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Casimira Duque, la hacedora de muñecas de trapo en San Felipe

Para un venezolano de los tiempos que corren, es difícil imaginar la ternura y el encanto que encierra en su pequeña vida una muñeca de trapo, con su cara radiante de belleza y su cuerpo hecho de retazos y viejos estropajos. Mas aún, lo que estos imaginativos juguetes para niñas -confeccionados con los recortes y deshechos que los sastres y costureras tiraban a la basura- significaron para la chiquillería de las clases más humildes y olvidadas de la provincia venezolana. No estamos solamente haciendo referencia a los dos botoncitos que representaban los ojos, al pedacito de fieltro rojo de la boca, al triangulo de querehuela azul que hacía las veces de una nariz y a las cabuyitas de pabilo amarillo que formaban sus cabellos primorosamente trenzados, hablamos más bien de quienes fueron en la Venezuela pobre, los anónimos artesanos que se dedicaron a la fabricación de estos encantadores juguetes infantiles, los únicos que tuvieron en toda su vida las niñas pobres de la Venezuela olvidada.

Nuestra historia se sitúa en el San Felipe de los años 40, donde una muchacha de origen muy humilde, llamada Casimira Duque, comenzó a confeccionar desde muy niña sus propias muñecas de trapo. Después, esta actividad constituyó una ayuda para su familia y posteriormente una fuente de sustento en la edad adulta. La primera carga que la pobre Casimira tuvo que llevar a cuestas fue su gracia ¿a que padre se le ocurre poner este nombre a su propia hija? Pues bien, entre los habitantes del Yaracuy era muy común darles a sus hijos como nombre, el del santo del almanaque según el día en que nacieron. A ella le tocó el 4 de marzo día de San Casimiro, un santo polaco del siglo XV que llevó una existencia muy piadosa, murió a la edad de 26 años y sus últimos 13 años de vida los pasó haciendo penitencia. Casimiro es de por sí un nombre feo para hombres, pero para una humilde muchacha de pueblo ha debido ser aún más difícil de llevar el duro nombre de Casimira. Su segunda carga, más pesada aún que su nombre fue su situación de pobreza, en una región de Venezuela de poca movilidad social, vale a decir: quien nacía pobre, generalmente moría pobre, quien nacía “enmantillado” con los favores de la riqueza, tenía muchas probabilidades de conservarla. No obstante, Dios quien aprieta pero no ahorca, le dio a Casimira el don inapreciable de ser una costurera hábil y primorosa: zurcía tejidos deteriorados hasta hacer desaparecer como por arte de magia cualquier remiendo, hacía ruedos y pegaba botones, fabricaba encajes y era capaz de tejer con la habilidad de una araña, las sutilezas de la hilacha bordada y la hebra fina. Para rematar, creaba unas hermosas muñecas de trapo que llenaban de alegría a los hogares yaracuyanos, donde una pobre muñeca llamaba a compartir la felicidad con los hijos.

Henrik Ibsen escribió un drama social llamado Casa de muñecas, se le considera la primera obra feminista que plantea el tema de la independencia de la mujer. Se trata de una chica criada como una muñeca, para la ostentación de su padre y después para el lucimiento de su esposo, hasta que ella se da cuenta de que no es otra cosa que un objeto propiedad de su marido y decide abandonarlo. Esta obra de teatro produjo una gran polémica a comienzos de siglo XX, pues Ibsen intentó denunciar con ella la condición de la mujer en esa época. Pero en la provincia venezolana la situación era mucho más dramática, aquí no se trataba de la mujer considerada como objeto, sino de la inmensa soledad que sufría la mujer venezolana, sin posibilidades de educación, de disfrutar de un sistema de salud y menos aún de tener un trabajo digno y adecuadamente remunerado ¡Que inmensa soledad ha debido sentir esta muchacha, Casimira Duque, sensible, talentosa y hábil para desarrollar su trabajo de artesana, en medio al abandono y de frente a ese duro desierto de la provincia venezolana.

