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Benito Raúl Losada:¿Poesía o conjuro? por Carmen Cristina Wolf

Benito Raúl Losada, poeta de cien leguas, se lanza a la manera de los antiguos alquimistas, a conjurar las fuerzas tenebrosas de la Torre de Babel. Invierte el nombre de la Torre, transformándola en Lebab, e inicia el ritual del poema, única salvación ante caos de una ciudad habitada por las fuerzas oscuras. Se opone al ser-al-revés con toda el alma puesta en los poemas. Él no huye, él se queda y enfrenta al Merodeador, que no puede contra la fuerza del Mago porque no comprende la poesía.

No es múltiple el camino que conduce al poeta a la revelación, al hallazgo. El camino es uno solo: la palabra. Ese es el único predio y puerto también, el punto de partida y el horizonte. La obra de Benito Raúl Losada ha ido en despliegue durante años, esparciendo sus semillas en el huerto, tejiéndose como el bordado de Penélope. Este escritor venezolano ha publicado más de una veintena de libros, y su escritura evolucionó de ser un poeta neoclásico de la generación del cuarenta, a convertirse en uno de los escritores de vanguardia que habrá de estudiarse en el futuro, por su extraordinaria riqueza y su dominio cabal de las formas poéticas.

Su libro Lebab o los despojos es la constatación dolorosa de la trampa en que se van convirtiendo las ciudades cuando los que la gobiernan y buena parte de los que la habitan no la aman: Lebab o los despojos. La mirada del poeta se fija en lo inadvertido tanto como en lo inmenso que vale la pena fijar, revelar, volcar en tinta. Cuando se da el encuentro del espíritu con lo buscado, se llenan de lenguaje los espacios, por una costumbre del alma y de la mano. Atrás quedan las poses, los compromisos con lo social se da sólo la boda con la conciencia en vigilia, sin esperar la aclamación o el aplauso.

Losada es hombre de ideales. Sus huesos fueron a dar tres veces a la cárcel en su lucha contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, en la década del cincuenta. Fue perseguido hasta seguir el camino del exilio en 1956, época en la cual fue prolífico en la escritura. El puede inútilmente retardar la andanza, puede “rehuir la encrucijada”, pero siempre llegará a su destino de poeta, moviéndose entre los cuerpos y las calles de la ciudad. La pulsación vital será constante en ese coincidir ante “el filo del acantilado”. La palabra es la vértebra, el cauce donde habrá de cruzar el vacío:

La voz oculta en humo
oráculo del predio
sonó sideral en el cómputo;
no es la múltiple estela
la que conduce al puerto
(del libro Por la redoma azul)

La imagen poética está en latencia, viviendo la asfixia que acosa al poeta en espera de que éste la salve del olvido y la convierta en lenguaje. Así, el vocablo hallará su lugar en la tierra. El viaje al fondo de la gruta es posible por la fe y la confianza en la palabra. Losada se lanza en la búsqueda de la esencia y queda atrapado en los jardines visuales. Mas las alucinaciones del mundo no logran confundirle, él presiente la apariencia de las formas y se aleja de los espejismos, para emprender de nuevo el periplo hacia adentro, “lentamente en el viaje transitivo”.

Por eso Losada se aleja siempre del naufragio que significa escribir por escribir. El hombre de las luchas políticas, el financista que logró durante años llevar cuentas claras de los dineros públicos desde su silla de Presidente del Banco Central de Venezuela, se aleja de la escena, se despoja de su papel de buen ciudadano para viajar siete centímetros adentro del pecho, aun a riesgo de encontrar despojos, vacío, nada: “Como quien busca el borde”, un indicio en el laberinto que le lleve al significado de su peregrinar. El poeta se despoja de todo lastre para regresar al “origen nutricio de los días”, viaje del corazón hacia su raíz, hacia aquello que ama y no sabe lo que es: ¿una ciudad, una estrella lejana, su propia alma?
Penetra “en un jardín de grutas infinitas”, siguiendo “el rumbo de sucesivos ríos”. Como teje la araña su telar, desteje Losada el hilo de la historia, “la vieja historia de la rosa”, con la esperanza de encontrar “un poco más amor / un algo menos tiempo renunciado / un arraigo de lianas solidarias / en rocas siderales de una fe rescatada”.

