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Las universidades requieren de un gran salto a la modernidad

La universidad venezolana debe plantearse con firmeza y sin miedo una discusión a fondo sobre las transformaciones que requiere para alcanzar los retos globales de este siglo. Debemos diseñar nuevos modos de desarrollar la investigación enlazados con el mundo y los sectores productivos, que nos acerque a un novedoso modelo de financiamiento que no sea dependiente del Estado, exclusivamente.

Así lo planteó Catalina Ramos, presidente de la Asociación de Egresados de la Universidad Simón Bolívar, al afirmar que es preciso analizar del rol de la universidad y dar el gran salto a la modernidad. Evitar, al máximo, esa dependencia excesiva del Estado para obtener un limitado presupuesto para cubrir con dificultad sueldos y salarios, investigación, el comedor o el autobús de las universidades.

Para Catalina Ramos los egresados de las universidades venezolanas, quienes están triunfando en muchos países en el mundo y en el propio, pueden contribuir significativamente en estas discusiones, en virtud de que todo su conocimiento y experiencia lo aportan cotidianamente para hacer una labor productiva donde se encuentren.

“Hasta el momento, -dijo-, no hemos sido eficientes en mostrar el rol que precisan desempeñar las universidades. Prueba de ello es la gravedad de la crisis universitaria en los últimos años y nosotros, sus ciudadanos, no estamos en la calle defendiendo a nuestras casas de estudio, reclamando un modelo diferente de gestión, una relación más estrecha con el sector productivo y un vínculo más proactivo entre el Estado y el sector universitario, en su conjunto”.

Refiere que han pasado muchos años y la universidad venezolana se ha ido ralentizando en el avance hacia la postmodernidad. Afirma que son muchas y diversas las causas de esta situación, no solo las más recientes, sino que se han ido acumulando durante años y se han agudizado con la dificultad presupuestaria y con otros aspectos como la inseguridad, la violencia, la escasez, la mediocridad y las carencias de niveles educativos previos, que se suman y se hacen dramáticamente evidentes dentro de las aulas.

“Hubo una época, -recordó-, en la que la universidad representaba el espacio que permitía la movilidad y el ascenso social. Los jóvenes querían llegar a sus aulas y la institución, valorando el mérito y la excelencia, los apalancaba en niveles de mejor desempeño profesional y, por ende, personal y familiar. Ingresar a la universidad era un gran reto. Quien lo lograba tenía una relevancia especial para la sociedad. Luego, como egresado, alcanzaba un mayor respeto en su entorno y podía desarrollarse y crecer como profesional”.

Catalina Ramos luce optimista pues considera que hay países del mundo que nos hacen pensar que estamos muy lejos de lo que requerimos, pero es posible. “Casos como el de Singapur y Corea del Sur nos muestran que es necesario un vuelco drástico en el modelo educativo y, especialmente, en el universitario, de investigación y desarrollo. Estos países en apenas unas décadas lograron posicionarse como potencias, apoyándose en una educación universitaria moderna, de calidad y con gran avance tecnológico y de conocimiento”.

Manifestó que entre otras medidas, estos países emprendieron agresivos programas de desarrollo, con visión de economía abierta y de mercado, apalancados en una educación superior de excelencia y en un eficiente sistema de ciencia y tecnología, abriendo paso al talento, a la dedicación y al logro. “Es así como se genera riqueza, se fortalece la sociedad y se promueve el ascenso social”, concluyó.

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