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Arte y Estado

Se cataloga como arte las obras que presenta una persona o una colectividad para consumo de todos. Se reserva a ciertas disciplinas la denominación y posibilidad de llamarse arte, más en cada una de ellas se encuentran obras que no calzan los puntos necesarios para merecer la denominación de arte.

Se nos hace obligatorio mencionar las disciplinas donde encontramos arte: ellas son la arquitectura, la escultura, la pintura, la literatura, la danza, la música y desde el invento de los hermanos Lumière, el cine. Hoy, el tema se nos complica porque la tecnología y la originalidad del artista permiten que encontremos «combinaciones» de ellas y expresiones difíciles de enmarcar en las disciplinas mencionadas.

El Estado es el ente creado por el hombre que decide vivir en comunidades autónomas y está definido por la organización de una comunidad bajo reglas que denomina leyes y que establecen las relaciones de obligatorio cumplimiento por sus componentes, naturales o jurídicos. Algo muy simple o muy complejo, dependiendo de cómo queramos entenderlo.

Desde que apareció el Estado y quizás cuando los hombres tenían maneras de pensar distintas, las relaciones entre las artes y los Estados han estado manchadas de malos ejemplos. También esto ha sucedido en la relación entre el Estado y sus componentes. Mejor dicho, las relaciones del Estado y sus componentes han estado viciadas por los administradores del Estado y por los sujetos de la relación.

Dejamos estas pinceladas para que nuestros apreciados lectores puedan pensar en las mejores relaciones posibles.

El objeto que queremos ventilar en un artículo de prensa, es la profundidad y dependencia que debe existir, de acuerdo con nuestro criterio, entre los artistas y el Estado.

Los artistas, de entrada, son seres excepcionales. Son creadores, son visionarios, son presentadores de cambios a la sociedad y a sus gustos. Pasan, como todos los ciudadanos, por diferentes etapas. Llegan al éxito cuando logran el reconocimiento de su colectividad y en función de esta, van ascendiendo en prestigio.

Cuando llegan a los más altos niveles y se acercan a la consagración, obtienen el respeto del público. Este respeto, perdonen la redundancia, debe ser correspondido por el artista, haciéndose respetar.

Pensemos ahora en las funciones del Estado. El Estado, como ente que administra, dentro de los límites de la libertad, todas las relaciones de la ciudadanía, tiene la obligación de propiciar todas las actividades que engrandecen la nación. El arte, sin lugar a dudas, es una de ellas. Por lo tanto, el Estado está en la obligación, repetimos, de aupar y proteger las actividades de los artistas.

Los administradores del Estado violan los conceptos fundamentales de las relaciones con sus ciudadanos cuando intentan capitalizar los triunfos de sus artistas.

El irrespeto al arte y a los artistas es propio de sistemas aberrados.

Aplaudimos a los artistas que se hacen respetar y mantienen en compartimientos estancos y muy distantes, sus actividades artísticas y su manera de pensar. Esto no quiere decir que sus expresiones artísticas estén divorciadas de sus pensamientos, quiere decir que las actividades personales no deben apoyarse en sus actividades artísticas. De igual manera, el comportamiento del Estado ante el arte tiene que ser el del estímulo y la protección. Lo que es inaceptable es su condicionamiento y explotación.

fuente:eluniversal.com

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