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El dilema del hijo único

Muchas teorías de prominentes psicólogos como Adler, Freud, Skinner y Eysenck han explicado la importancia del orden de nacimiento en el desarrollo de la personalidad y, por supuesto, se ha tomado mucho en cuenta al caso específico de los hijos únicos. Sin embargo, ahora más que nunca, un alto número de hogares cuenta con hijos únicos por diversas razones y, por eso, es importante desmitificar algunas percepciones sin fundamento e informarse un poco más sobre este tema, conociendo más a fondo el origen de términos como: el síndrome del hijo único o incluso el síndrome del pequeño emperador.

Debido a que los hijos únicos no tienen hermanos con quienes interactuar, ellos aprenden a depender de sí mismos. Sin embargo, suelen tener ciertas dificultades en socializar a pesar de que no necesariamente su condición de ser únicos los haga introvertidos o extrovertidos. Si bien calificativos como: egoístas, mimados y complicados han sido con frecuencia usados para describirlos, lo cual sugeriría que su condición es algo no deseable, no siempre aquellas personas que no han tenido hermanos y/o hermanas desarrollan esa clase de características, según lo explican Juju Chang y Sara Holmberg corresponsales de la cadena de noticias ABC, quienes hicieron una investigación muy interesante sobre el tema.

Uno de los ejemplos usados por esta investigación fue el de una madre, hija única que también tiene un hijo único y que ha sentido en carne propia los prejuicios existentes. Según ella, cuando las personas le conocen y se enteran de que no tuvo hermanos, de inmediato el comentario es: «Debes haber sido una mimada, mandona y todo eso que los hijos únicos son…».

El mito del hijo único viene desde finales de la década del 1800 cuando G. Stanley Hall, conocido como el fundador de la psicología infantil, determinó que ser un «hijo único», era en realidad una peste. De allí en adelante, muchos investigadores han ido estableciendo otros parámetros en el análisis y eso ha llevado a nuevas y más exactas apreciaciones de la condición de ser únicos.

Así, según Susan Newman, psicóloga de la Universidad de Rutgers y autora del libro «Parenting an Only Child» (ser padres de un hijo único), el mito ha sido perpetuado desde entonces y por ello la gente, en general, califica a los únicos como malcriados, agresivos, mandones, solitarios y hasta desadaptados, «la lista de calificativos negativos es interminable», dice la experta y añade que, por fortuna, no hay evidencia científica de que estos estereotipos tengan asidero alguno. «Se han hecho cientos de estudios e investigaciones que demuestran que los hijos únicos no son diferentes a otros niños que provienen de hogares con más hijos».

Si bien un amplio número de estudios ha demostrado que no existe diferencia en cuanto a que los hijos únicos y los que no lo son actúen como emperadores o sean mimados y difíciles, sí hay una diferencia significativa cuando se analiza el tema de la inteligencia. Un estudio realizado a lo largo de 20 años ha demostrado que la educación dada por los padres a los hijos únicos da como resultado niveles educativos más altos, mejores notas en los exámenes y mayores niveles de logro educativo y profesional.

 

Según la doctora Newman, la explicación para esta ventaja está en que los hijos únicos cuentan con todos los recursos financieros de sus padres con lo cual pueden tener lecciones extras o especiales en lo que fuera necesario y, además, aprenden a ser más críticos y observadores pues existe una interrelación más directa con los padres y reciben, sin duda, una atención individual y personalizada al no existir otros niños en el hogar. «Esto significa más tiempo para la lectura, más tareas escolares realizadas a tiempo y eventualmente mejores notas en sus pruebas y exámenes», señala la experta.

Introversión y extroversión

Se cree que el hijo único al crecer solo sin hermanos se torna tímido e introvertido, pero la tendencia a interesarse por el mundo interior de sus pensamientos y sensaciones o por el mundo exterior de las cosas y las personas, no se halla determinada por esta condición. Según las psicólogas María Elena López y María Teresa Arango, autoras del libro ‘El hijo único’, de Grupo Editorial Norma, las características tradicionalmente asociadas con el hijo único son un mito, pues las familias que solo tienen un hijo son absolutamente normales y esos niños suelen tener un desarrollo tan sano como el de un niño que tiene hermanos. Ellas consideran que ciertos problemas que experimentan los niños, como depender de los padres, ser complacidos en todos sus deseos, ser sobreprotegidos e introvertidos no son solo característicos de los hijos únicos, sino que también se pueden presentar en familias que tienen varios hijos y que se debe más bien a la forma de educar de los padres y de impartir la disciplina.

«Un hijo único adulto comenta que su mayor ventaja ha sido haber desarrollado la capacidad de estar solo y entretenerse por sí mismo. Por otro lado, el hecho de no tener hermanos con quienes pelear ni de quienes defenderse impulsa a muchos niños únicos a asumir comportamientos más tranquilos y a veces más maduros que los llevan a evitar conflictos», dicen las autoras. En cuanto a la agresividad, estas psicólogas consideran que los niños pueden aprender a comportarse de manera agresiva por imitación, si es eso lo que ven de sus padres, de otros adultos o de sus compañeros, por tanto un hijo único no es agresivo por ser único sino por las características del medio que determinan tal comportamiento.

«Lo que sí es una realidad es que al estar rodeados solo de adultos suelen entrar en la madurez prematuramente y esto les permite desarrollar la destreza que quizá no tengan sus amigos para saber discutir con sus padres y tener excelentes capacidades verbales, dos habilidades que le serán de gran ayuda a la hora de aprender a negociar y conciliar con los demás», señalan las autoras. –

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