El Editorial

Viabilidad

Venezuela está atravesando por lo que quizá es la mayor crisis económica documentada en la historia de la América Latina y una de las más severas que hayan sido respaldadas con datos en el mundo. Las cifras son devastadoras: la mayor hiperinflación del planeta, la mayor caída del PIB con excepción de Libia, junto con Siria el mayor número de migrantes (superan ya los 5,5 millones), una caída del Producto Interno Bruto de más del 70% en seis años, el cierre de la mayor parte del aparato productivo incluyendo empresas manufactureras y las de los sectores agrícola, financiero y comercial; el signo monetario -el bolívar- abatido, a pesar de que alguna vez llegó a ser junto con el franco suizo la moneda más sólida del mundo.

En buena medida la destrucción delirante de nuestra economía fue causada por un gasto público populista y de carácter expansivo e imprudente, financiado mediante emisión de dinero sin respaldo por parte del BCV que desorganizó las finanzas públicas y desató una aceleración de precios endemoniada, acabando con los más elementales equilibrios macroeconómicos. Todo ello sazonado con expropiaciones a diestro y siniestro que eran reflejo de las intenciones socializantes del régimen, aunadas a niveles de corrupción apabullantes.

Venezuela ha sido incluida por la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y también por el Programa Mundial de Alimentos (PMA) en la lista de países en riesgo de hambruna.

En conjunto se trata de un panorama deplorable, que ha recrudecido con el tema de la pandemia.

Por su parte, el gobierno de Caracas atribuye todos estos males a una supuesta guerra económica y a las sanciones que le han sido aplicadas. Sin embargo, el origen del drama es bastante anterior a la aplicación de dichas sanciones. La hiperinflación ya se había desatado y se ha prologado indetenible por 39 meses, en tanto que la recesión se inicia en el tercer trimestre del 2014 y ha campeado por sus fueros durante 29 trimestres. Se trata de la peor hiperinflación en la historia americana, lo que ha contribuido a que Venezuela sea considerada por el FMI como el segundo país más pobre, además de ser el más desigual del continente.

Muchos se preguntan, ¿cómo es posible que en medio de una situación así no se haya producido un cambio de gobierno? Lo cierto es que la experiencia indica que las crisis económicas no suelen dar al traste con gobiernos no democráticos; lo que sí logran es que se tornen inviables.

En la actualidad vemos como un sector del empresariado venezolano está procurando algunos mecanismos a fin de tender puentes, alegando que es la única forma de frenar la situación imperante. Sin embargo, la realidad es que si tales mecanismos no son capaces de devolver la confianza y restablecer la seguridad jurídica, tampoco serán capaces de promover los flujos de inversión cuyo efecto multiplicador resulta la única posibilidad de lograr la recuperación del país. Podrán sí, esas iniciativas, brindarle algunas oportunidades a ciertos empresarios locales y también a algunos inversionistas extranjeros osados que estén dispuestos a asumir riesgos importantes a cambio de una elevada rentabilidad.

Sin un retorno a la institucionalidad y un fortalecimiento de la seguridad jurídica es difícil avisorar una recuperación sólida y sostenible, aunque sí pueden producirse focos de oportunidades en sectores específicos.

Comentaba un analista que en el pasado Venezuela sufrió etapas donde no existían libertades políticas y sin embargo la economía prosperaba. Puso como ejemplo los gobiernos de Gómez y Pérez Jiménez. La diferencia es que aunque no se trataba de gobiernos democráticos, lo cierto es que se aferraban a una ortodoxia económica que hoy brilla por su ausencia.

Recientes declaraciones del gobierno de Biden y nuevas sanciones de la Unión Europea parecen acabar con las esperanzas de quienes pensaron que podría producirse una distensión capaz de brindarle una nueva oportunidad al régimen de Caracas. Bajo las actuales circunstancias luce difícil apostar por su viabilidad.

José Toro Hardy, editor adjunto de Analítica

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