virtud. El presidente, tal vez escudándose en Uslar le dijo recientemente en televisión a Parmalat si le había visto la cara de pendejo.

Será que los jerarcas del régimen creen de verdad qué es así como se gobierna, que para que el pueblo te entienda hay que ser más grosero que él. Eso se llama emulación hacia abajo y es todo lo contrario de superación. Los gobernantes deben ser, en cierta medida como los maestros, su función primordial es la de ayudar a la población a superar obstáculos y formarse intelectualmente para ser ciudadanos. No creemos qué a base de chistecitos malos, del uso cada vez más común de palabras inadecuadas en quienes deben dar ejemplo de civilidad, sea el camino para mejorar las condiciones de vida de los venezolanos.

Estamos convencidos de que en la mayoría de los hogares venezolanos no se habla ni con el lenguaje de los cuarteles ni mucho menos con el cinismo putrefacto de “La Hojilla”. No somos ni pacatos, ni nos asustan las malas palabras, pero todo tiene su lugar y su tiempo. El lenguaje es un instrumento importante en la superación del ser humano, las llamadas groserías son muletillas que sustituyen el buen uso del mismo. Qué cuando uno se golpea con una piedra no diga “hay caramba que fastidio tropecé de nuevo con la misma piedra” sino que use la interjección de rigor es no solo comprensible sino un necesario desahogo. Pero llamar a alguien el canal de televisión de todos los venezolanos como hijo de puta es inadmisible en cualquier sociedad civilizada.

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