Entretenimiento

Un romance de Messenger que perdura en tiempos de WhatsApp

Y ahí está nuevamente. Salta en la pantalla del monitor, abajo a la derecha, una pestaña que indica que Mario (*) acaba de iniciar sesión en Messenger. Me pone nerviosa, me emociona y solo quiero dejarle un mensaje de inmediato.

No lo conozco, nunca lo he visto personalmente, pero sé que me gusta. La conexión que tengo con Mario es rara, no sé cómo pasó, pero me gusta. Con 14 años de edad no puedo decir mucho sobre el amor, pero los niños de mi colegio no son como él.

Mario tiene 15 años, es listo, inteligente y divertido. Puedo pasar mucho tiempo chateando con él, hasta que la diferencia horaria nos separa, así como los 6.992,98 km de distancia que también nos alejan; eso no me gusta.

Es otro país, otro continente. Mario vive en Madrid, España; yo en Caracas, Venezuela.

¿Que cómo tuve contacto con Mario?  No es muy difícil, la revolución del internet ocurre aquí y en todo el mundo. Fue en un juego que descargué por recomendación de una amiga —cuánto le agradezco—.

Por ignorancia mía tuve que preguntar a uno de los jugadores, por medio del chat, cómo mejorar mi personaje y allí estaba él para ayudarme y más tarde para enamorarme.

El chat de un juego dio inicio a una conversación amistosa, de coquetería y complicidad. Es como si lo conociera desde hace mucho. De allí nuestras infinitas conversaciones tuvieron que emigrar al Messenger, era más divertido y más personal.

Hablar todos los días es lo normal, una costumbre entretenida, me gusta. De vez en cuando le envío alguna foto mía. Mario me elogia, me dice cosas que nunca antes me había dicho nadie y a pesar de la distancia puedo intimidarme y sonreír al leer sus mensajes.

Es extraño, pero a Mario pocas veces lo he visto en fotos. Alguna vez me envió una, pero ahí estaba él: su cabello es corto, rubio; sus ojos son azules o verdes; su nariz es larga;  sus labios son delgados; me gusta.

Después de mucho insistir, Mario accede a que nos veamos por la cámara web. No olvido aquel día, estaba tan nerviosa, no sé por qué pero tenía miedo… Asumo que él también se sentía igual.

Unos minutos después, su imagen en tiempo real estaba allí, en la pantalla de mi monitor, y yo solo quería que fuese real, aunque así se sentía gracias a nuestra conexión personal. A pesar de no poder escuchar su voz por falta de tecnología, poder mirarnos era suficiente para reafirmar las palabras escritas en el chat.

* * *

Fue un amor genuino, de adolescentes que experimentan en internet y no les importa nada más.

El tiempo pasaba y seguíamos ahí, pero la diferencia de 5 o a veces 6 horas, dependiendo de la estación del año, hacía complicado conectarnos al Messenger al mismo momento.

A veces estábamos y otras veces no. Por un tiempo, unos meses y unos años fuimos dos niños enamorados por internet, pero ¿y la vida real?

Por un tiempo, unos meses y unos años también fuimos desconocidos. La vida pasaba de diferentes maneras en nuestros lugares. Personas y circunstancias nos sucedieron, como es normal. Aun así, yo pensaba en él y años después sabría que él también pensaba en mí.

* * *

Messenger ya no existe, pero una maravilla de la tecnología llamada WhatsApp es una versión modernizada para las comunicaciones.

En mis contactos tengo el número de Mario. Siempre hablamos. Siempre nos separamos. Pero nunca nos olvidamos.

* * *

De repente es 7 de diciembre de 2015, un día antes de mi cumpleaños número 22.

Veo mi teléfono y sale en la pantalla: “Mensaje de Mario”. Hacía uno o dos años que no sabía nada de él.

Nervios, emoción, amor, nostalgia y muchos recuerdos llegan a mi mente. Me siento una adolescente de 14 años otra vez y solo quiero responderle de inmediato.

Todavía no lo he visto personalmente, pero sé que me gusta. La conexión que tengo con Mario sigue siendo rara, pero me sigue gustando. Nuestras conversaciones infinitas nunca se han ido. Somos amigos, somos cómplices; estamos enamorados, puedo decirlo.

La tecnología nos ha permitido estar juntos: podemos escribirnos al instante; podemos vernos y escucharnos; podemos por un momento olvidar los 6.992,98 km de distancia que nos separan.

A pesar del huso horario así estamos todo el día, todos los días, desde la víspera de mi cumpleaños, momento en el que supe que sigo estando enamorada, que nunca dejé de estarlo.

Suelo compartir con Mario una frase que alguna vez escribió Gabriel García Márquez: “Pero aquí estamos otra vez, como siempre, y ojalá para siempre”.

A lo que él replica: “Pero aquí estamos otra vez, como siempre, y te aseguro que para siempre”.

(*) Los nombres fueron cambiados para mantener la privacidad

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