Salud y Bienestar

Capítulo XXII – Disritmia Cerebral

Este capítulo no hubiera sido escrito como tal, en una sola unidad, si no se hubiera dado la coincidencia de que, en el curso de breves días, no hubieran consultado, directa o indirectamente, cinco pacientes víctimas del mismo mal; disritmia cerebral. Todos los consultantes eran varones. Dos vinieron a consultar por ellos mismos. 0tros dos eran víctimas (realmente se puede usar este término) de sus esposas.

El primer caso servirá de introducción.

Un hombre joven, trabajador independiente, viene a la consulta en estado de depresión ansiosa. Teme perder a su novia, con la cual tuvo un altercado el día anterior. La quiere mucho y ambos estaban planeando casarse. Pero padece de un mal incontrolable; los celos. Y esos celos se le manifestaron a partir de su primer matrimonio.

Se había casado muy joven, prematuramente, con una muchacha a la cual había embarazado. La felicidad del hogar no duró. A poco de contraer matrimonio comenzó a sospechar que su esposa le era infiel, y que lo había sido en repetidas ocasiones. El paciente era una persona impulsiva y arrebatada. Su esposa se burló de él, confesó sus infidelidades y le dijo que no le tenía el menor respeto. Inevitablemente se divorciaron. Salió de ese fracaso con una enorme desconfianza por todas las mujeres.

Lo cual no impidió que a los pocos meses trabara nuevamente relaciones amorosas con una muchacha muy distinta a la anterior. A pesar de eso, con el recuerdo de su fracaso, no podía evitar celarla desmesuradamente. Ella lo soportó al máximo. Más de una vez le aconsejó que fuera a ver a un psiquiatra, pero él no quiso tomarlo en cuenta. Atribuía todos sus celos a lo que le había ocurrido en su desgraciado matrimonio anterior.

Hasta que, el día anterior a la consulta, tuvieron una riña y, bajo la influencia del alcohol, llegó a agredirla físicamente. Tuvo conciencia del riesgo que corrían sus relaciones, y amándola profundamente, se decidió a buscar ayuda.

Apareció entre sus antecedentes que un hijo de su primer matrimonio, por ser excesivamente inquieto, había sido visto por médico, se le había practicado un electroencefalograma, de resultas del cual se le había indicado tomar una medicación antidisrítmica, el fenobarbital.

Y se evidenciaron otros antecedentes familiares, que también orientaban hacia el mismo diagnóstico. Su padre era sumamente nervioso. Siempre se había negado a ver psiquiatra, a pesar de que se lo habían recomendado. . Y dos primos hermanos, por parte de padre, habían sido diagnosticados como epilépticos. Una prima había intentado suicidarse repetidas veces.

En base a un cuestionario que aplicamos a esta enfermedad, confirmado por un electroencefalograma, se estableció el diagnóstico y se le aplicó el tratamiento medicamentoso y psicoterápico adecuado.

Se realizaron algunas reuniones de terapia de pareja, en las cuales se les explicó a la como se podía manejar el trastorno. Los resultados fueron, finalmente, satisfactorios. Se prohibió la ingestión de alcohol y los celos desmesurados desaparecieron.

Otro caso fué, prácticamente, calcado del anterior. El mismo sexo, la misma, edad, la misma condición social. Una convulsión padecida en la infancia e incontinencia urinaria hasta los 12 años de edad, orientaron hacia el diagnóstico.

En los otros dos casos en que se diagnosticó la enfermedad los consultantes también fueron varones casados, con largos años de matrimonio. Ambos se habían planteado repetidamente el divorcio. Eran de personalidades algo tímidas, con tendencia a la sumisión. Sus dos esposas habían sido diagnosticadas como disritmicas, pero frente a la ausencia de ataques, la medicación había sido suspendida.

En ambos casos, una circunstancia agravante había determinado la consulta. En uno de ellos, una quiebra comercial, había originado un estado depresivo. En el otro, por ingestión durante largo tiempo de medicación hipnótica, se había desarrollado una adicción. Y en los dos se evidenció la desdicha conyugal, originada en la disritmia de la esposa, que había servido de fondo a los problemas posteriores.

En el quinto caso la pareja se había presentado por lo que pudiera denominarse incompatibilidad de caracteres. La esposa era dinámica, inquieta, viajera y ambiciosa. El marido era todo lo contrario. Tranquilo, apático, un poco perezoso, no había colmado las aspiraciones de la mujer.

En base a un antecedente familiar, una convulsión padecida por un hermano de él, y estados de excitación con pérdida de conciencia y trastornos de conducta, producidos bajo influencia del alcohol, se practicó un electroencefalograma que confirmó la supuesta disritmia. Una medicación adecuada mejoró sus trastornos de personalidad. La relación de pareja mejoró notablemente.

