El Editorial

¡Tiempos de resiliencia, no de resignación!

La incertidumbre ha sido una constante a lo largo de la historia. Si nos vamos atrás, hasta de Edad Media, basta imaginar la angustia entre los pobladores de Europa cuando, hacia el Siglo XV, la Peste Negra mató en ese continente no menos de 25 millones de personas, más de un tercio de toda su población.

Eventos similares se han repetido a lo largo de la historia. Quizá el más dramático en un siglo fue la llamada Gripe Española. Estalló en 1918 durante la Primera Guerra Mundial. Se trataba de un virus que infectó a unas 500 millones de personas en todo el mundo y mató entre 20 y 40 millones de personas.

Pero la incertidumbre no se limita a situaciones vinculadas a la salud. Sin irnos tan atrás, imaginemos el torbellino de temores que invadió al mundo a raíz del asesinato en Sarajevo en 1914 del duque Francisco Fernando, heredero de la corona del Imperio austrohúngaro, que desembocó en la I Guerra Mundial y que, como consecuencia de un efecto dominó de alianzas, involucró a más de 70 países y provocó la muerte de unos10 millones de combatientes y 20 millones de heridos.

Imaginemos la angustia desatada por eventos como la Revolución Bolchevique en 1918 o la Guerra Civil Española en 1936. La Gran Depresión en los EEUU en 1929 -que se extendió como reguero de pólvora por todo el planeta- dejando una estela de dolor, desempleo y pobreza. Y pocos años después, el estallido de la II Guerra Mundial, que quizá no fue más que la continuación de la Primera, que se saldó con unos 60 millones de muertos.

Tratemos de visualizar el sufrimiento de los judíos cuando seis millones de ellos fueron asesinados en el Holocausto desatado por el Führer o el Holomodor en el cual Stalin decretó la muerte por hambre de unos diez millones de campesinos ucranianos. Recordemos también a Mao y su revolución en la cual, sólo en el episodio del “Gran Salto Adelante”, fallecieron de hambre unos 45 millones de chinos y que durante su mandato en total se le atribuye la muerte de unas 70 millones de personas.

Al hacer este recorrido histórico a vuelo de pájaro no queda otra cosa que concluir que la angustia parece ser inherente a la condición humana.

Hoy la humanidad está viviendo nuevos motivos de incertidumbre, potenciados porque la tecnología permite que las noticias más dramáticas nos lleguen en tiempo real. Sin tratarse de eventos tan cruentos como los antes descritos, su efecto psicológico puede ser devastador. Al encender el televisor o conectarnos a internet nos enteramos de que el COVID 19 ha contagiado a más de 62 millones de seres humanos y el número de muertes se acerca a 1,5 millones y avanza incontenible.

En un ámbito diferente, conocemos en vivo los riesgos que se ciernen sobre EEUU -en una sociedad polarizada- ante las consecuencias de un eventual desconocimiento de los resultados electorales; Wall Street se vendría abajo y la violencia estallaría en las calles.

Simultáneamente nos enteramos de las feroces amenazas de retaliación con las cuales Irán amenaza a Israel por la muerte de su principal científico nuclear Mohsen Fakhrizadeh, que podrían conducir a una desestabilización de todo el Medio Oriente y, a la vez, conocimos en el momento de ocurrir la muerte de un maestro francés a manos de un islamista, o las bárbaras acciones del dictador Lukashenco en Bielorrusia.

Nos enteramos también en tiempo real de lo que pasa en Chile o de lo que ocurre en Perú, donde en pocas semanas cuatro presidentes han sido desplazados, o de las manifestaciones violentas que suceden en Guatemala.

Y en el caso venezolano, a todos los hechos anteriores le sumamos nuestra propia crisis económica, la más profunda que jamás se haya documentado en Latinoamérica, con su secuela de más de cinco millones de migrantes -verdaderos desplazados que huyen de una situación forzosa- y vemos a nuestros hijos desperdigados por el mundo. Padecemos la mayor hiperinflación del mundo en medio de una crisis humanitaria de proporciones dantescas y la ansiedad que provoca un régimen que, a como sé lugar, se aferra al poder pasando por encima de cualquier cosa.

Nuestra psique no es capaz de procesar tal acumulación de situaciones dramáticas. Todos estamos angustiados y ansiosos, todos un poco enfermos. Son tiempos de incertidumbre pero, quizá el mayor daño podría ocurrirnos, si se anula nuestra capacidad de seguir luchando. No nos dejemos aplastar por los miedos. Vamos a prevalecer. ¡Son tiempos de resiliencia, pero no de resignación!

José Toro Hardy, editor adjunto de Analítica

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