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Ava Gardner, la noche alegre de España

«El 26 de marzo de 1950, Ava Gardner salió de Nueva York rumbo a España». Así arranca el capítulo segundo de Beberse la vida. Ava Gardner en España, el libro de Marcos Ordoñez. Y en esa frase está el alma del documental La noche que no acaba, de Isaki Lacuesta, una de esas recreaciones en las que tan cómodo se siente el alma de Lacuesta.Como en Cravan vs. Cravan, el cineasta juega a la dualidad, a mostrar la belleza casi alucinatoria de la mujer que llega a Tossa de Mar a rodar Pandora y el holandés errante con los restos del naufragio que se pone delante de las cámaras en Harén, su último trabajo rodado en suelo español.

«No somos conscientes del cambio brutal que tiene en nuestra sociedad la grabación de imágenes, que poseamos información de cada paso de nuestra vida, y más aún si eres actor», apunta Lacuesta. Es cierto: de Gardner está grabado cada suspiro; y bien que exprime el cineasta esa potencia visual. ¿Ejemplos? En dos ocasiones, la chica de Carolina del Norte encarnó a mujeres asustadas ante la visión de su amante torero cogido por un morlaco. En la vida real, Gardner también vivió ese momento. Lacuesta entra a sangre en la expresión, juega a actuación/realidad, recorre el rostro de una diosa que probablemente odiaba tanta belleza y que necesitaba sentir el amor de otros cada día.

«Ava me interesaba como actriz. Mi madre me ponía mucho Mogambo. Y ser de Girona hace que crezcas oyendo leyendas de aquel rodaje en Tossa». Lacuesta se ha llevado el documental hacia sus terrenos, el ensayo visual y su tierra natal. No hay mucho Chicote ni juergas madrileñas y sí más de pérdida de inocencia en Pandora. Pérdidas de inocencia de Gardner y de los habitantes de Tossa, que ven cómo a su pueblo llegan unos americanos que están de juerga, que por primera vez ruedan fuera de su país -es el arranque de las producciones runaways-, y que ¡desayunan zumo de naranja! «Aparece una mujer que fuma, bebe, decide sobre su vida sexual, la controla, es promiscua y nadie la llama puta sino que es considerada socialmente. Y todo eso hace cambie la sociedad a su alrededor». Es también el momento del adiós del ser humano y el advenimiento del icono: la persona se diluye.

Al final queda una aroma a ternura. Porque Isaki Lacuesta muestra las noches, la felicidad en la autodestrucción, los amigos que la rodearon, la noche infinita; y no tanto las mañanas de resaca, del mirarse al espejo y descubrir el marchitamiento. «Como en Venus era mujer, la estatua Gardner se rebeló, decidió seguir a lo suyo, no volver a Estados Unidos. Y Hollywood y ella retroalimentan esa imagen de mujer liberal. Ha sido una muy difícil labor de reconstrucción. Tras ver todas las películas, he descubierto que es tan difícil saber quién era Arthur Cravan [protagonista de su primer largometraje], del que solo quedan dos minutos de imágenes, como saber quién era la Ava Gardner real por debajo de esos millones de fotogramas en los que aparece».

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