En el próximo caso no se pudo confirmar el diagnóstico de disritmia, a través de estudio electroencefalográfico, pero la evidencia clínica permitía afirmarlo así con razonable certeza.

Ricardo, de 28 años de edad, viene a la consulta. Es funcionario del Congreso de la República y gana un buen sueldo. Además, tiene ingresos adicionales merced a comisiones que recibe gracias a sus servicios.

Su presentación es la de una persona encolerizada. Recuerda a un toro recién entrado al ruedo. Le insiste al médico en que tiene que ayudarlo, lo cual es innecesario, dado que es sabido que para eso es la consulta. Desde el comienzo se percibe una persona con un gran componente de ansiedad, pero de ansiedad agresiva, coactiva.

Es casado hace seis años, y es padre de un niño de cinco, que en una oportunidad presentó una convulsión febril, y era enurético hasta ese momento. El pediatra que lo atendía no le había dado a esos síntomas demasiado importancia.

Siempre fueron felices. Pero últimamente, desde que ella consiguió un buen empleo en la empresa, comenzó a comportarse de manera demasiado independiente e informó a su marido que había decidido ir a la Universidad a estudiar Administración.

El cambio fué en ella notable. Siempre había sido una esposa obediente. Al principio lo amaba demasiado y era capaz de hacer cualquier cosa por él. Admite que él también estaba apasionado, pero dentro de su rol de jefe de familia.

Por primera vez en su vida, cuando él le prohibió continuar sus estudios, ella se le rebeló. Estudió durante un breve período, pero como vio que el niño estaba desatendido logró que ella desistiera de sus propósitos. Quedó con un gran rencor en su alma y le hacía la vida difícil. Desatendía el hogar, rechazaba las relaciones sexuales y con demasiada frecuencia se iba a casa de su madre.

Muchas veces salía con el niño dejándolo prepararse solo la comida. Ricardo intentó reaccionar y admitió que llegó hasta sacudirla. La esposa fué a consultar a un psicólogo que le aconsejó que dejara el hogar y se fuera a vivir a casa de su madre. Así lo hizo y el marido, desesperado porque no podía vivir sin ella y sin el niño, solicitó la consulta.

– ¿ Qué quisiera Ud. que yo haga ?

– Doctor, hágala volver a casa. Es espantoso estar solo. Por favor, convénzala.

– ¿ Ud. cree que estará dispuesta a conversar conmigo ?

– Sí, doctor, sí. Yo se la traigo.

Se tuvo la sensación de que después de este arreglo, Ricardo no deseaba continuar la consulta, habiendo logrado una cita de su esposa con el médico en la cual había puesto esperanzas para la recuperación de su hogar.

La esposa aceptó de buen grado concurrir a la entrevista. Era una mujer agraciada, de 23 años de edad, cuidadosamente vestida, pero sin alardes.

Desde el principio depositó confianza en el médico y contó toda su historia, junto con la de su marido.

Era hija de una unión concubinaria estable, originaria del interior, de la que nacieron tres niñas. Siempre fué un hogar armonioso, donde reinaba el afecto. El padre había muerto hacía tres años. La madre y sus dos hermanas continuaban viviendo juntas, en una casa modesta, de su propiedad.

Su esposo, en cambio, procedía de una familia problemática. El padre y la madre, casados, vivían en constante enfrentamiento. Particularmente él era un hombre sumamente violento, sin trabajo regular, y con frecuencia castigaba a su esposa, que no se le quedaba atrás. Eran tres hermanos, y los dos mayores habían abandonado la casa tiempo atrás. No mantenían contacto con el resto de la familia.

Se conocieron muy jóvenes, y la conducta de Ricardo la sedujo desde el principio. Era respetuoso y atento. Ella se sintió muy contenta por el hecho de que él no le requiriera relaciones sexuales. Había visto demasiadas situaciones en que buenas muchachas habían quedado en estado y después habían sido abandonadas por sus novios.

No obstante, a la luz de su vida posterior pudo reconstruir que su novio había sido siempre una persona autoritaria en demasía. Las cosas tenían que ser como él las quería, en todos los aspectos. No había problemas si los dos estaban de acuerdo. Pero si no sucedía así, él luchaba como un pirata al abordaje hasta que las cosas se hacían a su manera. Y si no lo conseguía directamente manipulaba e insistía hasta lograr sus fines. Pero como los dos se amaban estos hechos solo cobraron valor a la luz de su vida matrimonial posterior. En la vida armoniosa de su familia, ella no se había entrenado para una relación problemática.

El primer abuso que ella comprobó fue el económico. El no quiso tramitar el crédito habitacional que el Congreso brindaba a sus funcionarios. En cambio, lo pudo hacer ella que siempre quiso tener su propio apartamento. También era ella la que contribuía a la mayor parte de los gastos de la casa.

Pero, como estaba acostumbrada a obedecer…

Los destinos de ambos miembros de la pareja seguían caminos divergentes.

