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Carmelo Niño:el poder de la sombra

Con mucho placer asistí a la nueva exposición de mi amigo Carmelo Niño, rompiendo una promesa que me hice en el año 2000, cuando después de más cerca de treinta y cinco libros publicados en materia de artes plásticas venezolanas, innúmeros artículos, incontables visitas a galerías o museos: me dije a mí mismo, lo que acabo de responderle a una de la más importantes instituciones bancarias del sector público venezolano, que me llamó para que aceptara ser parte de su menguado Comité de Adquisición de Obras de Arte: Con sincera humildad les respondí que dada mi experiencia en este arisco y envidioso mundo de las artes plásticas venezolanas, a mis 57 años, sólo me mueven dos cosas: una intensa pasión o mucho dinero.

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Como todo lo he que hice en la década de los 90’s fue hecho fundamentalmente con mucha pasión, no niego que una u otra vez el trueque, y no el efectivo, ayudó a hacer posible más de treinta libros bilingües y hasta trilingües de Ediciones Pavilo, mi interlocutor supuso atinadamente que el dinero debería en verdad ser mucho, mucho, para transitar por esta Caracas infernal, roja – rojita, y buscar un sitio de aparcamiento en la congestionada Av. Urdaneta; así que para bien de los dos no llegamos a ningún entendimiento: ni yo tenía la pasión necesaria ni ellos querían aportar el dinero tentador.

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Armado entonces de la más genuina pasión fui a la exposición de Carmelo, y me atreví a escribir estas breves reflexiones; lo fundamental que tengo que decir de su obra reposa en un libro inédito que escribí sobre su obra en Paris, en 1992, y que por una u otra razón no descansa ya en mis manos, entiendo que el pintor guarda una copia que prometió entregármela, y espero hacerlo disponible al público algún día.

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Me resta entonces comunicar las reflexiones que me produjo la obra “reciente” de uno de nuestros mejores y genuinos artistas plásticos:

1. No hay saltos, hay evolución, desde hace tiempo el pintor quería salir de la dictadura de lo plano, y lo ha logrado, los paños, los trapos, las texturas, las pañoletas, los lienzos lo ayudan a surgir del lienzo para permanecer en él.

2. El pintor no ha renunciado por ninguna razón a su personal y exclusivo mundo: los sueños, la irrealidad, lo onírico, son sin remilgos ni tapujos su baluarte pictórico y emotivo.

3. Carmelo Niño es un oficiante mayor; mientras otros justifican y comercian su obra a destajo y a corto plazo, nuestro pintor la construye para la eternidad; día a día, con una paciencia y felicidad franciscana que ya la desearían para sí nuestros pintores papales.

4. El pintor busca y encuentra, no es que busca sin encontrar como tantos, sus raíces en las raíces del arte, en especial, del iberoamericano, Velásquez, Goya, Valdés, no le son ajenos, los hace propios para que tampoco nos sean ajenos.

5. Carmelo Niño vive mejor en las sombras, de las sombras y para las sombras, mientras más “buha” sea su pintura, mientras su luz provenga de bombillos de 25 vatios de pensión de casa de vecindad, mucho más esplendorosos serán su paisajes y personajes.

6. Nuestro pintor atraviesa ciertamente por un período de personal madurez que lo lleva, poco a poco, con paciencia y dedicación – y está ha sido nuestra personal y reiterada apuesta desde hace más de 20 años – a ser uno de nuestros mejores creadores universales: fruto de lo que nosotros somos: la hibridez, la mixtura y el mestizaje: el Duque y la chirimoya, la sombrilla protectora y el encendido esplendor del tropico

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