Cuántas veces sentimos el desamparo en el íngrimo existir donde, ante el asedio del tiempo, no existe algo donde aferrarse. Nos encontramos solos y escribimos tratando de quebrar el silencio estéril o el silencio cómplice. Sometidos a la sed del decir, buscamos auténticamente ser, ser desde el acantilado de no ser. : “Se podía comenzar en el pecho / cualquier punto era un esbozo / de sangre repartida / …en la suma de todas las llagas/ …hasta tocar la rosa”.

Clavadas en los pasos del poeta, la lanza empuja, inquieta e inquiere buscando vencer la resistencia del poema hasta llegar a esa “revelación sin nombre / de una bella y terrible armonía.” Losada no quiere falsificar la fe, desea volver a lo prístino, a la “ignorancia” literaria, al analfabetismo de lo intelectual, para insertarse “en el abecedario misterioso”.

La cohesión interior de la alegría cae como un rocío de inocencia en el afán del decir y triunfa la batalla de revelar la que se presiente más allá de la piel de las cosas. Culmina el desvelo y el rigor en Benito Raúl Losada. La infancia recobrada le conduce al sitio donde aprende que “todos los días / el conejo toca una mandolina / y el lirio se bambolea como un cisne”. Traspasa la puerta hacia la fantasía se seres felices, de contagiosa dicha. El poeta no está comprometido a ser nadie en absoluto ante la mirada de los otros. No es importante ser importante. Preferible es andar sin hacer ruido: llevar cuenta del heladero que pasa con su tintineo de campanitas; la mujer que barre la calle con su sombrero de paja; el motorizado que lleva paquetes y noticias a los cuatro puntos de la ciudad. Importa la caída de las hojas, el regreso de las aves que emigran, la memoria de los elefantes.

Los niños y los poetas de la ciudad saben cuales son los juegos para no morir de tedio o de tristeza: “bajo un árbol / de campánulas rubias / llevan en las manos / balones saltarines”. Hay que celebrar el clavel y la serpiente, ellos en llama simultánea celebran la vida, con sus colores dibujando el aire.

Benito Raúl Losada nunca ha hecho concesiones a la farsa, ni en la poesía ni en la vida. Quienes son sus amigos saben de su amorosa búsqueda lejos del miedo y de las apariencias: “Quién sabrá si este amor / era predestinado / o el mismo repetido por siglos / o parte de un relámpago inmóvil?” (del libro Por la redoma azul). En esos instantes de liberación de las tenazas de ese impostor enmascarado llamado ego, con sus viejas grabaciones mentales, los corazones “vibran al unísono / y una onda como haz de fuego asciende”. Entonces, el poeta encuentra “la gruta de la primera infancia de los ríos” y se ve juntos a ciervos y leones surcando los caminos de Dios.

Caracas, esa ciudad que nos habla desde el empedrado de las calles dolidas, desde los postes de alumbrado. Acosada, asediada por el calor y la miseria escondida detrás de la propaganda gubernamental, tiene que soportar “la confusión de lenguas / la dispersión humana”. A través de la niebla el poeta pregunta:
¿Jugamos a los dados de la amargura
La pisada revela polvo gris
y dibuja el monóxido
invisibles heridas en la arteria.

El asfalto dejó de ser lo que era, puente o magia, para convertirse en el fragor del miedo, siempre en acecho, del delincuente despiadado o del fusil con órdenes precisas que rige ahora los destinos de nuestro país: “El asfalto rechaza estrellas (…) / No está disponible al rocío”

El plan feroz de las ideologías excluyentes ha herido la ciudad y sus habitantes. Todos desconfían y se pierde el contacto entre las almas. Benito Raúl Losada da cuenta en el poemario Lebab o los despojos, de esta realidad:
Es esta ciudad nuestra ciudad
o una herida en el corazón?

Como en toda la obra de Losada subyace un trasfondo metafísico y sus versos están llenos de claves. Su poética de lenguaje depurado y riguroso, patentiza la fe de creador creyente en la palabra: tal vez, atravesando los velos del alma, los habitantes de Lebab entremos en contacto con el Ser y toquemos de nuevo la rosa, en la “fe rescatada”.

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