El ganaba mucho dinero, pero probablemente era mal habido, por complicidad en formas de corrupción. No estaba bien claro que era lo que hacía con él. Ella, cuyos ingresos eran buenos pero menores, estaba constantemente amueblando y embelleciendo su apartamento.

Además, progresaba en su trabajo y obtenía constantes aumentos y reconocimientos. Tanto fue así, que la empresa, que trataba muy bien a sus funcionarios capaces, le ofreció facilidades para que pudiera continuar estudiando, a cambio de un compromiso moral de seguir trabajando en su seno. Ella quedó encantada con la idea. Su madre y sus hermanas estarían dichosas en cuidar de su hijito. Cuando el problema se transformó en conflicto una de sus hermanas le hizo saber que tenía conciencia de que el niño era el rehén gracias al cual él continuaba estableciendo su dominio sobre ella.

Durante la entrevista con la pareja, se intentó establecer el diálogo. Se invirtió mucho tiempo en introducir la comunicación entre ambos. Las versiones de ambos eran discordantes. Ella hablaba de libertad y él hablaba de autoridad. Ella hablaba de progreso y de estudios, y él hablaba del rol del hombre, del niño y de la casa. En ciertos momentos se la veía desfallecer frente a la actitud inexorable de su esposo.

Hasta que ella empezó a hilar fino. Se elevó por encima de los hechos concretos y comenzó a acusarlo de cual era su único procedimiento; el de imponerse por la fuerza. Le recordó que toda la vida de ellos había sido así, desde que fueron novios. Venciendo cierto pudor, recordó la cantidad de veces en que él se había impuesto sexualmente, aunque ella no lo deseara, y aún a veces forzándola durante la menstruación.

Todas las respuestas de él tenían siempre el mismo contenido. Ella tendría que volver a la casa con el niño, porque él no podía vivir sin ellos. Después de cumplida esta condición, se hablaría. Pero la esposa no estaba dispuesta a caer en una trampa de promesas incumplidas que se habían repetido durante toda la vida. Buscando un camino de salida médico, y recordando el carácter del padre de Ricardo, y la convulsión y la enuresis del niño, se le solicitó, con todas el sigilo del caso, un Electroencefalograma. Además, eran muchos los rasgos de carácter de Ricardo que tendían a confirmar el diagnóstico. Tomó la receta con aspecto encolerizado. Ya conocía el significado del examen

– ¿ Ud. se cree que soy un epiléptico, doctor ?
En ese momento se les entregó a ambos los 18 aforismos sobre consejo de pareja. Ella los leyó con detenimiento. El lo tomó con el aire despectivo de quien tiene intenciones de arrojarlo a la basura en la primera oportunidad.

A la siguiente consulta concurrió ella sola. Informó que el marido había decidido abandonar la asistencia, y actualmente estaba consultando con una bruja, pero que ella continuaría. En ese momento se ratificaba la indicación del primer psicólogo, que le había aconsejado abandonar el hogar.

Frente a la actitud irreductible del esposo, ella sintió, por su propia iniciativa, que cultivar una relación en ruinas. era perder el tiempo. Quedó muy conforme con la afirmación de que

Se ha demostrado que las penas de amor duran promedialmente seis meses.

Obtuvo la dirección de un abogado especialista en divorcios, recomendado por el médico tratante, porque Ricardo había amenazado con dejarla en la calle y despojarla del apartamento.

Se afirmó en su decisión gracias a una frase que una vez le dijo su hijo, en una expresión de sabiduría infantil.

Mamá, déjalo a papá. Ya estoy cansado de tantas riñas. Te será fácil conseguir un novio. Yo sé que en Caracas hay muchos hombres buenos.

Nunca se pudo confirmar de manera científica el diagnóstico de disritmia. Pero clínicamente parecía seguro. Ricardo, empecinado hasta el final, la llamó algunas veces más por teléfono para exigir la vuelta al hogar, asegurando que no podía vivir sin ellos, pero al mismo tiempo amenazando con vengarse, dejarla en la calle y quitarle al hijo. En el Congreso él tenía muchos diputados amigos, que pondrían la ley a su favor. Jamás volvería a consultar a ese médico cuyo único interés era cobrar las consultas.

La esposa concurrió a alguna consulta más y después continuó en contacto telefónico para informar del progreso de su divorcio.

Desgraciadamente, hay seres que aman pero que no saben amar. Pertenecen a ambos sexos, aunque la mayoría sean varones, que tienen dos causas que les son mayoritarias; el alcohol y el machismo. La disritmia corresponde a ambos sexos, pero como la violencia se acepta sociológicamente como privativa del hombre, son ellos los que la ejercen.

Todos estos seres aman auténticamente a sus parejas. Pero las enfermedades o sus adicciones o la cultura les imponen conductas que terminan destruyendo el vínculo.

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