Todo lo que es hermoso tiene su instante, un momento, su precisa ocasión, después pasa y no regresa nunca más, por esta razón los antiguos representaban a “la ocasión” como una diosa calva, sin cabellos para sujetarla y no dejarla pasar de largo. Los poetas han sido maestros admirables en el arte de tejer esperanzas, de lanzar un rayo de luz en medio de la oscuridad en que transcurre la existencia solitaria de alguna mujer:
La vida será buena todavía/ cuando en cada rosal mayo florece. (Luis López de Anglada).
Está en ti la ventura/ como la primavera en la hoja nueva. (Jorge Luis Borges).
El mundo por duro y triste que sea, todavía tiene sonrisas y esperanzas. (Luis Alberto Sánchez).
Devuelto al corazón en un segundo/ el fuego que soñé, la luz que fui. (Francisco Luis Bernárdez).
Pero, para la pobre Casimira no hubo un florecer en mes de mayo, ni el reverdecer de la hoja nueva en primavera, tampoco las sonrisas y esperanzas, ni en fin, el fuego que soñó con devolver vida a su corazón en un segundo. Todo ocurrió como en un mundo de ilusiones que crea la poesía: Casimira Duque continúo consumiendo su vida lentamente en soledad, en tierras del Yaracuy, en el corazón de la provincia venezolana, mientras hacía encantadoras muñecas de trapo. Y nada más, hasta que se apagó en silencio para siempre.

Para el año de 1970, el único embajador originario del Yaracuy que formaba parte del servicio exterior venezolano era Don Nicolás Perazo, estaba acreditado como embajador de Venezuela en Portugal, a la sazón yo me desempeñaba como funcionario de las Naciones Unidas en África, en la República Federal del Camerún, entonces en un viaje que hice a Lisboa le presenté un proyecto: la creación en San Felipe del “Museo de las muñecas Casimira Duque” Se trataba de dirigir una circular a todos los embajadores y cónsules de Venezuela, con el objeto de que ellos solicitaran a los gobiernos ante los cuales estaban acreditados la donación de una muñeca, vestida con su traje nacional, de esta manera era posible reunir unas 150 muñecas de todos los países del mundo. Un museo único, con muñecas de todas las naciones vestidas y ambientadas en su medio de origen y por supuesto, una sala de muñecas venezolanas, con un sector dedicado a las muñecas de trapo de Casimira Duque, la artesana del Yaracuy que daba nombre al museo. Viajamos juntos a Caracas y para no hacer larga esta historia, la cancillería venezolana no se interesó en absoluto del proyecto, para entonces como ahora, la cancillería nunca ha estado ni está en capacidad de concebir ni de entender la inmensa fuerza de la diplomacia cultural, como una dimensión muy importante de la política internacional a favor del desarrollo social.

Para finalizar, tornando a la frase inicial de esta crónica, que nos lleva al mundo contemporáneo en que las muñecas de trapo no pasan de ser una curiosidad, la industria de la muñeca moderna maneja millones de dólares y de euros. La muñeca Barbie de plástico, desde su aparición en 1959 ha vendido más de mil millones de unidades, que le ha reportado a su creador una cantidad de dinero que no cabe en los bancos. Las muñecas Bratz del Reino Unido, de cabeza grande y ojos almendrados, lanzadas en 2001, se plantaron para hacer competencia a las anteriormente mencionadas y para generar una producción monetaria considerada como un fenómeno mundial. Yo invito al gentil lector a visitar una juguetería de Caracas, donde podrá ver muñecas y juguetes maravillosos, pero ninguno venezolano. Venezuela es un país que fabrica centros comerciales en todas sus ciudades, pero son hechos para vender productos manufacturados en el extranjero. ¿En donde ha ido a parar nuestro talento nacional, que una vez tuvimos? Y a donde vamos a parar los venezolanos con esta forma de concebir nuestras vidas. Entonces, esto da respuesta a otra pregunta ¿por qué una modesta muchacha del Yaracuy que fabrica muñecas, nunca ganó lo suficiente para vivir con dignidad en unión de su familia? En fin, no pudimos lograr en San Felipe un sitio para mostrar el arte y el talento de Casimira Duque, pero al menos hemos hecho lo posible para hacerla conocer y para guardar de ella un cariñoso recuerdo. In memoriam.

  

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